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Columna
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Esclavas modernas

Cuando Expo 92, llamó la atención sobremanera la cantidad de chicas andaluzas que presentaban su currículum a la organización de la muestra, con méritos más que sobresalientes. El perfil medio venía a ser: carrera universitaria, algunos años de aprendizaje o prácticas en el extranjero, y dos o tres idiomas perfectamente dominados. ¿De dónde surgía aquella "repentina" floración? De repentina, claro está, no tenía nada. Más bien era la ignorancia del sistema lo que se ponía de manifiesto, como si hubiera estado ciego ante un palpitante capítulo de esfuerzos y sacrificios personales. La pretensión de aquellas muchachas era que "por lo menos" se les contratara de azafatas. Y muchas lo fueron. Pero acabó la muestra y aquel sorprendente despliegue se volvió a replegar, como por encanto.

Las cosas no han cambiado mucho desde entonces, y en el Día de la Mujer Trabajadora se han vuelto a manifestar algunas de esas realidades que no se ven, o no quieren verse, relativas al persistente capítulo de las discriminaciones laborales respecto al de los hombres. Y no es que éste sea el mejor de los posibles, pero dentro de unas condiciones generalmente malas, son ellas las que suelen cargar con la peor parte.

Por seguir en el ámbito de las jóvenes cualificadas, aquella desproporción entre oferta y demanda del 92, no sólo no se ha corregido, sino que ha aumentado, como ha aumentado el número de universitarias y han empeorado las condiciones del mercado laboral. En ese confuso universo de las azafatas, las guías de turismo, las teleoperadoras, las becarias... son ellas las que soportan lo más "refinado", debido con frecuencia a la condición de muchacha-objeto-apetecible. El sistema en esto es de un grosero que espanta, por mucho que se revista de sutiles maneras. Es allí el reino de las minifaldas ajustaditas, los aderezos sofisticados, la sonrisa obligatoria... Incluso la voz femenina y joven, servicial y complaciente, se vuelve necesaria en uno de los oficios más duros que se han inventado, el de las teleoperadoras. Hasta siete horas prácticamente seguidas, con 5 minutos de descanso entre una y otra, para beber un vaso de agua o ir al baño. Si preguntas en beneficio de quién, te encontrarás casi siempre con una subcontrata de otra subcontrata de una gran empresa de comunicación, transporte o turismo. Contratos basura de seis meses, renovable al cabo de otros dos o tres, si eres buena. Un "sueldazo" de entre 600 a 900 euros mensuales, y eso es lo que hay. Por medio, naturalmente, las omnipresentes EET, empresas de empleo temporal, que se conocen todos los truquitos para amargarle la vida a cualquiera que saque los pies del plato. Y lo peor: muchas veces al servicio de administraciones públicas, que también recurren a semejantes modalidades de esta moderna esclavitud. Está muy bien que los Gobiernos aprueben 53 medidas de mejora para el mundo laboral femenino. Pero deben empezar mirando a sus propias prácticas, escondidas con frecuencia en las empresas públicas, abolir las subcontrataciones y meter en cintura a las EET. Y si no, eliminarlas de un plumazo, lo mismo que las crearon.

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