La Argentina insurrecta
Argentina que fue en su día uno de los sinónimos del paraíso, ahora lo es de un tenso estado de insumisión en la que los políticos, empezando por el propio presidente Kirchner, caminan con pies de plomo, temiendo sin saber cómo ni cuándo dará el paso en falso que desencadene la ira de una ciudadanía que quizá no sepa todavía lo que quiere pero que tiene absolutamente claro, en cambio, qué es lo que no está dispuesta a aceptar nunca más.
De allí la oportunidad de esta exposición que reúne obras de doce artistas y colectivos artísticos argentinos contemporáneos que comparten el propósito de realizar una cala significativa en la actualidad de su país, conscientes en la mayoría de los casos de que lo que hoy está sucediendo es la conclusión inexorable de décadas enteras de errores y de horrores.
SOBRE UNA REALIDAD INELUDIBLE. Arte y compromiso en la Argentina
Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC) Badajoz
Hasta el 3 de abril
El horror de arrojar al mar desde un avión militar a presos políticos dopados o maniatados, evocado en Espejos, una videoinstalación de Gustavo Romano que es de una concisión eficaz y estremecedora. O el horror -otro horror y, sin embargo, el mismo horror- de una infancia vivida sin aparente sobresalto, tal y como la vivió Gabriela Golder en los años setenta y en los ochenta del siglo pasado, entre episodios escolares, veladas familiares y veranos con amiguitos en la playa captados en cámaras Super 8, mientras la implacable máquina trituradora de carne humana de la dictadura militar aniquilaba a una generación entera de jóvenes argentinos.
El tema, aunque siniestro,
resultaría manido si no fuera porque Golder ha tenido la suficiente sabiduría visual como para presentar ese ominoso paralelismo histórico en dos pantallas dispuestas sobre un fondo negro. Con esa simple estratagema visual ella nos arroja en pleno rostro la perturbadora sugerencia de que hoy mismo nuestras plácidas existencias burguesas conviven distraídamente con el horror. Atrayendo, además, la pregunta acerca de hasta qué punto somos cómplices voluntarios o involuntarios del mismo.
Pero si muchos de estos artistas hablan de los horrores, de los errores cometidos no habla nadie más que Jorge Macchi. En esta evidente asimetría emerge la más seria objeción a los artistas argentinos aquí representados, que suelen dejar de lado la tarea autocrítica que a todos concierne.
Macchi, que es un extraordinario poeta visual, heredero a la vez del futurismo y del dadaísmo, ha hecho diana en esta problemática desatendida, aunque lo haya hecho sin saberlo. Su pieza se titula simplemente Concentración y remite a la sopa de siglas y consignas con las que han pintado las calles argentinas la multitud de partidos, partiditos y partiduchos en los que sigue dividida Argentina.

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