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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A vueltas con la familia

J. Ernesto Ayala-Dip

La nueva novela de Marcos Giralt Torrente, Los seres felices, recordará al lector seguramente la indagación que lleva a cabo el narrador de París. El procedimiento narrativo es el mismo, una voz narradora en primera persona que bucea en el pasado en la novela anterior y la misma instancia narradora que bucea en sí mismo en la novela que ahora se comenta. También es el mismo el marco en el que esa indagación tiene efecto: la familia. Los fantasmas del pasado, lo que se sabe y lo que nunca se sabrá, las zonas de sombra que parecen concitar una cierta fascinación enfermiza y a la vez tan productivas en su génesis de historias y, por tanto, de narración, parecen formar parte de un sistema novelístico orientado a la búsqueda de la verdad, o esas pequeñas verdades refractarias a la transparencia que juntas forman un infierno. El lector agradecerá que se le oriente un poco en el argumento de esta novela, pero creo que agradecerá más que se le oriente en su arquitectura, en la manera en que Giralt Torrente fue acomodando las piezas de su relato, en cómo el espesor psicológico de esta historia con mil matices, su calado moral, debe todo al mecanismo de relojería de su estructura.

LOS SERES FELICES

Marcos Giralt Torrente

Anagrama. Barcelona, 2005

345 páginas. 18 euros

Dijimos que la novela está

narrada desde la primera persona. De ésta depende todo lo que sabemos y, también, todo lo que se nos mantiene, como al narrador, oculto, más también lo que éste oculta, para sí mismo y para nosotros. Quien narra es un arquitecto que está casado con una periodista. Marcos Giralt Torrente construye esta voz sabiendo que a la vez tiene que construir su escritura. La suya, la de Giralt Torrente, y la de su narrador, que sabemos en un momento determinado del relato que la está ejecutando. La escritura de Giralt Torrente ya la conocemos por su novela París, una frase sinuosa, muy en la línea de Javier Marías para que el lector se haga una idea, abarcadora de contradicciones, dudas y reproches exhaustivos. El mismo tipo de frase, tal vez algo más pronunciada en su obsesión autoindagatoria en esta novela, utiliza ahora el autor madrileño. (No se pierda el lector la descripción de su mujer desnudándose en el baño, la que hace Giralt Torrente, no el narrador, una descripción que tanto nos recuerda algunos desnudos de Degas). Quien narra es alguien que no es escritor pero que escribe, y que lo hace desde la obligación de una escritura "sin alardes narrativos", pero que no ignora la obediencia que les debe al "cálculo, orden y dosificación" en lo que narra. En ese escribir del narrador está la médula de las terribles verdades que iremos sabiendo, pero a la vez el sello personal de la voz que leemos, su relevante verdad como entidad novelística.

Ya dijimos que el narrador se impone cálculo, orden y dosificación. (Esa imposición, irónicamente, es parte también de la armadura ética del que relata, de su personalidad inescrutable). Con este eficaz manejo del ilusionismo narrativo, Giralt Torrente estructura su trama. Su núcleo dramático sucede en tres días, entre un viernes a la noche y un domingo. Los hechos se narran (o se escriben) unos meses después, desde Berlín. El contenido del relato es estremecedor, afecta a una búsqueda, o mejor dicho, a una aprehensión del ser amado (¿amado?), que es Marta, la mujer del narrador, la única persona en toda la novela que tiene nombre propio. A través de Marta surgen en la investigación del narrador sus padres ("monstruo de dos cabezas"), un hermano con una tristísima historia, una cuñada en la cima de su soledad y, sobre todo, una obsesión expiatoria. Marcos Giralt Torrente ha escrito una novela redonda. Demoledora en el retrato familiar, un retrato que no puede a la postre dejar de serlo también de la sociedad. De sus miedos e inseguridades y de sus ambiguas estrategias para conjurarlos. No es menos magnífica Los seres felices por su sospechoso estilo, usando el concepto sospecha en el sentido en que Stendhal utilizaba el suyo para retratar la sociedad de su tiempo, un uso de la materia moral que enervaba a muchos de sus contemporáneos porque no sabían exactamente si el autor francés asentía o repudiaba lo que representaba. En el filo de esta inteligente indeterminación, se asienta el mejor crédito novelístico de Marcos Giralt Torrente.

Marcos Giralt (1968) obtuvo el Premio Herralde en 1999.
Marcos Giralt (1968) obtuvo el Premio Herralde en 1999.JORDI BARRERAS

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