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Entrevista:OLIVIER ROLIN | Escritor

"En nuestra revolución había un deseo inconfesable de aventura"

Jacinto Antón

Después de la gran aventura romántica de Meroe (Anagrama, 2001), que transcurría en Sudán, Olivier Rolin publica ahora en España otra novela no menos romántica y no menos llena de aventura, pero con un escenario bien distinto. Tigre de papel (Mondadori, 2005, Proa en catalán) narra, en la voz de un antiguo militante, la historia tragicómica, tierna y arrebatadoramente melancólica de un grupo maoísta revolucionario en la Francia de finales de los años sesenta. La novela, apasionado retrato de la generación sesentayochista, tiene mucho de autobiográfica, pues Rolin (París, 1947) fue un destacado miembro de la Gauche Prolétarienne y responsable de operaciones de la organización. "En nuestra revolución había un deseo inconfesable de aventura y heroísmo", afirma el escritor. "Y mucha represión sexual".

"Éramos grandes puritanos, muy reprimidos, capaces de enfrentarnos al peligro, pero con un miedo visceral al sexo"
"No puedo tener otra relación con ese pasado revolucionario del 68 que una fidelidad sarcástica"

"Queríamos ser héroes como Malraux o Lawrence de Arabia, vivir aventuras y tener un destino individual", señala Rolin, "pero eso entraba en plena contradicción con el evangelio revolucionario". Para Rolin, pese a todo, la revolución del 68 ha sido "la última epopeya occidental" y el avatar postrero de los viejos sueños de heroísmo.

En la novela, Martin, en buena medida alter ego de Rolin, desgrana su vieja historia de lucha para la hija adolescente de un camarada mientras la lleva en un obsesivo y alucinado tour en un Citroën Tiburón por el cinturón periférico de París. La imagen que va dibujando de aquellos tiempos el otrora revolucionario se compone de episodios dramáticos, tiernos o hilarantes -los activistas hacen un "cursillo obrero" en un castillo que, descubren con horror, fue el modelo del château de los Guermantes en La busca del tiempo perdido-. La actividad clandestina del grupo raya a menudo en lo chapucero: fracasan en un secuestro e incluso al tratar de sabotear un concurso de gatos.

"Tengo hacia ese pasado una mirada que es una mezcla inseparable de simpatía y melancolía, por un lado, y de ironía por el otro", dice Rolin, que compara el tono de su libro con un allegretto, alegre y triste a la vez. "Me siento alejado, muy escéptico, pero al mismo tiempo es algo que, lo quiera o no, me formó. Uno nunca sale del todo de su historia. Para los jóvenes es difícil entender hoy por qué tanta gente se enroló en esa causa, en hacer la revolución que iba a cambiar el mundo. En Tigre de papel quise tratar de hacer sentir lo que fueron esos tiempos".

En el centro de Tigre de papel hay una maravillosa historia subsidiaria digna de Malraux y Conrad: el protagonista viaja a Asia y remonta el Mekong para visitar el lugar en que murió su padre, oficial francés, a bordo de una patrullera en la guerra de Indochina. "En realidad, es la historia de mi tío, que murió de esa manera en 1948. Esa historia tuvo una importancia enorme en mi vida, como la tiene en la del protagonista de la novela".

Uno de los episodios más divertidos de Tigre de papel es cuando el intelectual protagonista, obligado a compartir cama con un feroz luchador obrero al que admira - "el Espartaco de Peugot"-, sufre, escandalizado, los avances libidinosos del camarada proletario. En otro pasaje, el grupo casi llega a las manos el día antes de un golpe a causa de una partida de Monopoly... "Las cosas eran así. Sólo que no teníamos ningún sentido del humor. Todo nos parecía importantísimo y trascendente. Éramos increíblemente naïfs, inocentes e ignorantes que pasábamos de lo sublime a lo ridículo, y grandes puritanos, muy reprimidos, capaces de enfrentarnos al peligro, pero con un miedo visceral al sexo".

Habrá quien juzgue Tigre de papel, con la grotesca imagen del protagonista abrazado a un cerdo y cantándole la letanía maoísta Dong-fan-ang hong, tai-yan-ang sheng, Zhong-guo chu le yi ge Mao Zedon, como un ajuste de cuentas con el pasado. "No es una venganza en absoluto. Yo no puedo tener otra relación con ese pasado que la de una fidelidad sarcástica, no puedo serle fiel sin ser sarcástico ni tendría el derecho al sarcasmo si no le fuera de alguna manera fiel". Rolin matiza: "Si hubiéramos matado a alguien, la relación con el pasado habría sido muy diferente, pero no lo hicimos, fundamentalmente porque nos propusimos no hacerlo". La novela sí es "un intento de hacer balance, sin ilusión, porque soy bien consciente de que nunca se llega a un punto de vista definitivo sobre la propia vida y de que nunca entiendes realmente todo el pasado".

Olivier Rolin, retratado en Barcelona.
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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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