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Diego Marani narra en clave de 'thriller' la muerte de las lenguas

Cada dos semanas muere una de las 6.000 lenguas que se hablan en el mundo. Como lingüista, intérprete y traductor de oficio, Diego Marani (Ferrara, 1959) asiste a la tragedia con actitud darwinista: "Me da pena, igual que cuando muere una persona. Pero no tiene remedio. Es la selección natural. Si no tienen una cultura viva detrás, las lenguas se acaban. Por eso debemos mantener vivas nuestras culturas, alimentarlas; la ideología sólo no vale para defender las lenguas; más aún, usar la ideología en eso es un ensañamiento terapéutico".

Aunque se hace el duro, Marani sufre por esas pérdidas irreparables; y en el tiempo libre que le deja su puesto de traductor en Bruselas para la Unión Europea ha escrito una trilogía de novelas "para intentar entender el papel que juegan los idiomas en nuestras identidades", y de paso, cabría añadir, para contar cómo operan en ese proceso la voracidad del comercio global y la agresiva vigencia de los nacionalismos.

La pequeña editorial Gadir publicó en España el año pasado la primera parte, Memoria callada, que fue comparada con El extranjero, de Camus, y ganó el Premio Grinzane Cavour; y ahora acaba de editar la segunda, El último vostiaco, un thriller que obtuvo el Premio Campiello y que narra la tragicómica historia de un buen salvaje, ex prisionero del Gulag, que vive en los bosques de Byrranga (Siberia) y que, como último hablante de su lengua nativa, conoce a dos lingüistas, una rusa y un finlandés, de tendencias opuestas (ella romántica y cariñosa, y él filonazi, lingüísticamente hablando). La última entrega de la trilogía se titula El intérprete y aún no tiene premio ni ha sido traducida.

Marani presentó en Madrid El último vostiaco junto a Mercedes Monmany, que la definió como "una intriga desconcertante y poética, de una belleza descarnada". El autor explicó que el vostiaco es la única invención del libro: "Es una mezcla de ostiaco y votiaco; todo lo demás existe, incluso la palatal fricativa con apéndice labiovelar".

"Las lenguas no se defienden con tanques o banderas", dice Marani, que ha inventado el europanto como réplica provocadora al esperanto. "Pero en Bruselas veo con rabia la obstinación con que los Estados protegen sus lenguas de amenazas que no existen. Han puesto la lengua en el centro de la ideología y eso es un crimen: la lengua es un fenómeno natural y pertenece a los hablantes, no a los Estados; si no entendemos eso, siempre habrá violencia contra las lenguas".

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