Europa tiene un alma
Estamos ante las urnas del próximo domingo, día 20, para pronunciarnos en referéndum consultivo sobre si aprobamos o no el "Tratado por el que se establece una Constitución para Europa", cuyo artículo primero señala que "nace de la voluntad de los ciudadanos y de los Estados de construir un futuro común". Sobre la oportunidad de la consulta popular hay diversas escuelas de pensamiento. Una de ellas se muestra por principio adversa al género referéndum y estima que hubiera sido mejor resolver la cuestión en la arena parlamentaria, donde además es seguro que se habría producido una aprobación más rápida y con resultados mucho más brillantes que los esperables del recuento de las papeletas en la noche electoral, según adelantan las encuestas disponibles.
Pero también cabe imaginar la tamborrada que estaría sonando imparable a estas alturas si el Gobierno de Zapatero hubiera preferido esa opción rápida, hurtando la consulta a los electores. Más aún, cuando todos los partidos se habían manifestado desde el principio a favor de un referéndum, un procedimiento anunciado ya entonces por otros países de referencia como Francia o Reino Unido. Cuestión más discutible, según observadores rigurosos, es la de la fecha elegida para ser los primeros, con ánimo al parecer de abrir camino, de erigirnos en ejemplo para Europa. Sobre todo porque la historia disponible nos enseña cómo la pretensión de ejemplarizar nos ha empujado a veces peligrosamente hasta despeñarnos.
Baste recordar, sin ir más lejos, cómo la inmediata, valerosa y atinada, aunque mal argumentada, decisión de retirar nuestras fuerzas militares de Irak -donde habían sido enviadas para misiones de estabilidad, reconstrucción y ayuda humanitaria, que resultaban de imposible cumplimiento, una vez que la situación era de hostilidades generalizadas- dejó de ser aceptable por la Administración imperial de Bush cuando, unos días después en Túnez, el presidente del Gobierno, presa de un arrebato kantiano, propuso elevar su comportamiento a norma universal de obligado cumplimiento para los demás aliados todavía presentes en aquella inverosímil coalición.
Pero, volviendo al caso del referéndum, una parte de la crítica señala la excesiva parsimonia de la precampaña y la falta de previsión suficiente sobre los medios que deberían haberse facilitado a las fuerzas políticas, dos factores que multiplicados han dado como producto la tibieza ambiental en la que estamos. Una tibieza alterada tan sólo por la confusión y el encono añadidos gracias a la bronca impulsada por los líderes políticos, empeñados como es su natural tendencia en montar la gresca y en echarse en cara las más detestables descalificaciones a partir de la atribución de toda clase de perversidades más o menos intencionales, tuvieran o no algún punto de tangencia con el hecho del que se trata que es Europa y su Constitución.
Se ha perdido entre todos casi por completo la ocasión de entregarse a algunas tareas pedagógicas tan valiosas como necesarias. Se ha preferido la bronca desorientadora, ya fuera a propósito del plan Ibarretxe, de los pactos imaginados con Batasuna, de las empresas privatizadas para lucro de los amiguetes, de las entrevistas reveladas con indeseables líderes nacionalistas en La Moncloa o de los desaciertos de la política de inmigración, de ahora o de cuando Aznar. Con el resultado visible de que, parafraseando a Pemán en su obra El divino impaciente, mientras se despeña el río de las pasiones partidistas, se está secando la huerta de nuestros empeños europeos.
Porque éste era un buen momento para acercarse al texto de la Constitución, difundido íntegramente en millones de ejemplares y también en versiones compendiadas de gran mérito, para subrayar bien los rasgos de la Europa del futuro y mostrar que tiene un alma, que se fundamenta en unos valores y que declara unos fines de promover la paz y el bienestar, de ofrecer un espacio de libertad, seguridad y justicia, sin fronteras interiores, y de favorecer un desarrollo sostenible y una economía social de mercado tendente al pleno empleo y al progreso social. De comprobar también que el alma de Europa es de naturaleza radiante porque o difunde sus libertades o importará esclavitudes, porque o contagia prosperidades o contraerá precariedades. Esta vez, la bandera de Europa no está impregnada en sangre. Vale votarla.
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