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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Una colada en Palermo

Desde hacía algún tiempo estaba sintonizada con Sicilia, pensaba que tarde o temprano encontraría el momento y la ocasión para el encuentro.

Aterricé en la capital, Palermo, ciudad que no se asombra de ver y oler cómo se asan todo tipo de carnes o pescados en plena calle; de que sus habitantes tengan como norma pasarse por alto el código de la circulación e ir a por los peatones en los pasos de cebra, entre gritos de unos y otros; de que las calles estén llenas de basura bajo pintadas en las paredes que lo prohíben, y de fachadas tan descascarilladas como apuntaladas con balcones amenazando con caerte encima, desde los que lanzan cestos atados a una cuerda para subir pequeñas cosas. Al contrario que Palermo, yo sí me asombro. Admiro la belleza de las cúpulas de la Martorana; la arquitectura normanda de la catedral de Monreale, con sus mosaicos bizantinos y su claustro de 228 columnas, todas distintas.

En el noreste de la isla, Taormina, con el majestuoso Etna vigilando y humeando. Desde su teatro grecorromano, la vista es tan impresionante como cinematográfica.

En el sureste, mi debilidad, Siracusa. Me sumo a los que la consideraban la ciudad más bella del mundo griego. Paseando por su centro histórico, en la isla de Ortigia, al entrar en su catedral me invadió un sentimiento entre la sorpresa y la incredulidad. Fue construida sobre el antiguo templo de Minerva, cuyas columnas son ahora aún más sobrecogedoras porque sostienen un techo que las protege. Hacia el sur y no lejos de allí, Noto rompe la sobriedad arquitectónica del templo de Minerva y nos adentra en el barroco esculpido, en una piedra tan dorada que los destellos del sol la vuelven cegadora. El sur todo es contraste, del desorden de la horrible y amontonada ciudad de Agrigento al orden y la serenidad del valle de los Templos.

En definitiva, Sicilia es para echar las campanas al vuelo, dejar que te entre por los ojos todo lo que han dejado fenicios, griegos y romanos, y reparar o no en los tendales, según lo que se esconda detrás de ellos.

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