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Progresistas

Confieso que tenía ciertas dudas sobre el asunto, pero ahora ya estoy casi plenamente convencido de que el peor enemigo de la izquierda, y del progresismo en general, está dentro. Escuchaba el otro día en la radio a un economista de esos que se autodenominan militantes de la economía alternativa diciendo cosas como que la Constitución Europea era un texto deleznable, porque, entre otros aspectos criticables, incluía decenas de veces el término mercado y competitividad, y sólo una vez hablaba de aspectos sociales o del pleno empleo (lo cual, además, no es cierto). El mensaje de fondo, ya se sabe, era eso de que Europa es cosa de mercaderes, más bien que de ciudadanos, y otras lindeces por el estilo. Y uno, que ha estudiado más o menos en los mismos libros, no acaba de entender cómo podría conseguirse el pleno empleo y una Europa social de verdad sin competitividad y sin mercado. Ellos deben saberlo, desde luego, pero lamentablemente nunca lo explican.

Lo sorprendente es que no les importa en absoluto; este tipo de falacias funcionan muy bien desde el punto de vista mediático y el mensaje cala, tanto cuanto más científico y progresista parezca el autor de tamaña simpleza. ¿Es posible que a esta alturas de la Historia, con lo que ha llovido, todavía haya economistas que piensen que el mercado es un instrumento de la derecha, o que basta con que una constitución cite el pleno empleo para que éste se consiga automáticamente como por arte de magia? Lógicamente uno, en su ingenuidad, podría preguntarse ¿si el mercado, con sus mercaderes y su competitividad, no existiera de dónde saldrían los impuestos para hacer frente al gasto social?, pero obviamente todo el mundo sabe que ésta sería una pregunta claramente sospechosa y, con toda probabilidad, calificada de "neoliberal". Y ya sabemos lo que esto significa en los tiempos que corren.

Pero los progres que se reclaman de verdad, no sólo se muestran en desacuerdo con la Constitución por razones económicas, también lo están por otras tan filosóficas y esenciales, como por ejemplo aquella en la que se sugiere una mayor fortaleza militar europea, lo cual, naturalmente, ellos enseguida contraponen, de manera tan pueril como equivocada, a la estrategia pacifista que también se define explícitamente como uno de sus objetivos principales. ¿Piensan quizá que la mejor forma de garantizar la paz en el mundo es aceptar, como hasta ahora, que EEUU siga siendo el único árbitro y gendarme de la cosa? No puedo creerlo, pero desde luego, parecerlo lo parece.

Y eso sin mentar todas esas falacias relacionadas con el presunto desprecio por la Europa de los pueblos en favor de la Europa de los estados, o aquellas otras que pretenden convencernos de que nuestra Constitución garantiza el derecho a la vivienda mientras que la europea no, y demás verdades a medias que acaban siendo burdas mentiras. Por no entrar en el extenso epígrafe de críticas dirigidas al volumen, peso o excesiva extensión del articulado. Algunos incluso han llegado a decir que es tan larga y compleja que no les queda tiempo, de aquí al 20 de febrero, para leerla. O sea que la mayoría de españoles, que no han leído más que una pequeña parte de la Constitución del 78 y algunos párrafos iniciales del correspondiente estatuto de autonomía, ahora no pueden votar sin saber qué va a ocurrir exactamente con las Islas Feroes o Groenlandia (por hablar sólo del apartado "Dinamarca").

Pero el problema más grave es que estos mismos progresistas que ahora nos aleccionan de manera tan erudita sobre la necesidad de que digamos no, resulta que son los mismos que nos largan de vez en cuando esas peroratas morales sobre la necesidad de una política de brazos abiertos con los inmigrantes, creándonos mala conciencia al recordarnos todas esas boludeces acerca del colonialismo pasado, o sobre quién es el verdadero responsable de su pobreza histórica y demás penalidades. ¿Será tan difícil entender que resulta altamente aconsejable que las personas que entren al país vengan con un contrato debajo del brazo porque si no se verán irremediablemente abocados a la marginalidad y la delincuencia?

Por no hablar de esa fascinación inexplicable que sienten por Hugo Chávez (y su extensa falange de "círculos bolivarianos" defensora del régimen), protector de los pobres oprimidos (con los ingresos extras del petróleo, por supuesto) y azote del imperialismo yanqui, mientras Venezuela se sume en la división, el enfrentamiento social y el marasmo económico, sin que él jamás tenga, miren qué casualidad, culpa de nada.

Habría muchos más ejemplos, pero no quiero seguir, más que nada por temor a herir la sensibilidad de aquellas personas que creen de buena fe en toda esta sarta de argumentos simplistas, por el mero hecho de que, en ocasiones, llevan la etiqueta de "izquierdas", impidiéndoles ejercer una crítica sensata y ponderada de la realidad, que es, como siempre, mucho más compleja y contradictoria de lo que piensan estos progres de manual.

Quizá ésta sea la razón de que me sienta cada vez más confuso (ideológicamente hablando) y me sorprenda corriendo desesperadamente en dirección contraria a este progresismo de nuevo cuño que últimamente me persigue por todas partes. Claro que también puede ser paranoia, o, simplemente, cosas de la edad; quizá, incluso, me esté aburguesando. El problema es que, miren por dónde, no me siento en absoluto culpable por ello.

A modo de ejemplo, observen con qué claridad me expreso: Sí a la Constitución Europea. ¡Y además no pienso leerme los anexos!

Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

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