'Titanic español'
¿En qué se parecen Rajoy e Ibarretxe? Ambos son víctimas del inmovilismo histórico, del identitarismo, de la nación. O al menos lo parecen. Socialmente, uno es lo que parece; y si íntimamente es o quiere ser otra cosa, allá él con su problema. Se es nuestra proyección, pues rodeados de gente vivimos.
Hay conceptos anticuados: patria, nación, identidad colectiva... Pro patria mori es un concepto medieval. Juana de Arco, por citar sólo un ejemplo, luchó apasionadamente contra los ingleses, en nombre de la unidad del "santo reino". Para Sancho Panza, sin embargo, la patria era su aldea; para don Quijote, ni eso. Pero a las gentes se las moviliza con palabras altisonantes. En cuanto a la nación, si fuera un concepto nítido y bien delimitado, no se habrían derramado torrentes de tinta para definirlo. Ocurre lo mismo con las señas y enseñas y los arrebatos y las divagaciones chirles en torno a la identidad colectiva, idea brumosa donde las haya. "Yo sé quien soy", le dijo don Quijote al labrador que se lo encontró tundido y se empeñó en identificarle. Vale, yo no sé bien quien soy, pero sí lo que no soy. Los árboles tienen raíces y no soy un árbol. No me hagan sentir lo que no siento, no me hagan miembro de algún colectivo con pedigrí. No estoy solo, el número de heterodoxos es mayor del que se piensa. Hay cosas que se nos imponen y a las que se da conformidad porque no vale la pena discutirlas. Leemos a menudo que "eso es un rasgo muy valenciano", pero salga usted de aquí y se topará con el mismo rasgo por todas partes. Las diferencias colectivas son anecdóticas y sólo sirven para enredar y hacer mala literatura. Existe la identidad individual, pero incluso ésta es cambiante y cuanto más inteligente y culto el individuo, más cambia. De Maitre y Bonald, fuertemente identitarios, ¿encarnan la identidad nacional francesa? En realidad, son gemelos de Donoso Cortés, mientras que al francés Marbly, habría que buscarle otro lugar de nacimiento.
"Soy nacionalista porque me obligan a serlo", escribió Fuster. Las prisas de quien está obligado a ganarse el pan con la pluma pueden explicar este error. El nacionalismo es un sentimiento que se tiene o no se tiene. Si el centralismo nos ha tratado mal no por eso me voy a hacer nacionalista. Tal relación causa efecto puede generar un sentimiento de odio al opresor, pero no de exaltación íntima y amorosa de lo propio. Fuster, debió haber escrito "actúo como nacionalista porque me obligan a hacerlo". Ésa ya es otra historia y harto distinta al nacionalismo ancestral de Ibarretxe y su entorno. Valiente lección nos dieron en el Congreso. No hablo de Carod Rovira porque sus orígenes me hacen dudar. Lo que sí es obvio es que cada intervención suya es agua de mayo para los populares y hiel para los socialistas. En la práctica, un gran quintacolumnista de las huestes que, como Ibarretxe y los suyos, se nutren de un pasado tan triste que sería mucho mejor olvidarlo. Los países que olvidan su historia están condenados a repetirla, escribió Ortega. O sea, que el conocimiento de la historia es una vacuna contra la contumacia en el error. Me siento más próximo a Zapatero, para quien el hombre es el animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Dos? Las que se tercien. Con el agravante de que el mismo error se hace más dañino con la repetición, pues a la frustración objetiva se suma la carga de las frustraciones anteriores.
Estuvo magnífico Zapatero. "Dejemos a la historia que descanse... en cada momento, el mundo es responsabilidad de las generaciones vivas. Sabemos que ha habido demasiada gente que en nombre de las generaciones pasadas ha arruinado el futuro de las generaciones presentes". Ecos de Jefferson reforzados con su apelación a los conceptos que hoy suenan bien: ley, ciudadanía, democracia, libertad. (Las concesiones al patriotismo son parte inevitable de la tramoya).
Los vascos dijeron lo profetizable. Doscientos años de conflictos con el Estado español no pueden tener otro fundamento que el choque de identidades, dijo el pedante portavoz de cuyo nombre no quiero hacer el esfuerzo de acordarme. Un conflicto sin más salida que el de la "libre asociación", en la que el Estado retendría competencia tales como la ¡moneda!, que es el euro. No tengo el menor deseo de extenderme en lo archisabido. Que hable EL PAÍS: "Volvió (Ibarretxe) a tópicos como el de los 200 años de conflicto con España o a silogismos como el que su plan era consecuencia del incumplimiento por el Estado del Estatuto de Gernika. Afirmación incompatible con el hecho de que el 90% de lo recaudado en Euskadi se queda en la comunidad vasca, y con su opinión de que todo ha ido estupendamente gracias al Estatuto de Gernika". Todo ha ido estupendamente... como pasos necesarios hacia la desembocadura que es el Plan Ibarretxe.
Rajoy. Su intervención impresionó a muchos, fue la más seguida en televisión y le sacó dos décimas de ventaja a Zapatero, aunque otras preguntas de la encuesta más que anulan la mínima ventaja. En realidad, no dijo nada que no hayamos oído docenas de veces. En la forma, un "populismo civilizado", pero no exento de aristas. Empezó con tono ponderado, aunque sin el estilo de un tribuno conservador inglés. Luego se fue exaltando porque su flema es postiza y una persona así, de ira contenida, no puede remediarse a sí misma. Ocasionalmente, una salida con gracia sui generis, de no mal pronóstico.
Pero la España de Rajoy es la del antierasmismo y la Contrarreforma, la de la cerrazón religiosa, la de la insensibilidad política castellana y el cerrojazo a la Ilustración. Un rival temible para un innovador como Zapatero, quien ya tiene muchos entre sus propios aliados. Tan peligrosa es la postura de Rajoy, tan desintegradora, como el identitarismo irredento de vascos y catalanes. Estos no saben olvidar, como los Rajoy no saben recordar. Unos y otros, siervos de nociones que así se avienen con la nanotecnología como yo con la hamburguesa y las sacrosantas tradiciones. Unos y otros hacen creíble su demagogia, pues saben creer lo que inventan e inventar lo que creen.
Y entre tanto, Alemania se hunde por causas más que coyunturales. Aquí murió Sansón con todos los filisteos.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.