Profesionales como reclamos comerciales
Hace muy pocos días, Luis Fernández-Galiano publicaba en Babelia un magnífico artículo titulado ¿Por qué me siento mal?, en el que se comentaba el proyecto del hotel Puerta América de Madrid, un proyecto de bajísima calidad que acumula lo peor de lo posmoderno y de lo tecno-cutre y cuyos promotores han logrado acreditarlo como un regocijo mediático al hacer intervenir la popularidad de arquitectos, diseñadores y modistas en el diseño de los interiores y en el adorno de las fachadas con la coloración artística de los toldos. Foster, Nouvel, Hadid, Isozaki, Vitorio y Luchino, Mariscal, etcétera -un piso para cada uno-, disimularán la cutrería con recursos ornamentales relegando a la propaganda comercial la solvencia profesional que habíamos apreciado tanto en estos artistas. Este episodio madrileño es un punto culminante en la degradación de la arquitectura hacia el "famoseo del lujo y de la moda": los arquitectos famosos convertidos en apañados interioristas y exterioristas para que unos promotores vulgares alcancen la gloria mediática y el éxito comercial con sus exabruptos.
Ese uso degradante de la arquitectura no se dedica sólo a la propaganda comercial de las empresas privadas. Se dedica también a los éxitos populares de la política y de la política cultural. Los alcaldes, los rectores universitarios, los ministros de Cultura de casi toda Europa acuden a ese "famoseo" sin demasiados reparos, aunque sin llegar al descalabro conceptual del hotel Puerta América. Si la convocatoria es sensata e inteligente, por lo menos sirve para tantear un panorama de las diversas vanguardias de la arbitrariedad formal al servicio del negocio ("los edificios de moda diseñados por arquitectos de moda se alquilan antes", decía Donald Trump). La reciente consulta para el Learning Center de la École Polytechnique de Lausanne es un ejemplo completo. La exposición de los 12 proyectos solicitados permanece todavía abierta y permite clasificar esas vanguardias cuyo punto de coincidencia es sólo el esforzado logro de un impacto formal insólito, inesperado e incapaz de crear modelos para una relativa normalidad. La falsa ingravidez de la geometría aleatoria de Zaha Hadid, la orografía artificial de Herzog & De Meuron, el cambio de escala del bibelot de Mecanoo, el catálogo tipológico de Jean Nouvel, la escultura triangular alabeada de Rem Koolhaas, la almohada perforada con trazos ameboideos de Sejima y Nishizawa se imponen como imágenes prepotentes sobre los pocos proyectos que intentan la discreción de lo funcional, como, por ejemplo, el de los españoles Abalos & Herreros. El proyecto de Sejima -emparentado formalmente con otras experiencias de Koolhaas, porque ya no caben tantas novedades- ha sido escogido, por unanimidad, para su ejecución con el convencimiento de que será un nuevo y definitivo icono en este paisaje todavía discreto y poco manoseado del lago Leman. Esa calidad icónica habrá sido, sin duda, la base de las discusiones del jurado calificador.
Casi contemporáneamente a esa petición de proyectos, se ha celebrado en la misma Lausana un concurso para el proyecto del nuevo Museo de Bellas Artes, en otro emplazamiento también al borde del Leman. Ha sido una convocatoria internacional, abierta y anónima, y el resultado ha marcado una línea opuesta al del Learning Center porque casi todos los proyectos clasificados se esforzaban en no pertenecer a las vanguardias artísticas de lo arbitrario, sino a la madurez y la sensatez de aquella tradición centroeuropea que se puede adivinar todavía en los trazos estilísticos del Movimiento Moderno.
Esta contraposición entre alarde creativo a la moda y adecuación realista se ha producido también hace pocas semanas en Las Palmas de Gran Canaria, pero esta vez a partir de posiciones ya comprometidas y enfrentadas. Se trataba de una importante intervención en el frente marítimo para la cual el Ayuntamiento y la autoridad portuaria pidieron propuestas a seis arquitectos de prestigio internacional -Pelli, Moneo, Grimshow, Sejima, Ferrater, Van Berkel-, los cuales ofrecieron proyectos que actuaban con grandes operaciones arquitectónicas, potentes imágenes icónicas que por sí solas pretendían generar una transformación. Los ciudadanos protestaron contra esa posición tan discutible profesional y políticamente y el Colegio de Arquitectos reaccionó recurriendo contra la operación y convocando un concurso abierto y anónimo del que se esperaban propuestas más atentas a los problemas urbanísticos generales, más modestamente locales, que sirvieran para reflexionar sobre problemas estructurales más generales que los de estilo y representación que primaban en los encargos oficiales. Naturalmente, también contaba la voluntad de abrir la participación más allá de las supuestas garantías propagandísticas de las supuestas estrellas internacionales. Efectivamente, como consecuencia de este concurso han aparecido propuestas -sobre todo de arquitectos y urbanistas canarios, mejor conocedores de los problemas locales- que permiten refundar el tema y enfocar soluciones serias y realistas sin tener que acudir a exabruptos de autor. Por otro lado, es un magnífico ejemplo que debería cundir: apoyar la profesión reforzando el alto nivel de exigencia sin imposiciones externas presuntuosas y demagógicas y encauzar los temas colectivos fundamentales. Evitar que los buenos profesionales se utilicen sólo como reclamos comerciales. A veces pensamos que los colegios son instrumentos anticuados y hasta reaccionarios, pero ahora los canarios han demostrado que estas instituciones pueden actuar eficazmente a unos niveles más colectivos y menos gremialistas.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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