Revisión de tres relatos
El pintor Fito Ramírez-Escudero (Bilbao, 1955) se ha enfrentado a dos retos al exponer en lo que fuera hasta hace pocos meses mercado municipal de Erandio, no sólo porque ha tenido que llenar un espacio de casi 500 metros cuadrados de pared, sino porque su exposición viene después de la que realizó con altísima nota en ese mismo ámbito el guipuzcoano José Luis Zumeta.
Visto lo visto, se echa en falta el atrevimiento de haberse metido con obras de grandes dimensiones. El espacio incita a la elaboración de obras de gran formato. Zumeta lo entendió a la perfección al presentar varias piezas de seis por tres metros. En cuanto a la factura, se evidencia un frenético impulso de confusión y mezcolanzas. Hay un caótico desorden, en especial cuando las convulsas grafías trazan el apunte de personajes u objetos, y en un momento dado todo se trunca al gestarse un arrepentimiento de esos apuntes. Al final de todo, los cuadros se quedan a medio acabar y, lo que es peor, abocados a una mezcla confusa. La inconcreción, por mor de los arrepentimientos, le juega una mala pasada. Todo lo contrario ocurre con los gouaches que giran en torno a una pirámide de triángulos isósceles. Ahí se muestra ágil, suelto, divertido y brillante. La lección la tiene a la vista -no otra cosa que una manera de pervivir como artista-, para lo cual tiene que ir tras la búsqueda de un tema concreto, con el trabajo de las pertinentes variantes en derredor de ese tema. De otro modo, la aventura del exceso gestualista, en caótica confusión, le conduce irrefrenablemente al poco recomendable reino de las mezcolanzas.
En la galería bilbaína Bilkin expone siete óleos Kepa Garraza (Berango, 1979). Son figuras individualizadas -hombres y mujeres-, muy recortadas, que parecen estar suspendidas en el aire. Se diría que han posado colgados de algo, sin que aparezcan los utensilios que sirvieron para esos cuelgues. Las suspensiones se realzan debido a que las paredes y el suelo de la galería, además de los fondos de los cuadros, viven en una atmósfera lechosa, enteramente blanca. Parece pintura hecha con aerógrafo. No es así. Está trazada a pincel sobre óleo muy diluido. Semeja fotorrealismo. Recuerda, por sus tonos planos, a los murales que servían de anuncio en los cines de Bilbao, firmados por Rodríguez Ortigado, allá por los años cincuenta y sesenta.
Concha Argüeso (Bilbao, 1963) utiliza papeles y tintas en su muestra de la galería Vanguardia de Bilbao. Las aguadas pequeñas están llenas de sutilidades. Son como atardeceres geométricos, repletos de recio temblor y suave fulgor. En las piezas grandes utiliza la tijera al modo de collages, para entrelazar masas quebradas blancas y negras.
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