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Entrevista:Bill Kovach | Director del Comité de Periodistas Preocupados por el Futuro de la Profesión

"La prensa compró las 'mentiras nobles' de Bush"

Si alguien ha sufrido por la conducta de periódicos como The New York Times durante la preparación de la guerra de Irak, entre ellos se cuenta el veterano periodista Bill Kovach. Este sureño de Tennessee fue jefe de la delegación del prestigioso diario en Washington entre 1979 y 1987. A sus órdenes trabajaron dos personajes que serían muy importantes. Arthur Sulzberger Jr., hijo del entonces editor del periódico, Arthur Punch Sulzberger, y su futuro sucesor al frente del imperio, hacía sus pinitos en la Redacción de Washington. También cubría allí las noticias políticas una joven periodista llamada Judith Miller. Arthur Jr. y su esposa, Gail, hicieron una gran amistad con Judith Miller y su compañero sentimental, el periodista Steve Rattner. Kovach aconsejó a Arthur Jr. mantener una prudente distancia con Judith Miller y otros periodistas. "Le dije que estaba cometiendo un error al desarrollar una amistad tan estrecha con esa gente y que ello podría convertirse en un problema para el resto de su vida", recordaría Kovach años más tarde, en 1999, a los autores del libro The Trust, sobre la historia del citado periódico. Arthur Jr. se convirtió en 1992 en el editor de The New York Times; Judith Miller, a su vez, ha escrito una gran parte de las informaciones de portada sobre la posesión de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Husein en Irak. Aunque el periódico ha admitido la falsedad de muchas de esas noticias, Judith Miller sigue en su puesto.

"Tony Blair filtraba noticias a la prensa británica sobre las armas de destrucción masiva, historias que no habían sido publicadas en EE UU"
"La voz de los periodistas preocupados por su trabajo no es escuchada suficientemente. En las redacciones no hay intercambio de opiniones"

Kovach, que dirige desde 1997 el Comité de Periodistas Preocupados por el Futuro de la Profesión, impartió el martes 1 de febrero una conferencia en la apertura del curso 2005 de la Escuela de Periodismo EL PAIS-Universidad Autónoma de Madrid. He aquí el diálogo que mantuvo con EL PAIS.

Pregunta. Las fechorías-invenciones del redactor Jayson Blair fueron exhumadas ampliamente en las páginas de The New York Times. Sin embargo, las fechorías-invenciones de Judith Miller sobre las armas de destrucción masiva no encontraron eco parecido, ¿por qué?

Respuesta. Ha sido problemático, lo sé. Si las informaciones de Judith Miller hubiesen sido objeto de una investigación similar a la realizada sobre Jayson Blair, hubieran llegado a la misma conclusión. Me parece obvio que en el periódico han protegido a Judith Miller como protegieron en un principio a Jayson Blair. No sé por qué lo hicieron. Creo que no fue Arthur Sultzberger Jr., el editor de The New York Times, quien protegió a Judith Miller. Le conozco bien. Yo fui designado jefe de la delegación de Washington en 1979. Arthur llevaba varios meses allí como periodista; Judith Miller también trabajaba en la delegación. Judith era amiga de Arthur y de su esposa, Gail. Pero creo que Arthur no la ha protegido. Otros jefes de la Redacción pueden haber pensado que poner en tela de juicio el trabajo de Judith Miller sobre las armas de destrucción masiva en Irak podría contrariar a Arthur. Esta actitud de sus jefes es la única explicación de por qué no intervinieron a tiempo sabiendo, como sabían, que las fuentes de Judith Miller, como era el caso de Ahmed Chalabi, no eran de fiar. Prefirieron mirar hacia otro lado. Los grandes periódicos, que en otras épocas interpretaron un papel crítico, decidieron, por razones políticas y económicas, adoptar una posición de principios: no enfrentarse a la Administración de Bush en el tema de Irak. O si se prefiere, concederle casi siempre, durante la etapa de preparación de la guerra, el beneficio de la duda.

P. ¿Aun cuando existieran evidencias de que la Administración de Bush no decía la verdad?

R. Hubo, sí, una cierta división del trabajo. La Administración Bush puso en marcha una política de nobles mentiras, es decir, argumentos falsos que, según los neoconservadores formados en algunas ideas del filósofo Leo Strauss (1899-1973), podían servir a una causa justa. Y la prensa compró la mercancía.

P. Durante la guerra de Vietnam la prensa ejerció de contrapoder. Fue más difícil porque se necesitaba informantes desde dentro del Pentágono como, por ejemplo, fue el caso de Daniel Ellsberg. En Irak, las mentiras eran evidentes...

R. Sé muy bien lo que pasó durante la guerra de Vietnam. Yo participé en la publicación de los papeles del Pentágono. Era a finales de marzo de 1971. Estaba yo a cargo de la delegación de Boston cuando nuestro corresponsal en Washington, Neil Sheehan, me llamó desde Cambridge para pedirme ayuda. Necesitaba fotocopiar los documentos secretos que le había proporcionado Daniel Ellsberg, uno de los investigadores del Centro Internacional de Estudios del Massachussets Institute of Technology (MIT). Es cierto: en aquella época, aun con todas las cautelas y dudas, la prensa hizo de contrapoder, desafiando a varias administraciones norteamericanas por su papel en Vietnam.

P. ¿Los ataques del 11-S explicarían el papel de la prensa en apoyo de Bush durante la preparación de la invasión de Irak?

R. No tengo ninguna duda de que ésa es parte de la explicación. Los atentados fueron usados por la Administración Bush para crear una sensibilidad en los medios de comunicación. No digo con esto que no fuera legítimo preguntarse qué actitud adoptar después de los brutales ataques del 11-S. Pero ahora sabemos que hubo una operación cuidadosamente calculada. El primer ministro británico, Tony Blair, por ejemplo, filtraba informaciones a la prensa británica sobre las armas de destrucción masiva, historias que no habían sido publicadas en los medios de comunicación norteamericanos. Se trataba, pues, de hacer picar a la prensa en Estados Unidos, captar su atención para que, a su vez, entrara a competir por historias presuntamente exclusivas sobre Irak y la amenaza que podía representar Sadam Husein para la seguridad de la región y para Estados Unidos.

P. Un año después de la invasión, la gran prensa siguió a la zaga de medios menos relevantes en la cobertura informativa, ¿no fue ése el caso de las torturas de Abu Ghraib?

R. Es cierto. Seymour Hersh, con quien he trabajado hace muchos años, me llamó cuando obtuvo el informe del general Antonio Taguba para la revista New Yorker. Creo que esa información ha tenido un impacto positivo en la prensa norteamericana. Primero, el tipo de periodismo que Seymour Hersh hace ahora es único. Es increíble que The New York Times llevara a sus páginas la historia de Abu Ghraib después de que ésta apareciera en New Yorker. ¿Usted cree que una cosa como ésta hubiera ocurrido hace treinta años? No. Y esto me hace sentir bien... La parte mala, en segundo lugar, es que las raíces de las conductas descritas en Abu Ghraib están en las cárceles de Estados Unidos, donde el tipo de vejaciones denunciadas está a la orden del día. Es rutina. Pero nadie ha informado sobre ello...

P. Usted forma parte del Comité de Periodistas Preocupados por el Futuro de la Profesión. ¿Esa preocupación por la conducta de los medios es real?

R. Es un hecho que la voz de aquellos periodistas que se preocupan por su trabajo no es escuchada suficientemente, que en las redacciones no existe intercambio de opiniones ni trabajo colectivo. Es necesario que los periodistas puedan sentarse frente a un secretario de Estado con la seguridad para exigirle pruebas y documentos sobre lo que está sosteniendo en cierto momento. Los periodistas no se han detenido un solo día en estudiar cómo se hace esto. Los políticos, en cambio, llevan cientos de años analizando qué técnicas psicológicas son las más adecuadas para convencernos a los periodistas.

P. ¿Cuáles son los medios de comunicación en los cuales es más urgente reforzar el trabajo?

R. Sin duda, en los medios audiovisuales. Tienen un impacto extraordinario. Pero no invierten en el periodismo de verdad; se gastan el dinero en estupendas imágenes. Son maravillosas, pero... Lo que ha pasado con la CBS y el informe falso sobre el servicio militar de Bush ha sido deplorable: sensacionalismo y baja calidad profesional.

P. ¿Cuál sería su resumen sobre los cambios que tuvieron lugar entre el periodismo de los años setenta y ochenta, por ejemplo, y el que se ejerce en estos momentos?

R. El público tiene hoy día a su disposición todos los medios para saber qué pasa de verdad. El cambio más importante es que deberíamos ser más abiertos y honestos con la gente a la que estamos informando. Si hacemos un ejercicio de transparencia, por ejemplo, y explicamos por qué razón no hemos publicado una historia determinada, o el motivo por el cual hemos relegado, por ejemplo, una información a la página 18, si conseguimos ser honestos con el lector, entonces no lo habremos de perder. Porque no le decepcionaremos como hoy día.. Desarrollar una nueva relación con nuestra audiencia y una conducta más transparente son dos grandes retos. No sé cómo debería hacerse, pero estoy convencido de que es algo decisivo.

P. En marzo de 2004, el presidente Bush bromeó en una cena con medios audiovisuales sobre las armas de destrucción masiva. El presidente mostró una fotografía en la que aparecía agachado a cuatro patas en el Despacho Oval con el comentario: "¡Esas armas de destrucción masiva deben de estar en alguna parte!". En la cena, los periodistas rieron la gracia. ¿Es eso normal?

R. No lo creo. Se rieron porque sabían que era lo que Bush esperaba de ellos. Cuando yo era jefe de la delegación de The New York Times en Washington fui a la Casa Blanca dos veces en ocho años Nunca creí que la gente del presidente debía tener acceso a mí para decirme lo que debía hacer. La primera vez fue con el presidente Jimmy Carter; la segunda, con Ronald Reagan. Eso fue todo.

El periodista estadounidense Bill Kovach, que el pasado martes disertó en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS.
El periodista estadounidense Bill Kovach, que el pasado martes disertó en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS.BERNARDO PÉREZ

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