Una ley para valientes
¿Le podemos pegar una paliza al ladrón que entra en nuestra casa, o debemos ofrecerle una taza de té?, se preguntaba hace un año un columnista del diario londinense The Times.
Los lectores conocían la respuesta: té y, si hay pastas, té con pastas.
Pero ahora, con la nueva ley de protección del domicilio, se despejan las dudas. Sí, al ladrón se le puede propinar una buena paliza, y hasta dejarlo para el arrastre, siempre que no te pases de la raya. La respuesta a la agresión debe ser razonable y proporcionada.
Al saltar la noticia he telefoneado a un amigo mío que vive en Cambridge ¿Qué va a pasar con esa nueva ley?, le he preguntado. Y me ha dicho que personalmente está encantado porque si ahora entra en su casa un desconocido y lo sorprende llevándose la sopera de plata de su bisabuela, le partirá la cabeza con el cucharón, que también es de plata. Y si eso no es bastante y el desconocido pretende además de llevarse la sopera de su bisabuela llevarse a su chica a la cama, no te digo, él ya no está atado de pies y manos por la antigua ley. Sacará el fusil con el que cazaba zorros antes de que otra ley se lo prohibiera, y le pegará cuatro tiros al intruso y se acabó la historia.
Falta saber si el miedo que se apodera de tu cuerpo cuando alguien entra en tu casa es un miedo capaz de alterar tus facultades mentales y tu capacidad de discernimiento
Al oírlo me he puesto a temblar. Lo conozco. Sé que puede hacer eso. Y que a lo mejor, y tal como sube la estadística de asaltos a domicilios en todo el país, la semana próxima me llama y me dice: ya está, saqué el fusil, me lo cargué como a un zorro y le puse la sopera a modo de trofeo.
La verdad es que estaban hartos. Se habían dado casos de víctimas que habían sacado una pistola de juguete y había encañonado con esa falsa pistola al ladrón que era verdadero, y su sorpresa fue ser arrestado por la policía acusado de empuñar un arma. Y otro, esta vez un farmacéutico, sufrió un robo con intimidación y pudo identificar al agresor porque era un cliente y tenía sus datos. Mal hecho. La policía tomó nota pero tuvo que afrontar un juicio por revelar datos confidenciales, algo castigado por la ley.
Esto también nos pasa aquí, en España. Tienes que ir con guante blanco a la hora de ponerle la mano encima a alguien si entra en tu piso y lo sorprendes revolviendo los cajones. Si le das un golpe y le dejas señal, el tipo te denunciará por un delito de agresión con resultado de lesiones y es probable que aún tengas que pagarle una indemnización.
Pero se diga lo que se diga, los ingleses son pragmáticos. Cuando han comprendido que así no podían seguir, el gobierno de Tony Blair ha sacado esta ley a la que yo llamaría la ley de donde las dan las toman. Naturalmente es una ley polémica. Y Tony Blair ya ha advertido de que no todo el campo es orégano. Que no vayan a creerse los ciudadanos que si matas al intruso cuando podías haberlo dejado nada mas que inconsciente vas a salir bien parado. Un homicidio es, y seguirá siendo, un homicidio. La ley tampoco autoriza a tomarte la justicia por tu mano, pero al menos no te corta esa mano. Puedes utilizarla con cierta moderación.
Falta saber si el miedo que se apodera de tu cuerpo cuando alguien entra en tu casa y puede ir armado es un miedo capaz de alterar tus facultades mentales y tu capacidad de discernimiento necesarias para medir el grado de violencia que debes utilizar. ¿Podrías confundir un puño americano con la manopla de quitar polvo?
Por su parte, el jefe de la policía en Londres ya ha advertido del peligro de interpretar mal esa ley. Teme que muchos se sienten a ver la tele con el palo de golf al lado. Y que nada más oigan algún ruido sospechoso le sacudan con el palo de golf al lechero, por ejemplo, o un vecino que olvidó llamar al timbre.
Los ingleses han sido educados en el principio de que hay que ser razonable, y de que es preciso no perder nunca la sangre fría, la compostura, el equilibrio. Si el mundo se desploma a tu lado, no por eso debes doblar las rodillas o echar a correr. Debes mantenerte tieso, como los soldados a las puertas de Buckingham Palace. Les haces cosquillas, les soplas encima de la nariz, y no se inmutan. Son, y deben ser como la reina. Inexpresivos. Y no parecen de verdad sino réplicas del museo de cera.
Hace años, cuando yo vivía en Inglaterra, tuve que dar la noticia de un intruso que sorprendió a su majestad en su propio dormitorio. Había saltado las tapias del Palacio. Y había llegado a los mismos pies de la cama de la soberana porque, dijo, quería verla durmiendo. Gracias a ese embarazoso incidente se supo que su marido, el duque de Edimburgo, no dormía en la misma habitación que Isabel II.
Pero ¿qué hará, con la nueva ley, uno de esos soldados nepaleses que la soberana lleva a todas partes mordiendo el machete si sorprenden a un intruso en las dependencias reales? Es fácil imaginarlo.
Los críticos de la nueva ley piden que se clarifiquen todos los extremos que permanecen oscuros, o ambiguos. Pero será imposible debido a la personalidad misma de los ingleses que prefieren una ley ambigua que una ley inflexible, cerrada y dogmática. Les apasiona la interpretación de la ley casi más que la ley en sí. Y encima creen en ese principio anglicano que asegura que todo tiene dos maneras de ser visto y valorado: on one hand, and on the other hand. Es decir, por un lado es conveniente considerar esto sin olvidar que por el otro tenemos que considerar esto otro.
En definitiva se trata de conciliar los derechos del ladrón y los derechos del ocupante de la vivienda.
Nadie sabe ahora si con la nueva ley va a descender ese tipo de delito, o si va a desatar otros delitos en paralelo. Tampoco se sabe si va a fomentar la venta y el uso de armas para repeler una agresión. O si a las personas hasta ahora pusilánimes las va a hundir la ley porque ya no podrán utilizarla como tapadera o pretexto de su cobardía. Y creo que, de puertas adentro, este sería el efecto mas demoledor.
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