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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Seduce y destruye

La única respuesta posible a la pregunta ¿Quién le teme a Britney Spears? es, según Nic Kelman (Manhattan, 1971) sólo una y nada más que una. La respuesta es todos. Y todos son esos hombres de mediana edad a la búsqueda no del tiempo perdido sino de la conservación del presente que se les escapa entre los dedos y entre las piernas. Hoy estamos y mañana no y a follar que se acaba el mundo. Y mejor -mucho mejor- si el acto en cuestión es realizado con la colaboración de jovencitas de moral ligera y carnes firmes.

Así, el narrador anónimo y coral de Chicas -siempre de buena posición económica y dispuesto a ensayar otras muchas posiciones anatómicas- es descendiente directo de aquellos misóginos y finalmente antiheroicos machos de Philip Roth, Joseph Heller, Bruce Jay Friedman y Lenny Bruce; y hermano de sangre del Kevin Spacey de American Beauty. Y ya se sabe, cabe suponerlo: a la hora de la verdad, los lobos feroces siempre son derrotados por las caperucitas mucho más feroces que ellos.

CHICAS

Nic Kelman

Traducción de Julieta Lionetti

Poliedro. Barcelona, 2004

219 páginas. 15 euros

De ahí que Chicas -mezcla de novela, monólogo de stand-up comedian impotente pero en celo, diatriba de hombre erecto y casi antología de ese subgénero de la literatura americana que son las cartas a la revista Penthouse- sea finalmente un pedido de auxilio, una botella a ese océano donde nadan las lolitas milenaristas y una versión vencida y resignada de aquel seminario de reafirmación masculina que, con el nombre de Seduce y destruye, vendía el gurú Frank T. J. Mackey -Tom Cruise- en el filme Magnolia.

El libro -que se lee rápido y

sin pausa y que es tan astuto como inteligente- está organizado como anécdotas/relatos donde se exploran los lugares comunes y las camas más frecuentadas de la cuestión a la hora de los encuentros con estas nenas notables ("chiquillas que mimar y malcriar. Chiquillas a quienes les daríamos todo. Todo. A excepción de nosotros mismos. Porque al igual que a un niño, no les interesamos. No nos entenderán"); y aquí vienen y éstas son: la novia que se comparte con el colega, la stripper universitaria, la hija adolescente de los amigos, la prostituta nueva y exótica, la modelo que "ya no es tan joven" pero que "todavía tiene un culo estupendo", la hembra desplegable de revista porno y, por supuesto, la esposa "que apartará tu mano y se dará la vuelta hacia el otro lado". Entre unas y otras, escritas y manipuladas con una gracia triste que indignará a feministas, se ubica lo más interesante del libro. Lo que convierte a Chicas -debut originalmente presentado por Kelman como tesis de graduación en Brown University- en algo más que un artefacto caliente y lo acerca a esos tractats de nueva filosofía firmados por Alain de Botton & Co: entre un polvo y otro se alzan las rocas de disquisiciones históricas y sociológicas, investigaciones lingüísticas sobre la palabra coño y polla, el porqué del incremento de la actividad intelectual masculina inmediatamente después del orgasmo, constantes alusiones a Ilíada y Odisea como textos que ya lo dicen todo -a partir de los arquetípicos Aquiles y Odiseo- sobre las masculinidad de nuestros días y explican "no el odio que sentimos hacia vosotras, sino el resentimiento". La opción -según Kelman- es no hacer nada, dejarse llevar, ser fiel, creerse feliz, sublimar el inevitable impulso y el reflejo comprándose una moto o "coleccionando cómics muy caros". En resumen: "Ponerse en ridículo sin obtener nada a cambio". Es un argumento discutible para un libro que -según su autor en una entrevista- fue escrito a modo de exorcismo y "para no acabar pensando lo que piensan los hombres de Chicas que, finalmente, no es otra cosa que una exploración de los temas que hacen que los hombres se conviertan en verdaderos cretinos".

Chicas comienza con una pregunta, "¿con qué propósito se tornaron tan jóvenes?", y termina con otra: "¿Cómo nos volvimos tan abyectos?". En su amplio centro se oyen varios de esos jadeos y sollozos que, no en vano, fueron definidos con poética justicia por un francés como la pequeña muerte.

Kevin Spacey y Mena Suvari, en una escena de 'American Beauty', de Mendes.
Kevin Spacey y Mena Suvari, en una escena de 'American Beauty', de Mendes.

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