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Columna
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Auschwitz desde España

Antonio Elorza

En nuestro país, la memoria de Auschwitz tiene un nombre: Violeta Friedman. Violeta se vio envuelta a los catorce años en la deportación masiva de judíos húngaros a Auschwitz en la primavera de 1944. Rumania no entregó a sus judíos; Hungría sí lo hizo. Empezó entonces su tragedia, la de su familia y la de todos los comprendidos en la deportación. "Tengo la sensación de vomitar cada vez que digo esa palabra: Auschwitz-Birkenau -nos cuenta en las memorias que redactó con la ayuda de Ángeles Caso-. Vomitar un monstruo que llevo dentro. Pero debo contener mi náusea y tratar de explicar cómo era ese lugar con nombre de infierno". Violeta Friedman sobrevivió, pero las secuelas físicas y psíquicas la acompañaron toda su vida, con una tuberculosis ósea unida a problemas respiratorios que la inmovilizó en sus últimos años.

Probablemente Violeta hubiera sido una víctima anónima más del Holocausto, a pesar de la supervivencia, de no haberse producido en 1985 un incidente singular: la exhumación del cadáver del doctor Mengele en Brasil para comprobar su identidad. Desde la pantalla de TVE, el viejo nazi belga Léon Degrelle tomó la palabra para protestar ante "la profanación" y manifestar que su único arrepentimiento era que Hitler hubiese perdido la guerra. Poco después, en Tiempo, Degrelle cuestionó la existencia de los hornos crematorios. Ni TVE ni el semanario abrieron sus páginas a Violeta, residente en Madrid, para la réplica. Tuvo que hacerlo desde la sección de Cartas de este diario. La carta encendió la polémica y abrió la puerta a una difícil acción penal que en 1991 culminó el Constitucional, tras lamentables reveses en tribunales inferiores, sentenciando que la libertad de expresión no podía servir de amparo al fomento de la xenofobia y del racismo. Último fruto de la actuación de Violeta: la ley que en 1995 tipifica la apología del delito de genocidio. La incitación a la discriminación resultaba también penada. La tenacidad de Violeta nos había hecho donación a todos los españoles de una aportación legal decisiva para la defensa de la democracia.

A pesar de su físico cada vez más deteriorado, Violeta Friedman se entregó de lleno a la lucha por difundir sus ideas, que iban más allá de una intención punitiva de los culpables. Tuve ocasión de invitarla en varias ocasiones a actos multitudinarios celebrados en la Facultad de Políticas, con una respuesta sensacional por parte de los estudiantes. Comprobé entonces que Auschwitz era ante todo para ella, como para Primo Levi, el punto de partida de cara a una reflexión más amplia frente a los intentos de minusvalorar lo sucedido. Partía de una posición muy clara. Perdonar sólo era posible en el caso de existir una prueba fehaciente de arrepentimiento de los verdugos, y de su mutación en fiscales de su propia actuación pasada. Algo, pienso, perfectamente aplicable a los etarras de hoy. Y olvidar, nunca. Los ejercicios de amnesia, disfrazados de humanitarismo, servían sólo para que la máquina ideológica de la destrucción se pusiera impunemente de nuevo en marcha. Su rostro se crispaba al explicarlo.

Por eso mismo sugería la necesidad de mirar con lupa aquellas valoraciones políticas que subrepticiamente legitimaran el racismo. Ejemplo: el conflicto palestino-israelí. Violeta aquí no era neutral, si bien su preferencia por Israel iba unida a un deseo de paz y de acuerdo. Le preocupaba la intensa difusión del antisemitismo en los países musulmanes bajo la capa de denunciar la política hebrea.

Y la tragedia podía repetirse en otros lugares y con otros rostros. Las advertencias de Violeta Friedman adquieren un valor más amplio. Por eso, la descripción del horror no es un fin en sí mismo, sino un llamamiento, casi un grito de alarma, contra la pasividad con que nuestras sociedades miran las causas que lo desencadenan. El negacionismo, los negacionismos, impiden la reflexión sobre la génesis de la barbarie. Y la complicidad del silencio se convierte en responsabilidad criminal cuando el proceso de destrucción sigue su curso. Más aún, cuando una fuerza política llega a apoyarse en él. Caso del nacionalismo democrático vasco hoy en relación a ETA. Es la división del trabajo puesta al servicio de la eliminación del otro. Antes de enviar los judíos al matadero, los antisemitas se conformaban con su expulsión.

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