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Columna
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Víctimas y verdugos

Las agresiones -verbales e incluso físicas- sufridas por el ministro de Defensa, José Bono, y la eurodiputada Rosa Díez en la manifestación convocada el pasado sábado en Madrid por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) para exigir el cumplimiento íntegro de las condenas de los presos de ETA no descargaron paradójicamente su cólera contra la banda criminal sino contra el Gobierno y el PSOE. Poco les importó a esos vociferantes energúmenos que los destinatarios de sus insultos y zarandeos se hayan destacado durante estos años por su generosa y apasionada defensa del recuerdo solidario de quienes fueron en su día víctimas de ETA: el blanco del ataque era su militancia socialista. Los núcleos de potenciales linchadores se dirigieron luego a la sede social del Grupo PRISA y de la SER en la Gran Vía madrileña para usurpar de nuevo la causa de las víctimas y convertirse en sus ilegítimos portavoces al lanzar todo tipo de infamias contra los periodistas que trabajan en esos medios de comunicación.

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Una nota del Gobierno atribuyó al día siguiente la culpa de los incidentes a instigadores "que sienten absoluta indiferencia por el dolor de las víctimas y únicamente persiguen objetivos políticos extremistas". Cabe temer, sin embargo, que ese simplista diagnóstico no sirva para explicar la complejidad de una sectaria patología política que empieza a poner en peligro la pacífica convivencia social y a proporcionar a los terroristas el inesperado regalo de sembrar la discordia entre sus adversarios. Las fuerzas democráticas no pueden ceder a la tentación de utilizar en beneficio propio los sentimientos de piedad hacia las víctimas; en ese sentido, las extemporáneas críticas dirigidas por el PP contra el presidente Zapatero por no asistir a la manifestación (Rajoy, en cambio, resultó exonerado del mismo pecado) y la arbitraria exigencia de dimisión de Gregorio Peces-Barba como alto comisionado fueron una manera encubierta de buscar justificación al nutrido grupo de matones que agredió primero al ministro Bono y amenazó después a los periodistas de la cadena SER.

La renuncia a la ley del talión -"ojo por ojo, diente por diente" en su formulación bíblica- es un fruto tardío de la historia de la civilización y una victoria siempre provisional de las instituciones del Estado sobre la venganza tribal. Dicho sea de paso, las penas de cárcel establecidas de manera objetiva por el Derecho y aplicadas de forma imparcial por los tribunales no son una mera herramienta para la reinserción social (una función simplemente orientadora, según la Constitución de 1978) tal y como algunos creyeron candorosamente tras la muerte de Franco; la prevención y la retribución son también dimensiones esenciales de las condenas. No hace falta remontarse demasiado lejos en el tiempo, sin embargo, para constatar el oscuro regreso de la ley del talión a zonas del planeta que parecían haber dejado atrás la barbarie: el conflicto de los Balcanes resucitó en el corazón de Europa las pulsiones de muerte que acompañan siempre a las guerras civiles. Como escribió luminosamente Michael Ignatieff (El honor del guerrero, Taurus, 1999), el trabajo de duelo por los seres queridos asesinados en conflictos identitarios exige tiempo y altura moral; una sociedad desgarrada por luchas fratricidas sólo puede reconciliarse si los antiguos enemigos deciden compartir la dolorosa herencia de la muerte y aprenden a llorar juntos a sus desaparecidos para mostrar a las generaciones siguientes la futilidad de la venganza.

Los reticentes comentarios a la comparecencia de Pilar Manjón ante la comisión parlamentaria del 11-M y los desagradables incidentes del pasado sábado dan razones para temer que se esté abriendo una agria brecha entre los portavoces de las asociaciones de las víctimas del terrorismo según cuáles sean las bandas perpetradoras de los crímenes cometidos. Sin embargo, sería absurdo pasar sin solución de continuidad desde la simplista teoría de que todos los terrorismos son iguales y terminan por actuar concertadamente (la estrafalaria explicación dada por Aznar para hacer verosímil la alianza de ETA y Al Qaeda el 11-M) hasta la diferenciación de las organizaciones terroristas, no por su ideología finalista (el nacionalismo, el fundamentalismo religioso o las reivindicaciones políticas), sino por la filiación de los verdugos y de las víctimas.

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