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Euskadi: partida de mus

Antonio Elorza

Una canción tradicional vasca cuenta la historia de un mal tipo, de apodo Trabuko, que en la zona de Lesaka se hizo famoso por sus delaciones. Su personalidad respondía a un sucinto lema: "Hitzak ederrak, bihotza paltso", palabras hermosas, corazón falso. Es sin duda la misma fórmula sobre la que hasta ahora ha asentado su fortuna política el lehendakari Ibarretxe. De ese éxito no cabe dudar, lo mismo que del alcanzado ante la opinión pública vasca por la propaganda nacionalista contra la eficaz política anti-ETA del Gobierno de Aznar. Una sociedad que contempla ahora su futuro con dosis muy superiores de seguridad y de esperanza, gracias a las victorias obtenidas sobre el terrorismo de alta y de baja intensidad, olvida que el Gobierno de Ibarretxe hizo cuanto estuvo en su mano, y respecto a Sozialista Abertzaleak en el Parlamento vasco algo más, para combatir tanto la ley de partidos como las ilegalizaciones de los grupos vinculados a ETA. Su empeño consistió en lograr que siguieran en activo los causantes de la violencia. Y esa misma sociedad acepta que se presenten como los paladines de la paz.

Según la encuesta del Euskobarómetro, Ibarretxe es hoy el político vasco mejor valorado. Su Gobierno alcanza asimismo una estimación muy positiva, e incluso una mayoría de vascos, con una punta del 60% en Vizcaya, y entre ellos casi la mitad de los no nacionalistas, optan claramente por su continuidad como lehendakari. Resulta evidente que su imagen se ajusta a la perfección al estereotipo del vasco sencillo y firme, corto de ideas, pero seguro y tenaz en sus convicciones, dotado de sentido práctico, en que se reconocen muchos habitantes de la comunidad autónoma. No hace falta que Ibarretxe les explique el sentido profundo de su proyecto político, que la mayoría confiesa no entender, y de momento eso tampoco les preocupa demasiado. Confían en su aparente buena fe y responden al llamamiento identitario, en especial, claro, los abertzales, cuando el lehendakari les advierte que solamente a ellos les toca decidir sobre el futuro de Euskadi, por encima de cualquier exigencia constitucional. Desconocen qué es lo que van a votar, pero se muestran dispuestos a acudir a las urnas, a pesar de la evidente ilegalidad del eventual referéndum, comprendidos buen número de no nacionalistas. Tal es la baza con la que cuenta Ibarretxe, manteniendo la bala del terror de ETA en la recámara, para conseguir en una consulta al modo gibraltareño la mitad más uno de los votantes -ya no como en la primera redacción de los electores-, y plantear su jaque al rey, si jugamos al ajedrez, o su órdago, si lo hacemos al mus, frente al Estado democrático en España y en Euskadi.

Para acercarse a la meta soñada de la soberanía vasca, Ibarretxe ha desplegado dosis muy altas de fingimiento y de tozudez, de audacia y de cinismo (acompañado en este punto brillantemente por Imaz). Fue con ocasión del asesinato por ETA del socialista Fernando Buesa, en febrero de 2001, cuando el personaje reveló su auténtica personalidad. No tuvo inconveniente en asumir la metamorfosis en virtud de la cual lo que debía ser un cortejo fúnebre se convirtió en demostración triunfal abertzale en homenaje suyo, enfrentada a quienes despedían en silencio al político socialista. Con toda frialdad, sólo habló a los que gritaban "¡Lehendakari aurrerá!", e incluso entonces, al citar los nombres de los asesinados, puso al ertzaina por delante del que fuera vicelehendakari. Resultó la escenificación más contundente del nosotros contra ellos que ha convertido en el núcleo de su gestión, eso sí, mejorada más tarde en la forma con la adopción de un gesto compungido en cada momento trágico. Algo que nunca le impidió condenar toda lectura política de los atentados y le llevó a medir con el mismo rasero, incluso en su perorata del pasado fin de año, a las víctimas del terror y a quienes se ven obligados a desplazarse unos kilómetros para visitar a los terroristas encarcelados. Euskadi va bien, repitió hasta la saciedad en la campaña electoral de hace cuatro años, como si los muertos no existieran. Venció entonces, y su imagen se ha consolidado, lo cual induce a pensar que en el mundo nacionalista, a partir de Lizarra, ha operado un mecanismo similar al que Goldhagen describió en su libro sobre "los verdugos voluntarios" en la Alemania nazi: incapaces de oponerse a la barbarie de sus correligionarios, muchos abertzales decidieron asumir la intimidación y la violencia contra el otro como algo necesario para la afirmación de los valores patrióticos.

En ese oscuro ambiente de complicidad, se forjó la sintonía entre Ibarretxe y los suyos. Ha sido un producto lógico del vínculo entre nacionalismo democrático y violencia que fuera tejiéndose antes de su ascenso, a partir de la tolerancia de Vitoria-Gazteiz ante las actuaciones agresivas de los batasunos contra manifestaciones pacifistas y portadores del lazo azul, y que quedó anudado al cobrar forma la increíble reacción del llamado "nacionalismo democrático" tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Vista la intensidad de la reacción democrática contra el crimen, temeroso de perder su hegemonía, el PNV inició la deriva hacia la alianza con ETA. Fue la victoria definitiva del espectro de Sabino Arana. Populares y socialistas podían presentar ejecutorias de buenos demócratas, pero eran españoles o españolistas, sobraban en Euskadi, en tanto que los etarras, por muy asesinos que fuesen, eran patriotas vascos. El sabinianismo como religión política impuso su ley. Fijó los objetivos de Lizarra y, una vez rota la tregua por ETA, los del proyecto de Ibarretxe. Nada tiene de extraño que el 30 de diciembre Ibarretxe y ETA se encontraran de nuevo en la senda común.

La seguridad con que ha procedido Ibarretxe tiene también como base la fe sabiniana. Un "pueblo vasco", sujeto más biológico que étnico, con siete u ocho mil años de antigüedad, portador de una soberanía unitaria nunca convertida en realidad -cosa que Ibarretxe y Arzalluz ignoran, pues para ellos la culpa es la ocupación española de 1839-, la actualiza hoy por encima de todo límite constitucional. Ibarretxe se ve a sí mismo como el mesías encargado de cumplir esa misión trascendental. El nosotros vasco ha de eliminar de la escena política al ellos español. En el diseño de su plan, el habilidoso trabajo de unos juristas logró la cuadratura del círculo para alcanzar el objetivo, ahora con ETA en un papel complementario. A las dos caras de Ibarretxe ante el terror, siguió entonces su juego con dos barajas. La del recurso en lo posible a la vía legal y de las formas democráticas fue puesta al servicio de la segunda: un proceso constituyente ilegal, encabezado por el máximo representante de la legalidad en Euskadi. Como resultado, una Constitución Vasca, planteada por el lehendakari con estilo cesarista, a modo de carta otorgada, se disfraza para su tramitación de "reforma del Estatuto". Y ahí estamos, aproximándonos al final del recorrido.

Pase lo que pase, y aun cuando la sociedad vasca enseñe su rostro más risueño, con buena vi-da y buena cocina, espíritu deportivo y crecimiento económico, los efectos perversos del largo episodio son incuestionables. Es posible que los acompañantes pasivos de ETA abandonen en el futuro la condición de que hablara Goldhagen y vuelvan a ser ciudadanos cordiales y humanitarios, como esos carlistas que participaron en la represión de la Guerra Civil y a los que Atxaga ignora, buscando la culpa en los de fuera o en los contaminados por los de fuera. Es también posible, y por supuesto deseable, que los antiguos terroristas y sus asociados de Batasuna sufran el mismo cambio cuando acabe la pesadilla de las últimas décadas. Hay que contar con esas posibilidades, e incluso apostar políticamente por ellas, lo cual no impide percibir que la fractura entre nacionalistas y no nacionalistas, incluso entre los distintos espacios del territorio vasco, sea ahora mucho más acusada que hace diez años. La vertebración interna de Euskadi, la meta soñada de Joseba Arregui, y en la cual, a pesar de ETA tuvieron lugar tantos avances merced al Estatuto, se encuentra hoy más lejos que nunca. No se conseguirá obviamente por medio del monopolio del poder en manos de la comunidad nacionalista, según pretende Ibarretxe.

En plena huida hacia delante, con Ibarretxe sólo se podrá contar una vez que haya experimentado su fracaso. Hoy por hoy, es una pieza inmovilizada en la partida. Se ha plantado, sin derecho a pedir más cartas, y se encuentra por ello condenado a un ejercicio de demagogia permanente contra el Estado democrático opuesto a su proyecto de secesión escalonada. Después de ejercer de dictadores en Euskadi, y con la ayuda de SA, ahora nos cuentan Ibarretxe, Atutxa e Imaz que la democracia consiste en negociar. Sólo que el juego continúa y ETA/Batasuna puede aún provocar más de un sobresalto. Rompió su aparente marginación al actuar como pieza decisiva en la votación del 30 de diciembre y ahora interviene de nuevo con su Carta al presidente del Gobierno. Derrotada en el terreno militar, se ha visto obligada a hacer política, y eso no debe ser infravalorado. El juego a dos -Gobierno vasco contra Madrid- puede convertirse en un juego a cuatro, con las ventajas que siempre aporta la posibilidad de evitar el "callejón sin salida" de que habló Zapatero y, en consecuencia, de proponer una combinatoria de soluciones. Aunque se trate sólo por parte de Batasuna, como en el mitin de Anoeta, de ocultar la maniobra de fondo, orientada hacia una alianza con el tripartito a favor del plan Ibarretxe, y abunden en la Carta planteamientos rancios, tales como la propuesta de "desmilitarización multilateral del conflicto" en torno al eje Gobierno-ETA, o el tópico del "maltrato permanente por parte del Estado" al "pueblo vasco", con la consiguiente imagen de Epinal de una España inevitablemente reaccionaria y opresora. Conviene aprovechar en el debate político el mus pedido por Batasuna y buscar un mejor juego.

Ante todo, no deben caer en saco roto las referencias al abandono del objetivo independentista a corto plazo o a la necesidad de un acuerdo entre los heterogéneos componentes de la política vasca, sin frentes nacionales. Como mínimo, tal vez de modo involuntario, la segunda apreciación avala el rechazo en las Cortes a un plan como el de Ibarretxe que incumplió radicalmente ese requisito del pluralismo de origen. Y ambas constituyen una plataforma inmejorable en el plano dialéctico, de cara a la sociedad vasca, ya que el atentado de Getxo no autoriza otras expectativas, para que el Gobierno de Zapatero dibuje la perspectiva de una ampliación pactada del Estatuto ateniéndose al patrón catalán, y sin otra condición para Batasuna que arrancar de ETA una renuncia definitiva a la práctica del terrorismo. Sin concesión alguna hasta que esta condición haya sido cumplida. Gracias al apoyo del PP, la iniciativa pasaría a manos de las fuerzas defensoras de la legalidad, por lo menos en el plano de las propuestas políticas. No será fácil, y el atentado de Getxo interviene otra vez para probarlo. Sólo que en un nuevo escenario, pluralista y sin terror, las apelaciones a la reconciliación y a la convivencia democrática sí serían auténticas hitzak ederrak, lejos del aburrido despliegue de falsas evidencias, engaños y veladas amenazas a que nos vienen sometiendo el lehendakari Ibarretxe y Josu Jon Imaz, con la pelea de carneros como único desenlace previsible.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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