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Columna
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La esclava y Saura

En un acto de los denominados "lúdicos", representantes de nueve asociaciones han pedido al Ayuntamiento de Barcelona que cambie el nombre de la plaza de Antoni López por el de plaza del Migrante. Los motivos son que Antoni López, marqués de Comillas, estuvo implicado en la trata de esclavos, y eso es poco sensible con nuestra sociedad multicultural. El encuentro se llamó "la festa del dia del migrant" y, según leo, quería "hacer reflexionar sobre todo lo que envuelve a las migraciones". No faltó ni la lectura de manifiestos ni los cánticos sobre la añoranza de la patria.

Para su tranquilidad, les diré que a don Antonio López, comerciante y banquero, no se le dedicó la plaza por el hecho de ser un tratante de esclavos. Y les diré también que los miembros del Ayuntamiento de Barcelona no creo que estén a favor de la esclavitud, ni que deseen burlarse de la memoria de los antepasados de nuestros migrantes. Al revés. Mi admirado Joan Saura, por hablar de uno de los más sostenibles, ha demostrado mil veces su compromiso con los extracomunitarios y estoy segura de que cada vez que pasa por la plaza -en el cruce de la Via Laietana con el paseo de Colom- no siente ningún fervor especial por la trata de blancas. Diría que no se puede comparar el mal rollo que produce una plaza dedicada a Antonio López con el que produce una plaza dedicada al Generalísmo. En mi caso (pero ya comprendo que mi caso no es el mismo que el de las nueve entidades) las estatuas a Franco hieren mi sensibilidad, mientras que las estatuas a Antonio López, si me hieren algo, es la sensiblería. Creo que Antonio López tiene su plaza fundamentalmente por el hecho de haber sido mecenas de escritores. Y que conste que me parece fatal que traficara con esclavos. Pero también me parece fatal que Colón llevase enfermedades, muerte y esclavitud al nuevo mundo, y no por ello deseo destruir su estatua.

Pero si las nueve entidades se han molestado en hacer un acto lúdico para abolir el nombre del marqués, hay que tomarlas en serio. Yo, la primera. (Y espero que Joan Saura, el segundo). Por lo tanto, cambiar el nombre de la plaza me parece un gesto de cara a la galería a todas luces insuficiente. Si abolimos la plaza de Antoni López, tenemos que ser coherentes y suprimir también todas las obras culturales que el marqués sufragó con el dinero de la esclavitud. No sería la primera vez que se decide algo así en la historia. Por poner un ejemplo: cuando la policía decomisa música pirata, la destruye, en lugar de regalarla a los pobres, porque esa música ha sido grabada por métodos ilegales. O por poner otro ejemplo todavía más claro: la comunidad científica decidió que no era ético aprovechar los resultados de los experimentos que perpetraron los nazis (que tal vez podrían salvar vidas) porque fueron posibles gracias al sufrimiento.

Por lo tanto, después de suprimir la plaza de Antoni López, deberemos suprimir la obra de mosén Cinto Verdaguer, parte de la cual fue sufragada con el dinero, tal vez sucio, de su mecenas. Seguro que mosén Cinto Verdaguer no ignoraba los negocios de su valedor. Y a pesar de eso aceptó la pasta y, en agradecimiento, le dedicó una de sus obras. Esa obra, desde luego, está manchada de sangre. ¿Acaso un escritor aceptaría un premio literario pagado por la Mafia? No. Por tanto, Verdaguer tiene que ir a la hoguera y el consistorio debería pedir perdón por haber celebrado su año. Quitar el nombre de Antonio López de una plaza y no quemar la obra de Verdaguer sería tan coherente como que las nueve entidades organizasen un partido de fútbol para protestar contra la explotación infantil y la pelota hubiese sido cosida por un niño del Tercer Mundo. Sería feo que las entidades en cuestión -entre las que se encuentra la Plataforma per la Llengua- consiguieran suprimir el nombre del esclavista del nomenclátor de Barcelona, y, para celebrarlo, se pusieran a cantar L'emigrant, de Verdaguer. O todos magrebíes o todos cristianos.

correu@moliner.info

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