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Crítica:CRÍTICAS | 'El aviador'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Coherencia, talento y concesiones

En la secuencia culminante de esta larga, apasionante biografía que es El aviador, aquella en la que un ya enajenado Howard Hughes comparece ante la comisión parlamentaria que le interroga sobre las relaciones entre sus empresas de aviación y la administración, queda perfectamente en evidencia la tortuosa, y sin embargo ejemplarmente inteligente apuesta que hace Martin Scorsese en su película. Allí, ese ser humano (extraordinario Di Caprio: jamás estuvo mejor que aquí) al que acabamos de ver víctima de un devorador complejo obsesivo-compulsivo, se alza sobre sus propias carencias para brindar al espectador la única, solitaria ocasión de identificarse con él y sus circunstancias.

EL AVIADOR

Dirección: Martin Scorsese. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Cate Blanchett, Kate Beckinsdale, John C. Reilly, Alec Baldwin, Alan Alda, Jude Law. Género: drama biográfico. EE UU, 2004. Duración: 165 minutos.

Esa identificación, que no se da en el resto de un filme malignamente hábil, es al tiempo un peaje y una reivindicación: peaje con una industria a la que falló en su última película, Gangs of New York, un fracaso considerable, y a la que obsequia con uno de esos momentos que tanto ansía un productor, el de la empatía entre la platea y el protagonista. Pero también reivindicación: como Coppola cuando llevó a la pantalla la vida de otro iluminado, Tucker, Scorsese utiliza a su criatura como una suerte de búmeran: su triunfo ante la comisión es el triunfo de un solitario ante el establishment... como el filme debería ser el de otro lobo estepario, el propio Scorsese, ante quienes actualmente mueven el cotarro de un cine que tan poco se parece al que él admira y gusta de realizar.

Pero quedarse con que El aviador es sólo una brillante parábola para hablar de su propio autor es hacerle un flaco favor a un filme vibrante, rodado con modales exquisitos que se están perdiendo en el adocenado cine comercial actual. Porque la película es también otras cosas: un falso biopic, una biografía épica que propone como héroe no sólo a un personaje incomprendido, como seguramente haría cualquier filme de los años que abarca la acción de éste (entre finales de la década de 1920 y finales de la de 1940), sino a un enfermo, a alguien cuyo poder resulta siempre ilimitado y sólo confrontado con los propios delirios de grandeza del personaje. De ahí el rechazo que el personaje provoca en el espectador, a un tiempo admirado de su desmesura y de la grandeza de sus objetivos, pero también alejado de él por su propia soberbia, caprichos y arrogancia.

Ese no dejarse llevar jamás por la tentación lacrimógena conduce a que Scorsese se sitúe siempre en el límite entre rigor y desmesura, en la que nunca llega a caer. Como en Toro salvaje, Taxi Driver, La edad de la inocencia, Uno de los nuestros o Malas calles, aquí se habla de personas a quienes sus contemporáneos juzgan sin duda excesivos y que están fuera de lugar en el esquema social, pero a los que el director ni juzga ni condena, comprende. De ahí pues la coherencia de una película cuya puesta en escena resulta un pelín menos innovadora que en algunos de los filmes anteriores, pero sin traicionar jamás ni el punto de vista de Scorsese respecto de sus personajes (esa pietas que suele sentir hacia ellos, enmascarada siempre por el nerviosismo torrencial de un ritmo narrativo imparable), ni la magistral capacidad narrativa del cineasta. Y del filme sale un retrato poderoso de superhéroe internamente quebrado, uno de los mejores del cine americano en mucho tiempo; y también, por qué no, el mejor Scorsese desde Uno de los nuestros y La edad de la inocencia.

Leonardo DiCaprio, en una secuencia de <i>El aviador. <i>
Leonardo DiCaprio, en una secuencia de El aviador.

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