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Columna
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2005

Para los que voluntaria o involuntariamente nos encontramos en el extranjero en fecha tan señalada, el canal internacional de Televisión Española retransmite el programa especial de Nochevieja. Risa boba, profusión de dorados, escotes y cuadro flamenco. Ellas menean los faralaes, brazos en alto; ellos dan con la rodilla en tierra, primero con una, luego con la otra. Sombrerazos y capoteo. Ole y olé. Por curiosidad cambio de canal. En el de al lado, la RAI. Un locutor muy jovial presenta a un individuo que parece un portaviones y al que califica de tenorino. El tenorino entona Grrrranata, tierra sogniata por mí con una voz que da miedo. Luego otro cantante con tupé y patillas interpreta éxitos del festival de San Remo. Mamma mia!

Cambio de canal nuevamente. En la televisión francesa se ve un escenario austero y vacío. Nada indica fiesta. Frente al escenario, media docena de hombres sentados a una mesa. Son los presentadores. Conversan con tanta inteligencia, complicidad e ingenio, que sería una pena interrumpirles para dar paso a las atracciones que sin duda esperan su turno. Entre los contertulios me parece reconocer a Michel Foucault. Se me hace raro, pero con los franceses, uno nunca sabe. Vuelvo a la mía, a sabiendas de que no me defraudará. Un joven despechugado canta una versión modernizada de una copla. Entre el contoneo que se trae y cómo lleva de ajustada la bragueta, es probable que la cosa acabe mal. El mismo ballet de antes le acompaña con movimientos cadenciosos y ondear de abanicos. Mi intención era aguantar unas cuantas horas para empalmar con el concierto de Viena. Aunque me revientan los valses de Strauss, las parejas que bailan unas veces con tules y otras con tutú en salones de mármol rosa y espejos rococó me dan tanta risa que empiezo el año medio enfermo pero satisfecho. Pero ni siquiera esta perspectiva impide que me venza el sueño. Me duermo pensando que ha concluido otro año, plagado de tragedia y sufrimientos y también de momentos aislados de alegría; que una fecha no significa nada, que todo sigue igual, pero que una vez más la ceremonia se ha cumplido con arreglo a este principio fijo: el tiempo todo lo cambia o lo consume, sólo lo banal permanece inalterable. Y ole con ole y olé.

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