Caen las murallas de Reus
La reforma del Carme integrará en el centro de la ciudad un antiguo y degradado barrio industrial
Abajo las murallas. En Reus (Baix Camp), los antiguos muros medievales volverán a caer cuando finalice la reforma del barrio del Carme. Hoy los murallas físicas no existen, pero la diferencia entre el histórico centro protegido por las piedras y el exterior es más que evidente. El barrio del Carme, pensado para dar cobijo a los obreros de la primera revolución industrial, está hoy atrapado entre el casco viejo y el ensanche, que produjo el vertiginoso crecimiento de la ciudad de los años cincuenta y sesenta, y ahí en medio, rodeado y sin escapatoria, ha ido envejeciendo.
Pobre barrio, en todos los sentidos. El Carme no ha sido una prioridad en un Reus empecinado en reformar su centro histórico desde hace 20 años, en un proceso que aún hoy continúa. Lógico, argumentan desde el Ayuntamiento, si se tiene en cuenta que la capital del Baix Camp no recibió dinero público del régimen franquista porque no era capital provincial.
La mitad de las casas están vacías. En el 65% de inmuebles viven menos de seis personas
El barrio del Carme es centro sin serlo; el Reus pobre que vive junto al pomposo Reus comercial
Pasado este tiempo, ha llegado la hora del barrio del Carme. En 47 calles viven no más de 3.500 personas, entre ellas un importante colectivo de etnia gitana, un 16% de inmigrantes extranjeros -alrededor del 65% marroquíes y el 20% latinoamericanos- y personas que emigraron desde varias zonas de la Península en los años sesenta.
Sólo 16 de estas calles tienen alguna vegetación y en 28 no existe ninguna actividad comercial. Es un barrio cerrado como lo son todos los asociados a la marginalidad, encerrado porque está rodeado de barrios de mejor fama, pero con la mayor de las virtudes para convertirse en una excelente zona residencial: está junto al centro, pegado a él, con acceso fácil a todos los servicios municipales y tiendas.
Esta idea de barrio residencial es lo fundamental en el plan de rehabilitación. El concejal de Urbanismo, Jordi Bergadà (ERC), señala que la iniciativa pública debe actuar como "la zanahoria delante del asno" para la industria inmobiliaria, que ya mira el barrio como una fuente importante de negocio.
Pero las viviendas son viejas -el 64% se construyeron antes de 1930 sin que se hayan hecho reformas estructurales- y las calles, estrechas, poco atractivas. "Incentivaremos la rehabilitación por encima de nuevas construcciones", dice Bergadà, que insiste en la idea de que el Carme es un barrio con personalidad propia y debe mantenerla pese a la reforma.
De hecho, el Ayuntamiento impedirá la acumulación de parcelas para evitar que puedan construirse grandes bloques de viviendas. Las dimensiones de los pisos -en inmuebles de un máximo de planta baja y cuatro más- rondan los 70 metros cuadrados, pequeñísimos cuando se construyeron pero perfectamente adaptables a los parámetros actuales del mercado inmobiliario.
Un problema añadido es la falta de ascensores, para lo que el Ayuntamiento abrirá una línea de ayudas específicas.
Pero quizá el handicap más difícil de superar para convertir este barrio en atractivo sean sus calles. Estrechas, viejas, con muy poca actividad, sin apenas plazas...
El plan de reforma prevé la construcción de dos nuevas plazas y la apertura de nuevas calles, para lo que el Ayuntamiento deberá acometer la mayor expropiación de inmuebles que jamás ha llevado a cabo: 65 en total, incluyendo la fábrica textil del Vapor Vell, una perla arquitectónica del modernismo industrial que ilustra a la perfección la idiosincrasia del barrio. En esta vieja fábrica, hoy ocupada por una firma de muebles, el Ayuntamiento prevé ubicar el futuro Centre d'Arts Escèniques, uno de los proyectos estrella del mandato actual y que ejemplifica la voluntad municipal de revitalizar una zona carente de centros públicos. El plan municipal prevé reformar 14.687 metros cuadrados de calles. Algunas actuaciones consisten en el derrumbe de media manzana, ubicar 80 nuevos puntos de iluminación y construir un aparcamiento subterráneo en una de las nuevas plazas y un centro cívico en el que quedarán integrados los últimos lavaderos públicos que se mantienen en la ciudad.
En Reus no son novatos reformando zonas y la experiencia dice que estos planes funcionan. Así ha sido en el entorno del área del Pallol, prácticamente muerta comercialmente antes de comenzar la rehabilitación y que hoy, cuando aún no han terminado las obras, bulle de actividad. Esto es lo que Bergadà espera que pase en el Carme, que en un plazo de ocho años vivirá un cambio radical. Sin la Ley de Barrios, que aportará 8,3 millones de euros de un total de 16,6, el consistorio cree que las actuaciones en el barrio se habrían prolongado 15 o 20 años.
Como en Sarrià respecto a Barcelona o como en el Serrallo para Tarragona, en el Carme se solía decir hasta hace pocas décadas: "Voy a Reus". La anécdota puede resultar insípida si no se conoce el lugar, que dista apenas 300 metros de la plaza de Mercadal, donde está el Ayuntamiento, y una distancia similar de la plaza de Prim, la que alberga la estatua ecuestre del famoso general decimonónico o el importante teatro Fortuny. El barrio del Carme es centro sin serlo, es el Reus pobre que vive junto al pomposo Reus comercial, núcleo de marginalidad -sobre todo en la década de 1980- y con una población envejecida porque los jóvenes, según un estudio municipal, quieren irse para emanciparse. Los niños, según el mismo estudio, no suelen jugar en la calle. La mitad de las casas están vacías. El 65% de los inmuebles los habitan menos de seis personas. Sus propietarios no pueden permitirse invertir en ellos y por eso acaban alquilándolos a personas con rentas bajas. Nadie parece ahora querer vivir en el barrio. Su reforma es, pues, todo un reto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.