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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

¿Promesas rotas?

Timothy Garton Ash

Un tsunami de solidaridad humana recorre el globo como reacción al tsunami físico que ha devastado las orillas del océano Índico. Cada día trae un nuevo cálculo que aumenta de forma abrumadora el número de muertes, pero también de donaciones. En esta época de fiestas religiosas, los pueblos ricos del mundo se permiten el lujo benévolo de rivalizar para hacer el bien. Las donaciones privadas en Reino Unido ascienden ya aproximadamente a 90 millones de libras. Los ofrecimientos de ayuda del sector público en todo el mundo superan con creces los 2.000 millones de dólares. En conjunto, se trata probablemente de la mayor operación de ayuda humanitaria en la historia.

¿Pero qué quedará cuando esta ola de solidaridad internacional se retire? ¿Un detritus de promesas rotas, como ocurre con tantos otros compromisos que ocupan grandes titulares de prensa? ¿Unas medidas apresuradas e incompletas de ayuda a los damnificados, sin que después haya proyectos de reconstrucción a largo plazo? Además de una cosecha de huérfanos; algunos, parece ser, ya secuestrados para dedicarlos a la prostitución.

Cada día aumenta de forma abrumadora el cálculo del número de muertes por el 'tsunami' en el océano Índico, pero también crece el de donaciones
El Gobierno británico ya ha declarado que la pobreza en África y el calentamiento global serán las dos máximas prioridades de su turno presidencial en el G-8
En realidad, si hay un proyecto amplio creíble y coherente de la izquierda en este comienzo del siglo XXI sólo puede definirse en términos mundiales
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Satisfacción moral

Mientras tanto, todavía henchidos de satisfacción moral, los generosos británicos, alemanes, estadounidenses y otros pueblos ricos vuelven donde estaban. Las elecciones británicas del próximo verano se decidirán en función del partido que pueda dar a la clase media una vida aún más cómoda. El Gobierno de Bush ofrecerá nuevos recortes fiscales a los ricos. Los alemanes volverán a su preocupación por el desempleo, la lentitud del crecimiento y su modelo social acosado. Los europeos y los estadounidenses se pondrán de acuerdo -en un ejemplo poco frecuente de armonía transatlántica- para evitar el alivio de la deuda y la apertura de nuestros mercados, que, por sí solos, podrían ayudar a los Sri Lankas de este mundo a iniciar la lenta salida de la pobreza crónica.

Si se examina el historial de los países ricos del Norte, un escéptico podría hacer ese pronóstico para 2005 con toda confianza. Y es muy posible que acertara. El miércoles a mediodía, en el centro de Oxford, vi cómo las masas de compradores ávidos de aprovechar las rebajas de Año Nuevo ignoraban, en general, los tres minutos de silencio pedidos en conmemoración. Sin embargo, también es posible que ocurra otra cosa, mucho más alentadora: que el maremoto del 26 de diciembre de 2004 represente para la guerra contra la pobreza lo mismo que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 para la "guerra contra el terrorismo".

El Gobierno británico ya ha declarado que la pobreza en África y el calentamiento global serán las dos máximas prioridades de su turno en la presidencia del G-8 este año. Naciones Unidas, deseosa de que la opinión mundial se olvide del bochorno del escándalo sobre el programa de petróleo por alimentos en Irak, estará encantada de volver a centrarse en la materialización de sus "objetivos de desarrollo para el milenio", que siguen siendo la mejor definición estratégica de lo que necesitamos hacer. Y seguro que si Estados Unidos y la Unión Europea quieren reparar su relación, éste es un punto en el que pueden ponerse de acuerdo.

Es cierto que intensificar la guerra mundial contra la pobreza como consecuencia de una catástrofe natural no parece totalmente lógico. Pero es, por lo menos, tan lógico como invadir Irak en respuesta a un atentado cometido por terroristas de Al Qaeda, y una idea mucho mejor, evidentemente.

Un giro político de este tipo sólo podrá sostenerse si esta oleada de solidaridad humana no es un mero tsunami que surge hoy y mañana se va. Existen algunos indicios que tal vez reflejan un cambio más radical de la actitud pública en los países ricos. Ha causado gran asombro el volumen de donaciones privadas tras la catástrofe de Asia. En realidad, las aportaciones privadas en los países prósperos y democráticos de Occidente no suelen ser nada despreciables. Por ejemplo, la Fundación de Ayuda a las Organizaciones Benéficas (Charities Aid Foundation) calcula que los británicos entregamos, por término medio, aproximadamente el 1% de nuestros ingresos anuales a ese tipo de organizaciones. Todavía está muy lejos del 1,9% medio de los ingresos anuales que entrega cada estadounidense, pero muy por delante del 0,4% de los franceses.

Por supuesto, la mayor parte de esa ayuda se queda en casa. Las cifras de Charities Aid Foundation no nos permiten saber qué parte del dinero aportado por los británicos acaba en el extranjero, pero seguramente no supera la quinta parte, es decir, el 0,2% de los ingresos medios. El filósofo Peter Singer, en su apasionante libro One world, sugiere que debemos aspirar a dar el 1% de nuestros ingresos anuales a los habitantes de países más pobres, "a los que les cuesta encontrar suficiente alimento, agua potable, protección contra los elementos y atención sanitaria básica". De modo que, según ese objetivo -por arbitrario que sea-, todavía nos queda mucho por recorrer. Y por cierto, si vamos por ese camino tendremos que vigilar con sumo cuidado cómo se gasta el dinero.

No obstante, veo cada vez más la sensación de que es importante avanzar en esa dirección. En las ciudades británicas hay calles en las que parece que uno de cada dos escaparates es una tienda de alguna organización benéfica. Este año ha nacido una gran iniciativa, llena de imaginación, que se llama Convirtamos la Pobreza en Historia. Muchos jóvenes llevan a cabo una aventurada labor de voluntarios para organizaciones benéficas internacionales.

Fenómeno mental

El hecho material de dar, sea en dinero, especie o trabajo, parte de un fenómeno mental. Es lo que se ha llamado la globalización moral. Cada vez más, los ciudadanos de los países ricos se identifican con gentes muy lejanas y consideran que tienen una obligación moral respecto a ellas. Seguramente, la reacción frente al maremoto asiático no habría sido ni la mitad de generosa si no hubiera afectado a occidentales que pasaban sus vacaciones de Navidad tomando el sol en las orillas del océano Índico. Pero el mismo hecho de que cada vez más gente viaje a cada vez más lugares, gracias al abaratamiento de los billetes aéreos, es uno de los factores de esa globalización moral. Y quienes no viajan, de todas formas, pueden ver el sufrimiento de cerca en las primeras páginas de sus periódicos y en televisión, 24 horas al día y siete días a la semana.

Es decir, la comunidad imaginaria de extraños con la que nos sentimos obligados ya no está limitada a nuestra nación-Estado. Peter Singer afirma que existen razones poderosas, incluso de propio interés a largo plazo, por las que ahora se aspira a una comunidad imaginaria mundial. Es un argumento que podemos considerar de izquierdas, mientras que los pensadores políticos de la derecha, como Roger Scruton, dicen que nuestra respuesta a la globalización debe ser reforzar la nación-Estado.

En realidad, si hay un proyecto amplio, creíble y coherente de la izquierda en este comienzo del siglo XXI sólo puede definirse en términos mundiales. Hoy, estar al lado de los pobres, los oprimidos y los explotados tiene que consistir en atacar la mayor desigualdad de nuestro tiempo, entre el Norte rico (en el que, entre otras cosas caras, disponemos de sistemas de alerta para avisarnos cuando se avecina un terremoto) y el Sur pobre. Así que se puede considerar que la pregunta "¿qué quedará?" tras esta oleada de solidaridad espontánea está especialmente dirigida a la izquierda. Porque ¿cuál es el sueño más antiguo y audaz de la izquierda? Es la visión expresada por el poeta escocés del siglo XVIII Robert Burns, aplicada, desde luego, tanto a hombres como a mujeres: "Pese a todo, y con todo, / se aproxima, pese a todo, / que un hombre y otro, en todo el mundo, / serán hermanos pese a todo".

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Julia, de 22 años, residente de Banda Aceh (Indonesia), se sienta desolada ante los restos de la casa de su abuela.
Julia, de 22 años, residente de Banda Aceh (Indonesia), se sienta desolada ante los restos de la casa de su abuela.AP

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