Los pájaros
Hasta hace poco, por la mañana, un primer movimiento natural era el dejarme envolver por los periódicos. Mi abuelo materno, muy lector, pero más precavido, mantenía una distancia de seguridad y los hojeaba al principio con la punta del bastón o del paraguas, aunque luego desaparecía en ellos, absorto en las noticias, como si hubiese abierto una trampilla en el suelo. Era un hombre que también sabía mucho de pájaros, con un don para la ornitomancia. Así, se nos informó de que el nido de golondrina era intocable, por los servicios prestados a la Sagrada Familia en su huida a Egipto. Sentía gran simpatía hacia el cuco. El gran heraldo de la primavera. Su pillería del huevo hospiciano era, en el fondo, un signo de confianza en el asilo mundial. Además, el cuco manejaba mucha información secreta. La gente joven le preguntaba: "Cuco rabuco, rabuco de escoba, ¿cuántos años faltan para mi boda?". En cuanto al cuervo, había que fijarse de qué lado hablaba, otra prueba de que la ornitomancia es una rama del periodismo. Ahora, los cantos de los pájaros han permitido a los aborígenes de las islas bengalíes internarse en los bosques del interior y salvarse así de la guadaña del gran maremoto. Eso cuentan las crónicas y yo no lo dudo. ¿Qué habrá sido de las 800 palomas de Orissa? Habían prestado una ayuda impagable en ciclones e inundaciones en el pasado, pero, según informó en su día la BBC Internacional, el legendario servicio hindú de palomas mensajeras fue desmantelado por los recortes en el sector público. Los animales son muy buenos para pensar, decía Lévi-Strauss, el de El hombre desnudo, no el de la compañía de pantalones. Y debería añadir: son excelentes para escapar. Ahora se habla de prevenir catástrofes con satélites, es decir, grandes pájaros mecánicos que emiten graznidos electrónicos no muy diferentes a los de un pato salvaje. Para la verdadera prevención, son más instructivas las aves que identifican el peligro que las peligrosas. La mirada del depredador es de mucha precisión, pero tiene un gran área de ceguera. No ve nada de lo que ocurre fuera del objeto de su obsesión. Es la diferencia entre leer a un gypaetus barbatus, de la escuela de Jaime Campmany, o alzar los ojos a este cielo invernal de asilo, donde los estorninos dibujan en trama de puntos Benday su vuelo pop.
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