Lorin Maazel
Hace un año despedíamos un año con la imagen de miles de cadáveres entre escombros en la histórica ciudad iraní de Bam, y saludábamos un nuevo año acompañados de los sones festivos de la saga de los Strauss. Este año le dimos el adiós al viejo año con la desolación como imagen de barro, muerte y agua de olas gigantes, y hemos puesto el pie en el umbral del año nuevo con compases y notas de la popular familia de los Strauss. Y en el umbral de este año, que es nuevo, y entre polcas y valses, desgranó Lorin Maazel, el de la batuta en el tradicional concierto vienés, palabras de solidaridad y esperanza, aludiendo a los desastres que producen las fuerzas naturales o el hombre. La referencia a la fuerza telúrica que levantó el mar en forma de tsunami estaba clara. La originada por la mano o la voluntad del hombre tenía otro color, era también necesaria en la boca de un artista, y despejó los párpados, todavía legañosos, de quienes habitualmente siguen el concierto.
Es posible que el virtuoso del violín estuviese pensando en los conflictos bélicos. Aunque cabe también la posibilidad de que tuviera en la mente el lejano Haití, donde un huracán llevó la destrucción y la muerte el año que acaba de terminar; pero donde esa muerte y esa destrucción, según todos los expertos, hubiese sido muchísimo menor si el huracán no hubiera encontrado un país deforestado, que es una tierra sin defensas. Es menos probable que, en clave valenciana, evocara en esos instantes el maestro la imagen de riadas e inundaciones con efectos devastadores, que lo hubiesen sido menos, si el trazado de algunas infraestructuras públicas no hubiera frenado el ímpetu de la aguas. O si el cemento sin control no hubiese invadido cauces y territorios que le son propios al agua en zonas húmedas o en desembocaduras de cauces secos y torrenteras. Hay ejemplos en exceso de tales desafueros en el País Valenciano durante los últimos decenios, y cemento sembrado en campo inapropiado que presagia cualquier día, cualquier año, viejo o nuevo, desastres ya vividos. Interesantes fueron las escasas y necesarias palabras del maestro Maazel entre valses, polcas y fragmentos de operetas. Despiertan a quien siga la música del letargo a que conduce una noche vieja y larga, y conducen a muchos de por aquí al cemento codicioso y sin color político, que no cesó de actuar con el año que terminó ni tiene visos de finalizar con el que comienza. Ustedes vecinos lo han podido leer en estas mismas páginas: la costa valenciana y castellonense, o lo que queda de ella, se va a cubrir de hormigón, edificaciones y campos de golf; la agricultura ni es rentable ni tiene futuro, se ha llegado a decir en La Plana para justificar el más que probable desarrollo inmediato del monocultivo del golf y el ladrillo. Se acabaron los huertos de naranjos y la huerta por donde Xilxes y Burriana, por donde Almenara o Torreblanca, por donde el Prat de Cabanes y hasta por el recién nacido municipio de Les Alqueries. Munícipes principales y no tan principales de la derecha o de la izquierda, gobernando sus localidades y urbanizando, lo tienen claro: "Es beneficioso para el pueblo", indicó Consuelo Sanz, la alcaldesa de Les Alqueries. Y lo hubiese podido indicar cualquier otro alcalde del PP o del PSOE en cualquier otro municipio urbanizado con golf o por urbanizar. Que eso sea desarrollo sostenible o no; que tenga futuro o no lo tenga, o tenga únicamente un futuro especulativo inmediato, poco importa. Es una fatalidad no telúrica y valenciana, con la mano del hombre de por medio, sin música ni años nuevos.
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