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Columna
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Las otras fiestas

Las fiestas navideñas están llenas de tradiciones de diversa naturaleza, que van salpicando el calendario tanto en los días rojos como azules. A las fechas emblemáticas de Navidad o Año Nuevo, se unen fiestas menores, y muchos otros que guardan su particular marca de fábrica. Tenemos, así, el tradicional sorteo de lotería, el tradicional día de los Santos Inocentes, el tradicional día del mercado de Santo Tomás, el tradicional día de la votación de los Presupuestos de la Comunidad Autónoma Vasca... fechas entrañables, en fin, llenas de ilusiones, guiños y sorpresas.

Recientemente comentaba Juan Bas, en un magnífico artículo, cómo la Navidad se ha convertido en una fiesta invasiva, que arranca casi en verano con la puesta a la venta de los décimos de lotería, se afirma con la iluminación urbana de mediados de noviembre, y sólo termina, hacia la primavera, cuando agotamos la interminable fuente de garrapiñadas, mazapanes y turrón. Pero un efecto inverso de limitación geográfica se está apreciando ya en la lotería nacional. Este año, por enésima vez, el gordo se ha vendido en Sort, lo cual no resulta extraordinario, habida cuenta de que medio país compra ya sus décimos, aun por Internet, en esa localidad leridana. En una broma propia de Borges, cada vez se venden más décimos en Sort y por tanto cada vez más veces recae la suerte en tales números. Dentro de poco tiempo, sólo resultarán premiados décimos vendidos en Sort, lo cual no va a incrementar nuestras posibilidades de buena fortuna, ya que para entonces la lotería nacional habrá pasado a llamarse lotería de Sort.

Las fechas navideñas nos guardan estas paradójicas costumbres, estos extraños fenómenos de sugestión colectiva. En muchos de nuestros pueblos y ciudades, como rezaría un eslogan publicitario, se celebra también el día de Santo Tomás, una fiesta que nos permite revisitar algunas costumbres de nuestros ancestros baserritarras y resucitar el talo con chorizo. Personalmente me gusta el evento (del cual no siempre puedo disfrutar) si no fuera por algunos detalles: la feria de Santo Tomás reúne por metro cuadrado más bípedos que los que se custodian en las prisiones yanquis de Guantánamo y la gracia de comer una torta de talo con chorizo sale al precio de un lenguado en hotel de cinco estrellas. Resulta una melancólica certeza, pero cuando una costumbre deviene en folclórica es porque ya ha dejado de ser realmente costumbre, por eso su recuperación se produce a precios astronómicos e incluso con problemas logísticos para ser practicada. En la villa de Bilbao, comer talo con chorizo el día de Santo Tomás es más difícil que encontrar piso en la misma, y si lo logras (nunca mejor dicho) te sale la torta un pan. En fin, las costumbres de casero se han vuelto tan inciertas que al final comprobamos que ya no son costumbres y que, por otra parte, casi no quedan caseros.

A los festejos centenarios se ha unido últimamente una romería de reciente constitución: el pleno de presupuestos del Parlamento vasco. Es otra cita que aguardamos con cariño y expectación, otra cita que va encontrando su lugar en nuestros corazones. El entrañable Parlamento nos obsequia, en estas fechas no menos entrañables, con un entrañable pleno lleno de sorpresas y regalos, que hace las delicias de grandes y pequeños. Realmente da lo mismo si los Presupuestos se aprueban o si no: lo cierto es que hemos añadido una nueva tradición a nuestra rica cultura. La épica de la fiesta nos ofrece parlamentarios que no llegan a tiempo, parlamentarios que toquetean impunemente los botones, parlamentarios que se hacen un lío al votar... En el paisito, consumar con normalidad una votación parlamentaria resulta más difícil que manejar el ordenador central de la NASA. Sean cuales sean los sucesos que acontezcan en la edición correspondiente, el pleno presupuestario del Parlamento vasco se ha convertido en otro evento tradicional de nuestras fiestas, que amenaza con superar en solera asamblearia a las legendarias reuniones vecinales bajo el árbol de Gernika. Nadie podrá decir, a fe mía, que nuestra imaginación es poca a la hora de consolidar ritos y usanzas.

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