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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El año del Quijote

Con el nuevo año arranca una larga serie de actos, congresos, exposiciones, conciertos, representaciones y ediciones en todos los formatos y soportes que tienen al caballero Don Quijote como dueño y señor de las conmemoraciones del IV centenario de su primera aparición pública. La multitud de celebraciones, en el peor de los casos, puede llegar a la saturación ciudadana por exceso, y en el mejor y más probable, servirá para la difusión de una obra ejemplar que ha superado con enorme dignidad e interés sus 400 primeros años de vida.

La magnífica conjunción de un hidalgo venido a menos, conocedor del código de la caballería en una España de comienzos del siglo XVII que empezaba a olvidar el humanismo renacentista, con un escudero rústico, glotón, de elemental sabiduría y enorme sentido común poso de tantos siglos de lucha por la simple supervivencia, permite al talento del escritor describir y valorar las aventuras que corren desde una doble perspectiva: la del impenitente soñador que vive su impulso idealista y la de quien desde el ras del suelo no entiende de las fantasías de su señor pero le sigue con una fidelidad a prueba de delirios. "Acuñados como cara y cruz de una medalla de oro, Don Quijote y Sancho siguen haciendo este milagro secular de reunirnos a mujeres y a hombres a escuchar o a leer o a interpretar su propia y libre palabra nuestra", señala lúcidamente Lázaro Carreter en el prólogo de la edición de la obra por la Real Academia Española.

Y si la fidelidad de Sancho está más que demostrada, también lo están los valores del caballero, entre los que destaca su amor por la libertad. Cervantes escribe su novela tras cinco años de presidio en Argel y en ella hace decir a Don Quijote que "la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres". Hay que añadir el amor, la justicia, la integridad o la generosidad, cualidades que encierran el código de comportamiento de la caballería, ese ya anacrónico modo de entender el mundo y la vida con el que enloqueció nuestro hidalgo.

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Naturalmente el relato de las venturas y desventuras de una pareja tan complementaria no sería suficiente para explicar la larga permanencia en los hábitos de lectura de tantas generaciones. El Quijote, como se ha dicho hasta la saciedad, es la primera gran novela, la obra cumbre de la prosa española.

Fue Miguel de Unamuno quien comentó sobre la figura del hidalgo que "era pobre y ocioso; ocioso estaba los más ratos del año. Y nada hay en el mundo más ingenioso que la pobreza en la ociosidad. La pobreza le hacía amar la vida, apartándole de todo hartazgo y nutriéndole de esperanzas, y la ociosidad debió de hacerle pensar en la vida inacabable, en la vida perturbadora". Celebremos, pues, con alborozo los jóvenes y vitales primeros 400 años de la novela sobre un ingenioso hidalgo que enloqueció de tanto añorar un mundo perdido y que frente al desánimo general, frente a la melancolía que provocaba una España en la que la muy poderosa Iglesia católica hacía tiempo había abanderado la lucha contra el ideal erasmista e impuesto la Inquisición, supo plantarle cara desde la generosidad y el amor a la libertad en compañía de su fiel escudero.

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