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Columna
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Nuevos tiempos

Son varias las cosas que me han llamado la atención en el debate parlamentario sobre el plan Ibarretxe. La primera de ellas es lo gastado que llega el plan al momento decisivo de su aprobación o rechazo, tras dos años de autocomplaciente tozudez -y dos más de preparación anunciada-, en los que ha mostrado su incapacidad para aunar voluntades. Debatido hasta la saciedad, y publicitado casi a diario, tampoco ha conseguido llegar a la ciudadanía, que en un 60%, según el Euskobarómetro, afirma no estar informada al respecto. Tanta ignorancia sólo puede ser atribuible a la indiferencia, más que a la desinformación, de una población que no ve necesidad alguna a disquisiciones que escapan a sus preocupaciones diarias.

La comunidad política no es una prolongación de la naturaleza sino, por definición, una construcción artificial

Una segunda cosa que me ha llamado la atención ha sido la argumentación de Ezker Batua a su defensa del plan. En una réplica a Patxi López, el representante de esa coalición ha hecho referencia a su federalismo, a su disconformidad con algunos aspectos del Plan, y justificó su defensa del mismo en el propósito de no sustraerlo al debate. Lo defendemos para que pueda ser debatido, ha venido a decir, una actitud con tic de santoral que vendría a situarlos más allá del cielo y del infierno. Se agradece tanto angelismo democrático, de comodín celestial, que puede llevarlos a aunar su voluntad a cualquier otra propuesta de cualquier otro partido para que pueda ser debatida. Pero superado el preludio, llega el momento de la verdad: una vez debatido, ¿lo apoyan o no lo apoyan? Lo apoyarán, claro está, y a partir de ese momento, por mucho candor que le siga echando al asunto, ese plan será el suyo, y su federalismo quedará allá para cuando los muertos resuciten, es decir, para cuando ya no haga falta.

Más cosas, a la espera de escucharle a Arnaldo Otegi y de resolver la principal incógnita: pueblo y referéndum, los dos términos claves de esta disputa. ¿Aceptan ustedes la existencia del Pueblo Vasco?, le ha preguntado Egibar a Patxi López. Respuesta de Leopoldo Barreda, que traduzco de memoria: existe una realidad política vasca que surge de la legalidad establecida por el Estatuto de Autonomía. Insatisfactoria respuesta para Egibar, que vincula Pueblo y derechos políticos y a quien tampoco le sirve la respuesta de Patxi López de que existe una realidad cultural vasca -sigo traduciendo de memoria-.

De donde surge la aporía egibariana: ¿cómo concilio antropología y política saltándome el Estatuto de Autonomía, es decir, la Comunidad Autónoma Vasca, única realidad política y también antropológica, en los términos reduccionistas de Egibar, que haya conocido jamás el pueblo vasco?

El pueblo vasco transhistórico que concibe Egibar es una entelequia que no se corresponde con la ciudadanía vasca actual, que se constituye como tal en función no de la antropología, sino de la legalidad, que es la que lo funda, y lo hace además como entidad política. Y es justo esa legalidad la que trata de saltarse a la torera un Gobierno que es garante de la misma. El verdadero fondo del discurso de Egibar nos lo ofrecerá, seguramente, Arnaldo Otegi.

Habla Otegi. No a los fundamentos, no al Estatuto, no a la Comunidad Autónoma Vasca. Sólo fuera de todo ello existe el Pueblo Vaso, que está aún por constituirse políticamente. Pero desmiente al final todos estos presupuestos y se acoge al carril de toda la historia que ha negado previamente. Batasuna apoya el plan Ibarretxe. Discurso de predicador posterior que caracolea en un sí, pero no. Tratará de sacar ganancia de río revuelto, pero Batasuna tiene ya su Plan. Puede ser una buena noticia, relativamente. Porque alguien tendrá que preguntarse si es también el Plan de ETA. Se abre una nueva época. Con dos universos, ya no hay duda, aunque no conviene perder la calma.

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