Paraísos
Un italiano, sano y salvo, expresó a la RAI su gratitud a los tailandeses, "porque, siendo tan pobres, se quitaban la ropa para abrigarnos a los extranjeros".
La actual tragedia del sureste asiático ilumina con crudeza la paradoja de nuestro mundo actual. Turistas occidentales, a miles, arrastrados por el mismo mar que acaba con las vidas, muchísimas más, de los nativos, de por sí privados, no ya de hacer turismo, sino muchas veces de lo indispensable.
Hijos de los diferentes imperios europeos del ayer, los países afectados no han dejado de depender de Occidente, como lo demuestra el hecho de que las sensibles bolsas de Europa y Estados Unidos se desmoronaran de inmediato, con tanta facilidad como los hoteles y las chozas, como consecuencia del maremoto. Pero Occidente no debe agobiarse por pérdidas en el negocio, ni tampoco los capitostes locales, entregados al comercio injusto y a la exportación de los bienes nacionales; a los beneficios que proporciona la manufactura realizada con mano de obra barata. La catástrofe sólo supone un gran golpe turístico para Maldivas, y para Sri Lanka, cuyo turismo sostenía casi una cuarta parte de su PIB, tras el decaimiento causado por la guerra en la década de los 80, y beneficiada ahora por el miedo al terrorismo que ha puesto a Bali en la lista negra.
En cuanto al resto: regímenes corruptos, dictatoriales o autoritarios, sangrantes índices de pobreza, de nivel educacional, de esperanza de vida. ¿Qué son 60.000 vidas, o el doble, cuando hay tanta hambre, tanto esclavo dispuesto a atarse a un telar por una taza de arroz? La superpoblación garantiza que el producto llegue en regla. De hecho, durante lo peor del maremoto, ni de Indonesia ni de Malasia dejaron de salir contenedores cargados con los bienes que ahora mismo podemos adquirir para celebrar los Reyes.
Desde luego que hay paraísos, y no precisamente para quienes estaban tumbados al sol, gozando de unas inocentes vacaciones, ni para quienes les atendían, felices de ganarse un dinero cultivando la hospitalidad. Hay paraísos económicos, en los que habitan tremendos depredadores sin rostro y sin conciencia.
La ola mortal colgó la realidad de nuestro árbol navideño.
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