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Decir "sí" a Europa

A lo largo del año que viene los ciudadanos de los Estados que forman la Unión Europea, o sus representantes democráticamente elegidos, tendrán que aprobar o rechazar el primer proyecto del Tratado Constitucional europeo. Un texto largo y de lectura no fácil. Un texto en el que, una vez más en la larga marcha hacia la unión política de Europa, las cláusulas de salvaguarda de la soberanía de los Estados de la Unión se recogen celosamente; aunque todos saben, sabemos, que en el mundo actual ninguno de esos Estados es plenamente soberano; o dicho de otro modo, que el concepto, político y jurídico de soberanía, que desde Bodino hasta las Constituciones del siglo pasado se fue forjando, ya no puede predicarse del poder que dentro de sus fronteras, y mucho menos fuera, si hablamos del poder militar, tienen los Gobiernos y los Estados de la Unión tomados uno a uno.

Esta Unión Europea actual que, posiblemente, es la primera potencia comercial de nuestro mundo, no ha entrado todavía con plenitud en lo que se llama la "sociedad del conocimiento", es decir, en el dominio de las nuevas tecnologías ligadas con la informática, donde nos llevan una enorme ventaja Japón y los Estados Unidos, pero también, a lo que parece, la India.

Esta Unión Europea, aunque está sumida ahora en un pobre crecimiento económico, tiene hoy una moneda común, el euro, que es una de las más fuertes del sistema monetario mundial; y está por encima de los Estados Unidos y del Japón en la ayuda a los países más pobres o en vías de desarrollo. Pero, en cambio, no puede influir de forma decisiva en el conflicto palestino-israelí y en otros conflictos que también le afectan; en ocasiones, como ha ocurrido en los últimos tiempos, no ha podido influir de ninguna manera.

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¿Cuál es nuestra debilidad? Nuestra debilidad es que la Unión es, con eficacia, una unión económica y comercial; pero no ha conseguido instrumentar una política exterior de esa Unión; que en los casos conflictivos, incluso dentro de lo que llamamos Europa, no sólo cada Estado de la Unión toma sus propias decisiones, sino, lo que es peor, que, como ocurrió en el conflicto serbio-croata-bosnio, Francia, Alemania e Inglaterra tomaron decisiones opuestas cuando no contradictorias, hasta que la inhumana gravedad del conflicto y la intervención de los Estados Unidos nos unificó. En este aspecto y en el de la defensa, el Tratado Constitucional da un firme paso adelante.

Pero con todos sus logros y debilidades la Unión Europea hace falta en nuestro mundo y hace falta como poder moderador. Superadas las sangrientas guerras religiosas, las de los nacionalismos que buscaban un predominio continental nunca consolidado y las dos terribles guerras mundiales originadas por la lucha entre Estados europeos, Europa, la Europa de la Unión, es hoy una Europa en paz, una paz, no nos engañemos, reciente y amenazada. No nos ha tocado vivir, desde la caída del muro de Berlín, en un mundo pacífico. A las viejas amenazas se añaden otras nuevas, el terrorismo islamista radical, de carácter internacional, la más grave de ellas, potencialmente devastadoras para esa paz, para nuestras democracias y para nuestra libertad.

Por otra parte, la crisis en la que se encuentra el sistema internacional creado a partir de 1945, en torno a las Naciones Unidas, y la confirmación de los Estados Unidos de América como la superpotencia planetaria económica y militar y líder evidente del que llamamos mundo occidental, nos obligan a todos a pensar en los cambios a introducir en ese orden, más necesario hoy, para un mundo no menos turbulento y cambiante que el que surgió después de la Segunda Guerra Mundial

Dados nuestros vínculos de unión con los Estados Unidos y los países de habla inglesa y con la América que habla español y portugués, los que de siempre tenemos con los países del Magreb y del Medio Oriente, el papel de una Europa realmente unida podría ser de primordial importancia para ayudar a resolver los conflictos que hoy existen en el mundo, los que mañana surgirán de acuerdo con los principios que se sentaron al crear las Naciones Unidas; para fortalecer la democracia; para luchar contra el hambre, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y el fanatismo; para extender el respeto y la aplicación de los derechos humanos fundamentales, sin distinciones de sexo, razas y creencias; y, también, para unir nuestra fuerza, la de Europa, a la de todos los que luchen contra cualquier forma de terrorismo que a todos nos atañe, contra el crimen internacional organizado, contra el narcotráfico, contra todos los que amenacen nuestro derecho y el de los demás a vivir en paz y en libertad.

Para todo eso la Unión Europea tiene que ser una verdadera Unión; tener una política exterior y de defensa consensuada, pero común; una fuerza militar europea, financiada por un presupuesto europeo, sin abandonar o debilitar el instrumento que hizo posible, primero, la recuperación de los Estados europeos arruinados por la guerra; segundo, la consolidación de su libertad y democracia, y, tercero, la creación de la Comunidad Europea: es decir, la OTAN; pero contando con nuestras propias fuerzas y nuestros propios medios.

Esperemos que los órganos que el Tratado Constitucional institucionaliza, los Gobiernos y, sobre todo, los ciudadanos de la Unión, acaben creando la estructura política europea que, a partir de su diversidad y conservándola, consolide de forma definitiva la unidad de Europa, la unidad de su forma de vivir la democracia y la libertad como seres humanos y como ciudadanos.

El Tratado Constitucional, que los españoles tendremos que votar en el mes de febrero, es un paso nuevo, importante y puede que decisivo en la buena dirección. Votando "sí" estamos votando a la mejora posible de la Europa de hoy, pero, además, votamos por la que tenemos que seguir construyendo en el futuro, la que nosotros, europeos y el mundo necesita. Porque no olvidemos que a pesar de debilidades y defectos, los países europeos que van a ingresar o los que quieren ingresar, como Turquía, o los que luchan por su democracia y libertad, ven a la Unión Europea como un reducto de esa libertad de los ciudadanos y de esa democracia de justicia y bienestar generalizado.

¿Qué cosa mejor puede hacer hoy, pensando en nuestro mundo, en nosotros y en nuestros hijos, cualquier ciudadano de cualquier país de la Unión Europea que votar "sí" a la esperanza de Europa? Porque eso es a lo que votaremos al votar el Tratado Constitucional, un paso más hacia esa esperanza, un "sí" a lo que Europa es hoy, a lo que puede ser, a lo que será, si los europeos nos lo proponemos, mañana.

Alberto Oliart ha sido ministro de Industria y Energía y de Sanidad y Seguridad Social con Adolfo Suárez y ministro de Defensa con Leopoldo Calvo Sotelo.

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