Un paraíso vulnerable
El área afectada por el terremoto se extiende desde un paraíso turístico como la isla tailandesa de Phuket que, pese a estar bastante explotada, sigue teniendo el atractivo de su exotismo y de la amabilidad de sus habitantes, hasta el archipiélago de las Maldivas, que es el sueño hecho realidad de los occidentales. Como un rosario de cuentas verdes bordeadas de blanco sobre un fondo azul, las diminutas islas Maldivas sobresalen de su arrecife coralino, cargadas de cocoteros y rodeadas de extensas playas. Cada una de ellas, con excepción de Male, la capital, y algunas otras donde viven los maldivos es un único hotel. No hay más movimiento que el de los peces que se acercan a las playas y el de las lanchas que conectan unas islas a otras. La única debilidad de este edén es su vulnerabilidad no sólo al horror del tsunami, sino también a los efectos del cambio climático, que eleva el nivel del mar. De ahí que su Gobierno sea un defensor acérrimo del Protocolo de Kioto.
Sri Lanka, la Isla de las Especias, la Perla del Índico como se la conoce, fue también destino de turistas europeos privilegiados, amantes de sus suaves colinas cubiertas de terrazas de té, cuyo verde salpican los colores de los saris de las recolectoras. Tierra de elefantes, cocodrilos y leyendas que los sangrientos enfrentamientos que desde principios de la década de los 80 mantienen cingaleses y tamiles (que pretenden la independencia del extremo norte de Sri Lanka), pusieron freno a una prometedora industria turística.
Sumatra, la mayor isla de Indonesia (Borneo la comparte como Malaisia), resultó afectada ayer sobre todo en la conflictiva zona de Aceh, en el extremo norte, que desde la independencia de Holanda, la potencia colonial, es base de una guerrilla fundamentalista que pretende establecer un estado islámico. Bangladesh, en el delta del Ganges, al igual Maldivas, apenas tiene altura sobre el nivel del mar, por lo que anualmente sufre inundaciones. Un devastador maremoto causó 125.000 muertos en 1991.
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