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Columna
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Bajo sospecha

Todos los días son el día siguiente y el día antes de algo, y por eso están tan llenos de expectativas como de triunfos o desilusiones. Hoy, por ejemplo, es el día siguiente del día de la Lotería Nacional. Ayer, hasta un minuto antes de que se supiera el número premiado, todavía era verdad eso que dijo el pensador alemán Friedrich Nietzsche de que la esperanza es más poderosa que la suerte. Un minuto después, ya sólo era cierta la frase de Francis Bacon: la esperanza es un buen desayuno, pero es una mala cena. Claro, es que la esperanza es frágil, es parasitaria y no puede vivir sola, sino que nace junto al deseo y muere junto a la decepción. Qué le vamos a hacer.

Pero si la fortuna no se puede manejar, el infortunio sí puede provocarse, y de eso es de lo que habla La hija del aire, que forma el principal trío de obras maestras de Pedro Calderón de la Barca junto a La vida es sueño y El alcalde de Zalamea y que el director teatral, Jorge Lavelli, acaba de volver a poner en pie sobre el escenario del Teatro Español de Madrid.

La protagonista del drama, llamada Semíramis, vive encerrada porque ha nacido bajo un horóscopo infausto que pronostica que llevará la desgracia más terrible a todos los que la amen y, finalmente, a su país. El general Menón, ignorando las advertencias celestiales, la libera cuando le convence de que al destino y los malos hados se les puede vencer con un carácter firme y juicioso. Pero la catástrofe se desata: Menón queda ciego; su esposo, Nino, es envenenado; su hijo Nimias acaba en una inmunda prisión y su pueblo es empujado por ella a la guerra. Al morir, lo hace librándose de todas las culpas: "Yo no te saqué los ojos, / yo no te di aquel veneno, / yo, si el reino te quité, / ya te restituyo el reino. / Dejadme, no me aflijáis: / vengados estéis, pues muero / pedazos del corazón / arrancándome del pecho".

No me digan que ese discurso no les resulta familiar.Hoy es el día después del sorteo de Navidad, el día antes de Nochebuena y el día en que se ha activado un plan antiterrorista con el que el Gobierno quiere prevenir posibles atentados: es lógico, porque en estas fechas, mientras millones de nosotros paseamos por calles engalanadas que se parecen menos a Belén que a Las Vegas, ajenos a los criminales, ellos quizá nos vigilan, nos apuntan.

Es lógico, digo, porque éste es un mundo en guerra, en el que a Occidente le duele Oriente, en el que osamas, semíramis y josemaris han sembrado de odio el planeta y ahora, qué terrible pensarlo, uno debe mirar hacia las azoteas como si fuesen nidos de francotiradores o a los trenes, los comercios y las calles más concurridas como si pudieran ser una trampa terrible. A eso hemos llegado.

Madrid es una ciudad grande y, por tanto, es una gran diana. Pero Madrid es también una ciudad optimista, capaz de sobreponerse a todos, porque a eso está acostumbrada, y a casi todo, porque la Historia le ha obligado a ello.

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El escritor inglés Samuel Jonson bromeó en una ocasión diciendo que casarse por segunda vez era un triunfo de la esperanza sobre la experiencia, y se me ocurre que, en el fondo, seguir viviendo después del horror es justo eso mismo. ¿Se puede escribir después del Holocausto?, se preguntaron algunos poetas filósofos al final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Se puede vivir como si tal cosa después de tanta muerte?, se preguntarán otros ahora que tal vez estamos al comienzo de la Tercera.

Por supuesto que sí, aunque sea en medio de un plan antiterrorista; en el extremo de un mundo fronterizo con otro mundo que lo amenaza; en un país que fue engañado y tiene derecho a recelar de los mentirosos, porque como se dice en La hija del aire, es de los secretos de donde nacen las desconfianzas.

Se puede vivir sin olvido, ciento noventa veces sin olvido, pero vivir con ilusión, finalmente, en una ciudad que ha encendido todas sus luces, las blancas y las rojas, para poder tener esperanza a la vez que tiene miedo. Así que ya lo saben: a nosotros, tener miedo no nos asusta lo más mínimo.

Feliz Navidad para todos. Este año, esta ciudad se lo merece como ninguna.

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