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Columna
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Pedro Rana

El cacharro con un corte circular en el borde, que otrora utilizaran los barberos para remojar las barbas de sus clientes, es para algunos una palangana; otros pueden pensar en que es parte de la armadura de un caballero medieval: "...eso que a tí te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa". Así lo puso en boca de su Hidalgo el liberal Cervantes -a quien por otra parte se conmemora tanto como se olvida su lectura en nuestro destartalado sistema escolar, y eso que no dejó nunca de ser un manantial de cuanto ha venido en llamarse educación en valores-. Cervantes y su Hidalgo saben que se pueden interpretar de forma distinta todas aquellas realidades que contemplamos; es los que los críticos denominan realidad oscilante o modos de realidad de un mismo hecho. Y hemos visto que en nuestros centros públicos de enseñanza se ha impartido, aunque no siempre ni de forma sistemática, una modosa formación en torno al sexo seguro y a la prevención de determinadas enfermedades contagiosas mediante el uso de preservativos. No hemos visto jamás en las escuelas una "movilización y exaltación de la homosexualidad y el lesbianismo". Si algún caso puntual se hubiera dado respecto a esto último, debe estar en conocimiento de Dios o del diablo; como está en conocimiento del diablo o de Dios los intentos puntuales y aislados de movilización a la intolerancia, en materia de usos y costumbres sexuales, de alguno de los encargados por parte de las sedes episcopales de la formación religiosa. Pero el hecho comentado tiene dos modos de realidad cervantinos: la realidad de los patanes adormilados en la costumbre de la fe, para quienes indicarles a los adolescentes qué es un condón viene a ser una normalidad cívica, dado los desastrados tiempos que corren; y la realidad de los guardianes de la ciudadela de la fe, entre ellos el mitrado de Segorbe-Castellón, para quienes la cuestión es intrínsecamente mala, y va ligada a lo de la exaltación de las condenables homosexualidades y lesbianismos. Nada hay que objetarle al señor obispo en punto a la doctrina y conducta de la que parte. Es su realidad y nadie tiene por qué torcer el pensamiento del dignatario, ni su moral tradicionalista y empecinada. No cabe tan siquiera indicarle que una católica convencida, y ministra centroeuropea, apareció en los medios de comunicación metida en un condón gracias a un fotomontaje, del que se enorgullece, porque independientemente de sus convicciones religiosas, ella tenía que "mirar por la salud de todos los ciudadanos". Y ésa es otra forma de realidad cervantina cuando se contempla un mismo hecho. El humanista cristiano, con raigambre en Erasmo, Cervantes, estaba hace cuatro siglos del lado de la ministra católica. El padre del Hidalgo no digería el clericalismo, que el clero se inmiscuyera en los asuntos civiles del gobierno, como ahora la regulación civil de las parejas de hecho no heterosexuales. Regulación contra la que arremete el prelado de Castellón, acompañando el ataque verbal con algún tinte de hipotética víctima perseguida. El cristiano y liberal Cervantes censuraba la intromisión eclesiástica en los asuntos civiles; mantea en uno de sus entremeses al Sacristán que quiere meterse a político, y le dice en boca del popular Pedro Rana: "¿Quién te mete a tí en reprehender a la justicia? ¿Has de gobernar a la república? Métete en tus campanas y en tu oficio; deja a los que gobiernan que ellos saben lo que han de hacer mejor que nosotros: si fuesen malos ruega por su enmienda; si buenos para que Dios no nos los quite".

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