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El cielo y Finlandia

Joan Subirats

Tras publicarse el Informe PISA de la OCDE, hemos atravesado unos cuantos días de autoflagelación en relación con la situación de nuestro sistema educativo. Los diversos protagonistas de la historia no se acaban de poner de acuerdo sobre las responsabilidades de cada quien en el aparente desaguisado final. Y tampoco son frecuentes las resoluciones sobre qué deberíamos hacer. Unos dicen que el problema son las familias, que no hacen lo que deberían. Otros dicen que los profesores están desanimados o que no saben cómo adaptar los tradicionales métodos educativos a la nueva realidad social. Bastantes profesores y diversos comentaristas aluden, en proporciones variables, a la pérdida de la "cultura del esfuerzo", la falta de referentes, los déficit de autoridad, o la confusión generada por el doctrinarismo integrador de la LOGSE, que no permite diferenciar entre buenos y malos estudiantes. Todos coinciden en señalar que si la Administración incrementara sus recursos todo iría mejor.

Y mientras, en el panorama de las buenas prácticas (manera contemporánea de referirse a las historias ejemplares de antaño), nos aparecen Finlandia, Corea o Japón como los países que mejores resultados educativos consiguen. En momentos como los actuales, de malas noticias, confusión y de nuevo cambio normativo, es bueno tener modelos a los que echar mano para copiar aquello que sea copiable. El problema de los ejemplos de referencia es que te gustan partes del mismo, pero no quieres copiar ni en pintura otros aspectos del modelo que te parecen francamente evitables. ¿Me pregunto cuánta gente quisiera acercarse al modelo educativo finlandés o coreano si ello implicara asumir todos los aspectos no estrictamente educativos que probablemente son determinantes para explicar el buen rendimiento académico de sus estudiantes? No creo que, por ejemplo, las tasas de suicidio especialmente entre jóvenes adolescentes de los tres países mencionados sean algo a lo que queramos acercarnos. Me cuesta imaginar que las pautas culturales que aún predominan en las relaciones hombre-mujer en Corea o Japón o los modelos de autoridad familiar aún vigentes en esos países sean directamente exportables. Es evidente que no podemos hablar de educación sin hablar de sociedad. A la pregunta de ¿qué educación queremos?, deberíamos anteponer la de ¿qué sociedad queremos?

Si lo que queremos es una sociedad que se oriente a la cohesión social, a la reducción de las desigualdades, al fortalecimiento de la autonomía individual en un contexto de solidaridad e implicación social, que reconozca la diversidad en sus múltiples facetas, y la dignidad de todos las personas que la componen, entonces necesitamos complementar el Informe PISA con otros indicadores que nos ayuden a ver si vamos bien o vamos mal. En este sentido no me parece mal que hablemos de Finlandia como referente, no sólo educativo, sino también social. Y de hecho en ese país no creo que nadie dude de la imposibilidad de separar educación de democracia, educación de sociedad, o educación de equidad. Los principios de la educación finlandesa son claros: igualdad de oportunidades educativas para todos sin distinción alguna; no separación de sexos; gratuidad absoluta; ninguna separación por niveles en ningún eslabón educativo; gran peso de los gobiernos locales en la gestión educativa; fuerte proceso de cooperación entre niveles educativos y otros agentes sociales; apoyo individualizado educativo y social a los alumnos con dificultades de aprendizaje; una evaluación pensada en términos de desarrollo personal, que no incluye ni clasificaciones de alumnos, ni tests para seleccionar; profesores con gran autonomía (pero también gran responsabilidad) y permanentemente en formación; y una aproximación socioconstructivista a la tarea de enseñar (véase www.edu.fi). Los alumnos están de los 6 a los 16 años en la misma escuela. Las escuelas primarias son propiedad y responsabilidad de los municipios en un 99%. Las escuelas secundarias también lo son en un 91%. La educación especial y la formación profesional está también en manos de los municipios o de la federación de municipios en un 78%. Las cosas que he leído estos días de la educación finlandesa no muestran un sistema sin problemas. Allí también es difícil mantener la atención por igual de alumnos muy diversos. También allí tienen la sensación de que les faltan recursos. Y es habitual que los problemas de las familias, del trabajo, del barrio, atraviesen las puertas y ventanas de los centros y generen dificultades en las aulas.

Las ventajas esenciales de Finlandia derivan de su tamaño (seis millones), de su descentralización política, de que la distancia entre ricos y pobres no es muy significativa, de que los problemas no son vistos como una desgracia sino como señales a las que anticiparse si es posible o buscar soluciones colectivas, y sobre todo derivan de un país que ha entendido que la mejora de educación no es un problema exclusivo de las autoridades, sino de toda la sociedad. La declaración de la Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica de Cataluña sobre el Informe PISA afirma algo que comparto plenamente: "Si buscamos la experiencia de países cercanos que de manera sostenida sacan buenos resultados en este tipo de estudios, veremos que la inversión en educación es más alta que la nuestra desde hace décadas, que las políticas de atención a la infancia ponen a disposición de las familias muchos servicios básicos gratuitos; que la descentralización de las competencias educativas es un hecho... y que no se trata de manera diferente a los alumnos brillantes que a los que tienen más dificultades...". Y ya que en este último aspecto no vamos tan mal en Cataluña como podría parecer, insistamos en esa línea y reforzemos y mejoremos en todo lo demás. Finlandia no es el cielo ni probablemente un modelo al que seguir ciegamente, pero muestra una razonable forma de construir una sociedad más justa y cohesionada. Nada más y nada menos.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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