Zoquetes
Uno de los pensamientos más tópicos de la Humanidad, propio del anquilosamiento de la edad, consiste en sostener que las nuevas generaciones son degeneraciones, y que la juventud actual es mucho peor que la juventud que uno vivió. En los muros de las pirámides egipcias se han encontrado graffitis milenarios que ya se quejaban de lo mismo, o sea, de lo maleducados y echados a perder que eran los jóvenes, lo que demuestra que este refunfuñe de la gente madura es una tontería sumamente añeja.
Sin embargo, los españoles, siempre a la cabeza de la evolución humana, estamos a punto de conseguir rizar el rizo y hacer verdad, por primera vez desde Tutankamón, ese lugar común de la juventud calamitosa. Los informes demuestran, en efecto, que nuestros quinceañeros son los peores. Estamos a la cabeza del fracaso escolar y a la cola de los países desarrollados en educación. En lectura, matemáticas y ciencia, hemos logrado ser unos verdaderos marmolillos. Dicen los actuales responsables ministeriales, con modestia admirable, que éstos son los resultados esperables en un país con un nivel socioeconómico y cultural como el de España. Pero no, hombre; económica y socialmente ocupamos puestos muy superiores... Este pleno triunfo de la burricie nos lo hemos ganado a pulso, invirtiendo mucho esfuerzo en ello durante años, cambiando los programas de estudios cada dos días y pergeñando planes educativos más preocupados por la ideología y por la batalla del poder político que por el mundo real.
Por lo demás, la sociedad entera ha colaborado en la debacle de muy diversos modos, como, por ejemplo, proponiendo a la juventud modelos de triunfadores salidos del basurero moral y mental de los reality shows televisivos y potenciando toda esa bazofia oficialmente. Ahí está, sin ir más lejos, ese proyecto de difundir la Constitución europea por medio de los concursantes del Gran Hermano, abracadabrante idea que, dicen, tiene el beneplácito de la vicepresidenta del Gobierno. ¡Duro con los jóvenes, descerebrémoslos a todos! A ver si conseguimos que nuestros hijos sean de verdad más zoquetes que nosotros, con lo que eso consuela los sinsabores de la edad madura.
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