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El tabú de la matanza de armenios

Juan Carlos Sanz

Mucho más que la invocación del conflicto sobre la identidad nacional de los kurdos -más de 15 millones de personas que el aparato kemalista siempre ha calificado con desdén como los "turcos de las montañas"-, la menor alusión al genocidio armenio saca a la luz el peor tabú, la secreta mala conciencia de la moderna Turquía. "Nuestra posición es bien conocida. No reconocemos ningún supuesto genocidio ni nunca lo reconoceremos", zanjó ayer la cuestión un portavoz del Ministerio de Exteriores en Ankara.

La verdad oficial en Turquía es que no existieron las matanzas de cientos de miles de cristianos ordenadas por el sultán Abul Hamid II a finales del siglo XIX, ni mucho menos que el régimen ultranacionalista de los Jóvenes Turcos desencadenara a partir de 1915 una solución final para exterminar a 1,5 millones de armenios.

Los historiadores turcos sostienen que sólo hubo enfrentamientos entre tropas turcas y grupos cristianos aliados con el enemigo en la I Guerra Mundial, y que la muerte de unos millares de deportados armenios en los desiertos sirios no se debió a un programa deliberado para la eliminación de un grupo étnico.

Por eso cuando Francia, donde la comunidad de origen armenio tiene unos 300.000 miembros, dio hace tres años fuerza de ley a la existencia del genocidio armenio, el Gobierno de Ankara no vaciló en retirar a su embajador en París.

Una activa diáspora armenia, que ha dado artistas como el cantante francés Charles Aznavour o cineastas como el estadounidense Elia Kazan o el canadiense Atom Egoyan, se ha encargado mantener viva la memoria del genocidio, por lo demás incuestionado por los historiadores occidentales.

Pero lo cierto es que la armónica convivencia de siglos -la mayoría musulmana integró a cristianos armenios y griegos o judíos sefardíes en Estambul y las ciudades de la costa mediterránea- pasó definitivamente a la historia con el nuevo Estado fundado en 1923 por Mustafá Kemal, Atatürk, a la caída del Imperio Otomano.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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