El tema (y el dilema)
El día 22, los integrantes de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) tienen un dilema. Ese día, si son ciertas las crónicas, se deberá someter a votación la ponencia sobre la naturaleza y las denominaciones de nuestra lengua. Dos tercios de la Acadèmia, según parece, son favorables a ejercitar el sentido común y no renegar de lo que dice la filología sobre el valenciano. Al fin y al cabo, la AVL se creó para solucionar el tema lingüístico en este país (para eso se reunieron con gran secreto Pujol y Zaplana) y la famosa ponencia, cabrá recordarlo, estaba a punto de caramelo antes de que explotara la polémica de las traducciones de la Constitución europea. Sin la intervención de la política, por así decirlo, la AVL hubiera alumbrado su dictamen, y aquí paz y allá gloria. Pero la política tiene sus leyes, cómo negarlo, y los partidos sus estrategias. El Partido Popular, por ejemplo, ha encontrado en la cuestión de las traducciones otra tabla de salvación. Agotado el recurso al agua, el valenciano en Europa (cuanto más lejos mejor) puede constituir un magnífico argumentario para soliviantar al personal y, de paso, continuar acariciando el sueño de la mayoría absoluta más allá del 2007. Hay que decir que, en esta historia, no sólo el PP ha llevado el agua a su molino. Josep Lluís Carod Rovira se ha lucido también y algunas de sus taxativas afirmaciones de estas últimas semanas ("El valenciano no existe", por ejemplo) se han constituido en ingenios diabólicos para fabricar blaveros. El PP y ERC son dos trenes a toda máquina que se alimentan mutuamente -¡más madera!-, con la pequeña salvedad de que el primero tiene un millón de votos en el País Valenciano y el segundo 15.000. A Esquerra por lo menos, cuyos integrantes se supone que aman su lengua, ¿se le podría reclamar algo más de sensatez política?
"Alguien deberá tener la valentía política de no renegar de la filiación filológica de la lengua"
"PP y ERC son 2 trenes a toda máquina que se alimentan mutuamente -¡más madera!-"
Al fin y al cabo, la creencia de que el valenciano no tiene nada que ver con el catalán forma parte del sistema emocional de muchos ciudadanos de este país. Electrizar esas fibras no cuesta nada y, en cambio, puede reportar muchas ganancias. No importa que, por el camino, perdamos la cohesión civil, la cordura, las buenas maneras y... al propio valenciano, que entre todos lo matan y él sólo se muere.
Así pues la situación, en vísperas del dictamen académico, es la siguiente: el gobierno central ha solucionado la polémica afirmando la unidad del valenciano-catalán y recordando que se trata de un idioma "que en la Comunidad Valenciana se llama valenciano y en Cataluña y Baleares se llama catalán". A mí la fórmula me parece impecable desde el punto de vista legal, cívico y europeísta. Es lo que pedíamos muchos desde hace un cuarto de siglo. Puede suponer, simplemente, el fin de la transición en Valencia (sí, aquí siempre hemos ido un poco retrasados). Pero para cada solución, con un poco de habilidad, puede encontrarse un problema. A eso se refería, supongo, el conseller González Pons cuando, a la vista del enunciado gubernamental, declaraba abiertas las hostilidades lingüísticas. Si cumple su amenaza acabará en los tribunales, y hará muy bien: en ese camino se encontrará una perla de la jurisprudencia cual es la sentencia 75/1997 de 21 de abril del Tribunal Constitucional, un pequeño inciso de nuestra más alta magistratura que ya dijo todo lo que hay que saber sobre el uso de los términos "valenciano" y "lengua catalana", y que me parece adecuadísimo para desasnar popularistas.
Por cierto, ¿han visto ustedes la cara de mala leche que se le pone a Pons cuando aborda el tema? Para ser la supuesta sonrisa del régimen algo falla. No falla nada, en realidad: la sobreactuación está dirigida a esas honradas Pepitas, Marietas y Teresitas que transmiten la misma emoción -pero esta vez, auténtica-, la santa indignación de quienes asisten a la enésima añagaza catalana para robarles la paella. Y Santa Lucía, en huelga de hambre.
Personalmente creo que una política dedicada a excitar las emociones del cuerpo electoral está cavando su propia tumba, pero lo que más me llama la atención son los interlocutores del PP que, privadamente (y hablo al nivel de diputados en Madrid y directores generales en Valencia), me reconocen sin ambages la unidad de la lengua catalana, mientras asisten tan rígidos como Don Tancredo a las embestidas del toro ultra. Claro que hay otro PP y sin embargo no veo la posibilidad de que esa minoría lúcida se imponga sobre el sector de la bronca, que a lo que parece es hoy abrumadoramente mayoritario.
Históricamente, siempre se le ha pedido al Partido Socialista que se adaptara a la realidad. En toda Europa y a lo largo del siglo XX, los socialistas han tenido que renunciar al marxismo, a la utopía de la economía nacionalizada, incluso a su oposición a la OTAN. Y, en el País Valenciano, a las señas de identidad alumbradas en lo más duro de la oposición al franquismo. ¿Para cuándo esa responsabilidad histórica recaerá también en sus adversarios electorales? Al fin y al cabo, los conservadores están convencidos de que para ser hegemónicos basta con un suave barniz centrista y algunos golpes de pecho con una Constitución en la que por cierto nunca creyeron. Pero eso ya no es suficiente. En Valencia, algún día alguien le deberá colocar el cascabel al gato. Alguien deberá tener la valentía política de no renegar de la filiación filológica de nuestra lengua. Alguien deberá pedir que vistan a ese rey, porque va desnudo. Ese día, Juan García Sentandreu y algunos miles de ultras -los de siempre- estarán tristes, pero la tristeza de esa minoría será la alegría de lo mejor de nuestra sociedad. Porque le aseguro, señor dirigente del PP que ahora está acabando el bachillerato -o quizá aún cursa primaria- y cuya valentía sólo intuyo, que ese día no pasaría absolutamente nada -nada que no haya pasado ya: algunos huevos ostensiblemente arrojadizos, cuatro pancartas con monigotes chuscos, los insultos habituales, y ya está-.
Señores de la Acadèmia: el día 22 tienen ustedes un delicado papel. Por encima de las presiones más o menos barriobajeras, por encima de la opinión de aquellos que creen que se deben más al partido que les puso ahí que a la razón académica universal, por encima de todo eso, ustedes deben dar a conocer un simple dictamen. Se trata de una cuestión de dignidad, sí, pero también de supervivencia. Al fin y al cabo, la AVL no nació precisamente con un plus de prestigio entre sus iguales. El prestigio, la dignidad, la cabeza alta, hay que conquistarlos. Todos esperamos que se comporten a la altura de su responsabilidad. Y Camps si quiere, como Yelsin con el Parlamento ruso, que les ponga en la puerta de Sant Miquel dels Reis una división acorazada -que se atreva-. Los que defendemos la razón y, por tanto, la democracia (pero nunca sin ese por tanto), somos ya demasiados. Una bronca más no nos va a amilanar.
Joan Garí es escritor.
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