Un filántropo sin escrúpulos
Los tres grandes nombres fundacionales de la moderna literatura en lengua yídish son Sholem Abramovich, Sholem Aleichem e Isaac Peretz. Pero son Isaac Bashevis Singer, premio Nobel de Literatura, ampliamente traducido en España, y su hermano Israel Singer -de quien se acaba de publicar Los hermanos Ashkenazy- los más conocidos. A ellos viene a unirse ahora Yehuda Elberg que, afortunadamente, llega traducido directamente del yídish.
La de Elberg es una novela extensa, contundente e integrada en la tradición centroeuropea en la modalidad de historias generacionales de familias donde no hay pariente que no tenga una aparición significativa. Es una novela de corte realista cuyo tronco central transcurre en una pequeña localidad rural de Polonia en los años que median entre la Primera Guerra Mundial y el ascenso del poder de Hitler. Pero, como es natural en este tipo de novela, comienza mucho más atrás, con el tatarabuelo de Kalman aprovisionando al Ejército ruso durante la guerra de Crimea, y no perdona generación familiar. La novela se abre en tiempo de posguerra, retrocede hasta el tatarabuelo en la segunda parte, regresa al tiempo presente para contar la creación del imperio económico de Kalman el Lisiado en la tercera y se detiene en 1933.
EL IMPERIO DE KALMAN EL LISIADO
Yehuda Elberg
Traducción de Rhoda Enelde Abecassis y Jacobo Abecassis
Losada. Madrid, 2004
496 páginas. 36 euros
Hay dos asuntos principales. El primero es el relato de continuidad familiar. Se sostiene en la dedicación a construir una propiedad, negocio o fortuna que legar para asentar la continuidad de la sangre y en el esfuerzo para rehacerse después de cada dificultad o incluso ruina que agrieta esa construcción. El segundo es el personaje que personifica el máximo de aspiración: edificar un verdadero imperio; la representación de este fin se refuerza simbólicamente al tratarse de una figura que, además de partir de escasos recursos, es un lisiado desde su infancia. Como tal lisiado ha de soportar una inferioridad que será, a la postre, el mejor acicate para sus propósitos. Pero Kalman no es personaje de una pieza; el autor muestra un alma atormentada por sus muchas fechorías y un carácter capaz de hacer frente a cualquier adversidad. No teniendo atributos físicos, sus armas serán la astucia y la falta de escrúpulos. Es un alegre caradura, tramposo y mentiroso hasta donde sea necesario, pero, hábilmente, el autor hace aparecer en él -una vez que se ha convertido en un hombre de fortuna- zonas de culpabilidad, sentimientos encontrados, necesidades afectivas y formas de autocastigo que lo convierten en un ser complejo y cada vez más interesante.
La parte de la construcción
del imperio carga demasiado las tintas sobre su actividad de casamentero (para asegurar la continuidad de su imperio) de la misma manera que la historia de familia, del tatarabuelo al abuelo, está tan recargada de ceremonial religioso que, al menos al lector no judío, lo abruma. La intención de Elberg es relatar una forma de vida que existió en Polonia -la mayor comunidad judía de Europa- hasta la invasión nazi; para ello, no ahorra detalle, extiende la nómina de personajes y describe su vida cotidiana con minuciosidad y presenta una nómina de pícaros de lo más variado.
Kalman el Lisiado alcanza el poder y se enfrenta de igual a igual con el actual terrateniente y antiguo administrador, que representa a la aristocracia dominante; una aristocracia que, sin embargo, ha acabado cediendo su cetro a este plebeyo arribista y seductor de la hija del verdadero aristócrata, lo que en cierto modo los iguala socialmente a Kalman y a él. Nuestro protagonista, sin embargo, va ganando calidades a medida que se dedica a casar a sus protegidos, alcanza su apogeo con el reconocimiento del hijo bastardo y con la melancolía que le sobreviene a su muerte y, finalmente, cuando la novela desemboca de modo inesperado en dos revelaciones: la historia de su primer amor y la verdadera historia de su relación con Braindl, la mujer de su segundo. En este último tramo es donde se consuma el conocimiento de lo mejor y lo peor de este hombre lisiado, tramposo, cruel y sentimental. Las dos revelaciones, aunque aparecen un tanto forzadas (la novela se está acabando), muestran un resultado eficiente.
La última razón, la razón narrativa del desenvolvimiento de esta historia la da el propio Kalman, ya cerca del final, a su casi hijo adoptivo Berish. Dice, hablando de sí mismo: "Kalman Shwerdl es un hombre de negocios, un filántropo, pero también un canalla. Berish, sólo al hijo de tu padre puedo revelar esto: Kalman el Lisiado sigue incrustado en el fondo de mi ser, al acecho del mejor momento para abalanzarse sobre su víctima. Aunque sólo fuera por eso, vale la pena que me mantenga ocupado en aventuras comerciales". Esa dualidad al denominarse a sí mismo Kalman Shwerdl y Kalman, que nos trae el recuerdo de Jekyll y Hyde bien que de modo distinto y lejano, es la clave de todo su esfuerzo y de todo el potente montaje narrativo de esta novela.
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