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Columna
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Una ciudad enferma

La propuesta formulada por el arqueólogo municipal, Pablo Rosser, de crear un museo de historia de la ciudad no ha despertado el menor eco en Alicante. Dos semanas después de que Rosser la expusiera en la prensa, no hemos anotado ninguna reacción. Nadie se ha manifestado a favor o en contra del proyecto. No se ha escuchado una sola palabra. Los señores concejales a quienes atañía directamente el tema, no se han pronunciado sobre el asunto. Tampoco lo ha hecho nadie de la oposición. En los diarios, no se ha vuelto a mencionar el tema en todo este tiempo. El desinterés por la iniciativa ha sido, pues, total, absoluto. Podemos decir que la propuesta de Pablo Rosser ha recibido, ni más ni menos, el mismo trato que suele recibir en Alicante cualquier idea positiva que se exponga en beneficio de la ciudad: la indiferencia.

Que la sugerencia de Rosser no haya sido considerada por quienes gobiernan en el ayuntamiento, tiene, la verdad, poco de extraño. Díaz Alperi, el alcalde, nunca ha mostrado una preocupación cierta por Alicante. Al menos, no hemos percibido en él una inquietud por el futuro de la ciudad, más allá del natural trámite administrativo. A lo largo de sus años de mandato, ha podido verse con claridad que Alicante solo era una herramienta para que Díaz lograse sus objetivos personales. Por otra parte, la división actual del Ayuntamiento entre los partidarios de Francisco Camps y los de Eduardo Zaplana, no favorecía el estudio de la propuesta de Rosser. Hubiera bastado que una de las facciones mostrara su interés por el proyecto, para que la otra lo descalificara de inmediato.

En cuanto a la oposición, se ha comportado del modo al que nos tiene acostumbrados y ha mantenido un respetuoso silencio sobre el asunto. El Ayuntamiento de Alicante tiene una oposición muy respetuosa, que, por nada del mundo, crearía un conflicto a Luis Díaz Alperi. Son muchos años los que gobierno y oposición vienen desempeñando los mismos papeles, sin que hayan variado prácticamente sus protagonistas. Esta situación ha creado un inevitable clima de confianza, que se prolonga más allá de las diferencias ideológicas que pudieran darse entre unos y otros. Se ha llegado a un punto en el que ambas facciones se encuentran cómodas, dado que la situación beneficia a los intereses particulares de cada una. En este clima de complicidades, cuando ha estallado el conflicto en el seno del Partido Popular, la oposición se ha preocupado por dar su apoyo al alcalde de la ciudad.

Ante esta circunstancia tan confortable para los políticos, quien pierde, claro está, es la ciudad. La indiferencia ante el proyecto de Pablo Rosser no es más que una consecuencia de la enfermedad que aqueja a Alicante. Si repasamos los últimos años de vida municipal, veremos que la inacción ha sido la característica predominante del periodo. Fuera de la construcción de viviendas y de centros de ocio, apenas se ha hecho nada de importancia en la ciudad. La actividad municipal se ha reducido a la pura administración y aún ésta, ha dejado a menudo que desear. Es innegable que Alicante se encuentra hoy en peor estado que se encontraba 12 años atrás. Si comparamos la situación con la de capitales vecinas, que han conocido un progreso efectivo y, en algún caso, espectacular, el resultado es desolador para la ciudad.

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