Una propuesta inteligente
Que esto de la globalización cinematográfica va en serio lo confirma, y con rotundidad, un título como el que nos ocupa. Producido por empresas alemanas y mongolas y dirigido al alimón por una mongola y un italiano, aunque rodado en el desierto de Gobi, La historia del camello que llora es, además, la confirmación de lo bien que funcionan de cara al público un cierto tipo de peripecias muy de ahora, con historias mínimas pero de hondo contenido humano, una trama sin demasiadas florituras y actores no ya desconocidos, sino directamente no profesionales. Se diría que en el terreno de las narraciones también estamos un tanto hasta las narices del barroquismo, la exageración y el "más grande que la vida".
LA HISTORIA DEL CAMELLO QUE LLORA
Dirección: Byambasuren Davaa y Luigi Falorni. Intérpretes: Janchiv Ayurzana, Chimed Ohin, Amgaabazar Gonson, Zeveljamz Nyam. Género: documental ficcionalizado. Alemania-Mongolia, 2003. Duración: 93 minutos.
La historia del camello que llora, dirigida por Byambasuren Davaa y Luigi Falorni, se esconde, además, detrás de las formas de un documental realizado en forma de ficción para contar sencillamente una trama improbable: las vicisitudes que tiene que pasar una familia de pastores nómadas mongoles a quienes nace un hermoso camello blanco al cual su madre, no obstante, se niega a dar de mamar, con lo cual parece condenarlo a muerte.
Lo que ingenian los miembros de la familia que protagoniza el filme para que tal hecho no acaezca y hasta una larga peregrinación de los dos miembros más jóvenes del clan en busca de una lejana solución al problema son los hitos que recorre una historia cuyo interés, por lo demás, está en otro lugar: en realidad, más que en los mecanismos de una ficción que, como tal, parece no existir nunca convencionalmente, el gancho está en la cuidadosa descripción del día a día de una amplia familia, en el exotismo de unas costumbres que desconocemos del todo.
Fin de vida
Y también en algo más: en la certidumbre de que asistimos a una historia que, así mostrada, probablemente sea muy difícil de ver nuevamente. La clausura del relato, con la lenta pero sólida implantación de formas de vida contemporáneas en el núcleo familiar, nos pone tras la pista de que estamos viendo algo así como una historia de Nanooks en el desierto, un fin de raza, y un fin de vida, uno más de los últimos vestigios de culturas pretéritas que acabarán, si nadie lo remedia, barridas del mapa por la imparable irrupción del presente tecnológico.
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