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Reportaje:

Los novios de la 'revolución naranja'

El campamento de 6.500 manifestantes en Kiev ha propiciado varias bodas

Pilar Bonet

La revolución, cuando se prolonga, fluctúa entre los momentos únicos y los hábitos rutinarios. Así se percibía ayer al menos en el campamento de la revolución naranja, que fue desplegado en el centro de Kiev en la noche del 21 al 22 de noviembre como protesta a unos comicios fraudulentos. Dieciséis días después, el campamento de los naranja, con sus banderas, sus lemas, certificando el apoyo divino, y sus tiendas de excursionista, sigue en pie, en plena calzada de la avenida Jreshatik (el equivalente local de la Gran Vía madrileña). Su futuro es objeto de alta política en el cuartel general del candidato de la oposición, Víktor Yúshenko.

Allí viven cerca de 6.500 personas, según el jefe del campamento, Tarás Lóginov, dirigente de la asociación juvenil Kompás. El número de habitantes, sin embargo, ha fluctuado por un constante ir y venir de los que llegan guiados por su deseo de manifestar una postura cívica y los que se marchan, debilitados por los resfriados y el cansancio u obligados a reincorporarse al trabajo.

En el recinto hay ocho tiendas despensa que almacenan los alimentos donados por la población
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En el campamento, los jóvenes se conocen e incluso se casan y ha habido ya media docena de bodas. Una de ellas ha sido la de Galia y Maxim, de 19 años. Ella es una obrera de la construcción de Krasnolimansk (en el este de Ucrania) y él es un empleado del mantenimiento de señales de tráfico de Rivne (en el oeste). "Nos conocimos por casualidad hace una semana y media, y tres días después decidimos casarnos. Fue amor a primera vista. Galia es bella, buena, y tiene buen corazón, aunque a veces no nos entendemos, pero yo creo que cuando vivamos juntos todo irá bien", dice Maxim. "Es muy simpático", dice Galia, y ambos se miran a los ojos y entrelazan sus manos, en las que lucen alianzas.

De la tienda donde viven emerge un joven soñoliento. Se llama Andréi, es coordinador de suministros y ha abastecido de comida, bebida y ropa caliente a los piquetes de manifestantes, abandonados inicialmente a la intemperie frente al consejo de ministros. También ha coordinado a dos restaurantes que preparan platos para los acampados.

Camiones que habitualmente reparten cerveza distribuyen ahora contenedores de leña, que se utiliza en los braseros y en las cocinas de campaña. En el recinto hay ocho tiendas-despensa donde se almacenan los comestibles regalados por la población, como patatas, cebollas, fideos, azúcar y muchas conservas vegetales. Hay también un dispensario, donde médicos voluntarios atienden las pequeñas indisposiciones. Para la higiene personal, hay retretes biológicos en la calle y las duchas de un empresario de baños turcos vecino.

El camping tiene problemas de identidad. "Nos estamos planteando qué hacer, si mantenerlo como está o reestructurarlo", explica Lóginov. "Yo soy partidario de que el campamento sea más compacto, más pequeño, pero más fuerte y con capacidad de despliegue, si es necesario", afirma Lóginov. Galia y Maxim dicen que estarán aquí hasta "la victoria", pero Lóginov es más moderado. "No todos somos revolucionarios y aquí hay mucha gente que tiene que trabajar para vivir y que quiere irse a su casa por Navidad", señala. "Nuestro futuro depende de una decisión política que todavía no se ha tomado", puntualiza.

Mientras, con los acampados se fotografían los turistas y han surgido desde una capilla desmontable a pequeños negocios callejeros. En un tenderete se venden jarras para café con la inscripción "Tak" (Sí), que es el lema electoral de Yúshenko; en otro, CD con las canciones que se cantan en la plaza de la Independencia para calentar los ánimos antes de que intervenga Yúshenko, y en un tercero, se alquila un móvil para llamar a la familia por un módico precio.

Una de las bodas que se han celebrado en el <i>campamento</i> <i>naranja,</i> el 26 de noviembre, frente a un cartel opositor.
Una de las bodas que se han celebrado en el campamento naranja, el 26 de noviembre, frente a un cartel opositor.AP

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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