Cuando el óleo se transforma en terapia

Si alguien los exprimiese obtendría zumo de optimismo. Así de exultantes se han mostrado siempre los lienzos de Mercedes Carbonell (Cádiz, 1963), quien ahora está contagiado de su amor por la pintura a sus 21 pequeños aprendices. La artista cerró en 2002 un capítulo de ocho años dedicado en exclusiva a los autorretratos. Desde su primera individual a finales de los ochenta, Carbonell ha ido "por libre" en el arte, utilizando los lienzos como diarios y el caballete como el diván del psicólogo. Ajena a cualquier tendencia, concepto o nuevos soporte que apareciera en el panorama artístico.

"Antes siempre sabía lo que pintaría, otro cuadro con el mismo tema: mi autorretrato. Lo que comenzó como algo liberador acabó haciéndome sufrir. Así que una mañana de hace dos años mi marido me dijo: 'tu etapa de pintarte a ti misma se ha acabado'. Pasé el día más feliz de mi vida, porque uno pinta para los demás y yo necesitaba que alguien me lo pidiera", explica la artista porque el alejamiento de los autorretratos fue casi simultáneo al inicio de las clases.

"Estaba harta de estar sola en el estudio, así que de momento he abandonado el mundo de las exposiciones. Ver cómo los niños avanzan me llena más. La última exposición que he hecho ha sido en la Fundación Aparejadores de Sevilla", dice.

El trabajo de Mercedes Carbonell pudo verse en Abducidas, la muestra que realizó junto a la pintora Marina Núñez en 2001 en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), obras en las que la utilizaba la pintura como terapia. "Creo que todos los artistas lo hacemos. Empecé a pintarme a mí misma porque no me gusta la soledad del estudio. Quizás por eso siempre trabajo en varios cuadros a la vez y me gusta que haya gente a mi alrededor. Me encuentro sola porque no tengo planteamientos concretos, voy cambiando sin nada a lo que agarrarme, pero también eso me hace crecer".