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Reportaje:CRÓNICA VERDE

Capturas de ida y vuelta

Pescadores y conservacionistas reclaman la pesca sin muerte para las truchas andaluzas

No deja de ser un contrasentido que una especie animal se considere en peligro de extinción y que las mismas autoridades ambientales que le otorgan dicho estatus autoricen su captura y muerte en estado silvestre. Sin embargo, esto es lo que viene ocurriendo con la trucha común, cuyas escasas poblaciones andaluzas vienen sufriendo una grave regresión, hasta el punto de haber sido incluida, por la Consejería de Medio Ambiente, en el Libro Rojo de Los Vertebrados Amenazados de Andalucía. Pero, al mismo tiempo, la orden que regula la pesca continental en la comunidad autónoma, dictada también por Medio Ambiente, sigue autorizando las capturas, con muerte, de esta especie, aún cuando se fijen unas tallas mínimas, cebos determinados o periodos de veda.

Las medidas que tratan de limitar el impacto de la pesca deportiva en la trucha común no garantizan su supervivencia ya que, por ejemplo, el hecho de no poder capturar ejemplares de menos de 25 centímetros, tamaño en el que este pez adquiere la capacidad de reproducción, no ha evitado que en numerosos cotos sean escasísimos los individuos que alcanzan este tamaño, lo que indica una presión excesiva sobre los ejemplares adultos.

En estas circunstancias, los principales colectivos que en Andalucía agrupan a los pescadores (ACPES, Unipesca, AEMS y Federación Andaluza de Pesca), junto a Ecologistas en Acción, han solicitado a la Consejería de Medio Ambiente que en la orden de vedas del próximo año sólo se autorice para esta especie la modalidad de captura y suelta, utilizando artes de pesca sin muerte. De esta manera, razonan, "se mantendría la actividad recreativa, turística y deportiva, y a la vez se establecería un tránsito disuasorio de pescadores en los tramos fluviales, de manera que disminuyera el furtivismo".

Los promotores de la idea temen, a pesar de todo, que la consejería no se decida a dictar esta fórmula de protección ya que la misma ha motivado cierta inquietud en algún que otro ayuntamiento, donde los pescadores locales siguen defendiendo la pesca con muerte. Así las cosas, se ha iniciado una intensa campaña en Internet que busca sumar adeptos a la propuesta conservacionista, que en estos foros virtuales se defiende con numerosos argumentos.

Por ejemplo, no parece razonable que, frente a la situación de la trucha común, el resto de peces que en aguas continentales andaluzas se enfrentan a un cierto peligro de desaparición gocen de indulgencia, y no aparezcan citados como especies pescables. Además, la mayor parte de los ríos trucheros andaluces están incluidos en espacios naturales protegidos, y las normas que regulan el aprovechamiento de los recursos en este tipo de territorios ya prohíben la pesca con muerte para esta especie.

Existen, asimismo, poblaciones de este animal que tienen unas peculiares características genéticas, lo que debería suponer una estricta protección de las mismas para preservar ese carácter diferencial. Así ocurre en el río Castril (Granada), en donde nunca se han llevado a cabo repoblaciones ni existe la amenazada de otras especies exóticas, por lo que las truchas son nativas en su totalidad y presentan un perfil genético característico, a medio camino entre las poblaciones mediterráneas y las suratlánticas.

Sin abandonar este cauce granadino, los estudios realizados en el mismo por investigadores de las universidades de Granada y la Politécnica de Madrid revelan cómo la densidad de truchas ha descendido un tercio en nueve años, lo que ha supuesto, entre otras alteraciones, la pérdida de una presa fundamental para las nutrias. En muchos casos la excesiva presión se debe a las actividades extractivas que se amparan en la práctica deportiva, ya que un buen número de truchas son capturadas, sin regulación alguna, por pescadores furtivos para engrosar las cartas de bares y restaurantes que ofertan este apreciado plato.

A juicio de la Asociación para el Estudio y Mejora de los Salmónidos (AEMS), el valor de la pesca recreativa no está ligado al recurso que se extrae sino a la propia actividad del pescador. Desde este punto de vista, explican, "podemos comparar al pescador que confunde la pesca recreativa con el llenar la cesta de peces con un esquiador que se llevara la nieve a casa. Tan obvio como que el esquiador donde necesita nieve es en la montaña, es que el pescador donde necesita peces es en el agua".

La pesca con muerte provoca, en numerosos ríos, la existencia de poblaciones de trucha artificialmente rejuvenecidas, excesivamente dependientes de los individuos más jóvenes al estar sometidos a una intensa presión los ejemplares maduros. Y en esta situación, añade la AEMS, "no sólo se complica la supervivencia de la especie, sino que para el pescador su actividad resulta verdaderamente frustrante".

La extinción oculta

Frente a la atención que se le suele dispensar a mamíferos y aves cuando su supervivencia se ve amenazada, los procesos de extinción que afectan a los peces de aguas continentales apenas tienen trascendencia más allá de ciertos sectores especializados. En estos casos, la desaparición de una especie puede llegar a pasar desapercibida.

La delicada situación de la trucha común no es un caso único si nos remitimos a la evaluación que se hace de otros peces en el Libro Rojo de los Vertebrados Amenazados de Andalucía. Una especie, el espinoso, se encuentra extinguida a escala regional y en peligro de extinción en el resto de España. Otras cuatro especies (fraile, fartet, bogardilla y esturión) se consideran en peligro crítico de extinción, por lo que, de no corregirse los factores que han ido mermando sus poblaciones, terminarán por desaparecer de los cauces andaluces. Y, por último, comparten estatus con la trucha común (considerada "en peligro de extinción") la lamprea marina, el sábalo, la saboga y el jarabugo.

En mejor situación, aunque no estén completamente fuera de peligro, se encuentran la anguila, el barbo comiza, el barbo cabecicorto, el barbo gitano, la boga del Guadiana, la colmilleja, el cacho, el calandino y la pardilla.

En todos los casos, se anotan una serie de factores implicados en estos procesos de extinción. El primero tiene que ver con el deterioro de los cauces, receptores de un gran volumen de agentes contaminantes, sometidos a una intensa regulación, deforestados en sus márgenes o alterados por diferentes usos y explotaciones. También se cita la sobrepesca como elemento perturbador, y la presencia, cada vez más evidente, de especies exóticas que van desplazando a las autóctonas.

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