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Columna
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Aquellos días soleados de París

Eduardo Madina

¿Aprueba usted la Constitución Europea, sí o no? Ésta era la pregunta a la que respondieron, mayoritariamente a favor, los militantes del Partido Socialista Francés(PSF) en el referéndum interno celebrado esta misma semana. Los iconos visibles de las dos posiciones eran Laurent Fabius y Francois Hollande. Ambos comparten el significativo hecho vital de haber estudiado en la ENA (Escuela Nacional de Administración), ese espacio de formación casi mítico por el que han pasado la mayoría de los grandes líderes políticos y empresariales de la historia reciente de Francia.

El primero de ellos, había presidido la Asamblea Nacional y fue a mediados de los años 80 el primer ministro más joven de Francia con Francois Miterrand. Algunos años después, y tras algunos problemas políticos que supo sortear, volvió a tener responsabilidades de Gobierno, por encargo de Lionel Jospin, en la cartera de Economía y Finanzas. Ocupaba los espacios más centrados y menos izquierdistas del socialismo francés, pero pactó con éstos una posición favorable al "no" de su partido a la Constitución Europea. El movimiento parece inscribirse en motivos más orgánicos y de poder interno que políticos.

Al ganar su apuesta, Hollande ha conseguido la autoridad plena sobre el partido
A partir del "sí" del PSF a la Constitución se abren nuevos escenarios para su ratificación

Francois Hollande es un politólogo que se había dedicado, más que a la labor de Gobierno, a tareas de partido; fue portavoz de éste y después, en 1997, fue nombrado primer secretario cuando Lionel Jospin empezó a desempeñar labores de primer ministro. Hollande había emergido como nueva esperanza de la izquierda tras la derrota de ésta en las elecciones presidenciales y legislativas de 2002. En un primer momento, empezó sin mucha fuerza pero algún tiempo después, consiguió que el Partido Socialista volviera a ser el más votado en las elecciones regionales de la última primavera. Fue iniciativa suya convocar el referéndum interno para que su partido fijara posición ante la Constitución Europea. En este mar de incertidumbre, con los ojos de toda Europa mirando, ha ganado la apuesta.

Parece evidente que este resultado tendrá importantes consecuencias internas; en primer lugar, porque queda cerrado el peregrinaje en el desierto que inició, para el Partido Socialista, la derrota de Jospin en 2002 en aquellos tristes episodios de la historia de Francia cuando el ultra derechista Le Pen, dejó fuera de la segunda vuelta de las presidenciales al socialismo francés.

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La ruptura del partido en dos sectores tras aquella histórica derrota puede ser que haya tocado a su fin, ya que, habiendo ganado un referéndum convocado por él mismo ante un asunto tan importante, Hollande ha conseguido la autoridad plena sobre el partido y sobre su estrategia futura.

De 120.000 militantes socialistas, se decidieron a votar cerca de 95.000, una participación de más del 75%, con un resultado de algo más del 55% a favor del "sí" a la Constitución Europea. Y a partir de ahí ya se abren nuevos escenarios de posibilidad para el propio texto constitucional europeo, que tendrá que sortear 25 aprobaciones en 25 Estados. Sin el sí del PSF a la Constitución Europea, todo indica que el modelo constituyente habría nacido tocado de legitimidad en uno de los dos países motivo del proceso de construcción europea.

Las excusas discordantes entre ambas posiciones pivotaban sobre algunos campos políticos bien delimitados. En primer lugar, las instituciones de la UE; el modelo de elección de éstas y su proceso de toma de decisiones. En segundo lugar, la Europa de la defensa: Fabius y sus partidarios del "no" señalaban que el texto constitucional asumía una excesiva tutela de la OTAN, perdiendo tiempo, decían, en la construcción de una autonomía real con respecto a EE UU. Tercero, la Europa social: el miedo a las deslocalizaciones bajo este modelo fiscal, no armonizado por expreso deseo británico, marcó una línea insalvable para el acuerdo entre las partes, al que se sumaron las diferentes percepciones sobre la intención del texto con respecto al pleno empleo.

En cuarto lugar, los derechos y libertades: la inclusión de la Carta de Derechos Fundamentales en la Constitución convierte a Europa en la zona del mundo que mejor protege las libertades ciudadanas, pero los partidarios del "no" esgrimieron la falta de garantía de soberanía nacional en materia de laicismo institucional.

Por último, la mecánica de modificación del propio texto: Fabius señalaba que será prácticamente imposible reformarlo por la exigencia de unanimidad que lleva inscrita; Hollande apelaba al revisionismo que ha caracterizado históricamente al proceso de integración europea, que ha sabido reformar sus propios tratados para adecuarlos, en cada instante político, a las nuevas realidades que Europa ha ido viviendo y conformando.

Tras este capítulo, todo indica que Francia aprobará holgadamente la Constitución Europea y que, si no hay sorpresas, ésta será mayoritariamente refrendada en el conjunto de los Estados de la nueva Unión Europea. La pena ha sido que, sobre un asunto tan trascendental como este reto que Europa se ha marcado para sí misma, el PSF haya jugado una guerra interna con características orgánicas y dimensión nacional. Si los partidarios del "no" hubieran ganado el referéndum interno, el proceso de integración habría gripado, sobre una confrontación dialéctica con marcado carácter orgánico, en uno de los países clave.

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