Antonio Calvo Pedrós, fotógrafo
Después de 50 años dedicado profesionalmente a la fotografía, una vez jubilado se pasa a la digital
Antonio Calvo Pedrós (Zaragoza, 1935), que comenzó a trabajar como aprendiz de fotógrafo a los 14 años, guarda "en perfecto estado" las 210 cámaras fotográficas que empleó en su vida profesional. Cuando se jubiló, en 2000, decidió comprar la primera digital. Nunca ha manejado un ordenador. Para pasar las imágenes a papel acude a una tienda. "Si no me gusta los encuadres, les digo cómo han de recortar las fotos. La cámara digital a veces engaña y sale más de lo que aparece en la pantalla. Eso no pasa con las profesionales".
Con 27 años trabajaba en un estudio de fotografía. "Me mandaron a París en 1963 para aprender cómo funcionaba la fotografía electrónica. Era una máquina que revelaba automáticamente en blanco y negro, muy parecida a las de color que se emplean ahora. Se colocaba el papel en distintas bandejas en función de su rigidez".
Al año siguiente se casó con Rosa y comenzó a trabajar por cuenta propia. "Abrimos tienda en El Picarral, un barrio de Zaragoza. También hacía reportajes de boda, trabajaba para todos los periódicos y revistas que me compraban las fotos, y los fines de semana los dedicaba al fútbol modesto, que no le interesaba a nadie". Ha realizado millones de fotografías. Las más conocidas "son las de los secuestros de Quini, del doctor Iglesias y, por supuesto, las del incendio del hotel Corona de Aragón".
Le gustó una cámara digital Olympus Camedia C5050 porque permitía, con la ayuda de un adaptador, utilizar un gran angular y un teleobjetivo. Rosa no se acostumbra a ver a su marido con una cámara que apenas pesa 200 gramos. "Antes llevábamos 20 o 30 kilos encima. En la bolsa no faltaban 30 o 40 rollos de película, 3 o 4 cámaras, los objetivos, los flases...". Aunque hecha de menos la tensión del trabajo, reconoce que "sufría mucho desde que hacía las fotos hasta que veía el resultado. Ahora, con las digitales ese problema ya está resuelto".
Calvo Pedrós, a quien siempre le gustó tener "las manos en remojo" en las cubetas de su laboratorio, cree que a la fotografía tradicional de aficionado le queda "un año y medio o dos, como mucho". "Me entristece", dice, "porque ha sido mi vida, pero veo que se está acabando y no sé qué salida van a tener los laboratorios".
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