Sobre manifiestos y manifestaciones
Pensábamos que sobre un tema académicamente claro, aún socialmente dividido, no iban a ser necesarios más manifiestos ni manifestaciones cuando nos hemos encontrado con ambos. Creíamos que con la puesta en funcionamiento, de manera consensuada, de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, se iba a clarificar un conflicto largamente mantenido y resulta que no ha sido así. Confiábamos que con ello se iba a poner en marcha una sociedad dinámica, interesadamente enfrentada por sus evidentes señas de identidad, y parece que ante los importantes retos que nos esperan derivados de la ampliación europea, la creciente inmigración procedente de culturas distantes, o el avance en las comunicaciones con el uso de las lenguas mayoritarias acentuado por la globalización, aún tendremos que esperar.
Hace ya muchos años que Sanchis Guarner se había manifestado en favor del policentrismo normativo convergente, que el padre Lluis Fullana había afirmado, de su puño y letra, la necesidad para el valenciano de dar pasos hacia la unidad normativa con el catalán, y que ambos junto al resto de los que lo hicieron en Castellón, firmaron las Normas Ortográficas de 1932, que llegaron a ser un pacto consensuado para salir del conflicto planteado, por el que Nicolau Primitiu se atrevió a poner hasta nombre a la lengua, ba-ca-va, balear, catalán, valenciano, como el conocido Diccionario.
Pero resulta, como decíamos, que las cosas continúan como estaban y vuelven manifiestos y manifestaciones que, cualquiera que fuera la intención de sus firmantes o asistentes, parece que no ofrecen solución al conflicto pues se mantiene la posición de partida sin ofrecer la confianza necesaria a las instituciones de las que nos hemos dotado, entre ellas la Acadèmia, y también el Consell Valencià de Cultura, que en el dictamen que recientemente ha hecho público expresa con claridad que la denominación valenciano debe ser usada, sin que tenga carácter excluyente, formando parte del sistema lingüístico de los territorios hispánicos de la antigua Corona de Aragón.
Algo pasa en la sociedad valenciana que la hace en cierta medida inoperante para reforzar los pactos alcanzados en la actividad política y ello en cierto modo es causado por la indefinición que arrastramos sobre las bases de nuestra identidad. Desde que en la Conferencia Económica del País Valenciano celebrada en 1934, Ignasi Villalonga, en valenciano, expresara su voluntad de unir a todas las fuerzas sociales valencianas en favor de políticas que tuviesen continuidad, hasta la reciente de Francisco Pons, presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE), setenta años más tarde, abogando por la necesidad de un pacto social que abarque la responsabilidad que compete a la sociedad civil, se viene echando de menos, a lo largo de todo el siglo, un papel más activo de la sociedad a la que todos pertenecemos.
A tal respecto me permito traer aquí las recientes declaraciones del anterior presidente de AVE, Federico Félix, al hablar del escaso desarrollo de nuestra sociedad civil, afirmando la necesidad de tomar conciencia de este hecho para superar nuestra debilidad, no buscar fuera de nuestro ámbito territorial a los causantes de esta circunstancia, abordar el pacto como forma de superar la adversidad, no dar rienda suelta a las emociones y evitar la generación de mayor confrontación interna para no debilitarnos aún más.
La lengua podría obtener ahora una buena solución definitiva, que vendría de la mano del acuerdo en los términos arriba citados, y que podía resumirse en la doble denominación valenciano y catalán, o cualquiera otra análoga que mantuviera la adscripción al tronco común, acabando el enfrentamiento mediante la verdadera aceptación de la cultura del pacto, y así no sólo con la lengua, sino también con el agua, el tren de alta velocidad, las inversiones en puertos y aeropuertos, el futuro de nuestros sectores industriales, y cuantos temas pudiéramos plantear en una sociedad cada vez más globalizada, que exige una clara definición sobre nuestra identidad, que permita abandonar cuantas suspicacias pudieran mantenerse y que de esta manera supere nuestra histórica debilidad negociadora.
Mantener el contencioso de la lengua, es decir apostar en las actuales circunstancias por un idioma separado del sistema lingüístico del que forma parte, no sólo carece de base científica, que sí que podría sernos exigible desde fuera, sino que supondría acentuar la debilidad de nuestra posición, sin aprovechar la oportunidad para superar este contencioso mediante la consolidación del carácter oficial del valenciano ante las instituciones europeas, reforzar definitivamente su viabilidad a partir del tronco común del que forma parte, facilitar el reencuentro con nuestra historia y permitir la puesta en marcha de una sociedad civil hoy dividida y de este modo paralizada.
Alejandro Mañes es licenciado en Ciencias Económicas y Derecho.
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