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LA COMPARECENCIA DEL EX PRESIDENTE
Columna
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De qué nos amenaza

Se comprueba una vez más aquello de que no hay venenos, hay dosis. Y desde luego, la dosis con la que se nos administró la comparecencia de ayer de José María Aznar ante la Comisión Parlamentaria de Investigación en torno al 11-M a partir de las 9.00, todavía abierta cuando se escriben estas líneas ya bien avanzada la tarde, fueron venenosas. Por eso, a simple vista podían apreciarse los estragos causados tanto en los comisionados como en los periodistas.

El compareciente Aznar acabó encajando la pérdida de distancia, se adaptó a un sistema de preguntas que permite la réplica y la insistencia pero se enrocó en la práctica del método Olledorf. Es decir, el que proclama "pregunte usted lo que quiera que yo contestaré lo que me dé la gana". Para esa práctica del ocultamiento verboso de la verdad, para entregarse al sistema de avanzar por el camino de la precisión hasta lograr la plena confusión, para salirse por peteneras, para el despliegue de la táctica del calmar, del bote de humo arrojado en el momento más desorientador, el señor Aznar tuvo la interminable y delicada colaboración del presidente de la Comisión, diputado de Coalición Canaria Paulino Rivero. Argumentaba Rivero que la presidencia nunca había puesto cortapisas, pero precisamente ponerlas para evitar que el compareciente se fuera por cerros de Úbeda hubiera sido su primer deber.

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Porque cualquier paciente observador que asistiera a la sesión parlamentaria de ayer pudo comprender con facilidad que las tareas de los comisionados tiendan a ser interminables. Sobre todo si los comparecientes, como sucedió con el de ayer, rehúyen la respuesta a las cuestiones que se les plantean y se enredan en cualquier clase de consideraciones innecesarias aderezadas de insinuaciones amedrentadoras. Pues que refiera cuanto antes lo que sepa porque, parafraseando al feligrés vasco en réplica al predicador entusiasmado con la descripción de los tormentos que esperaban a los condenados cabría decirle al compareciente: "Señor Aznar, si hay que ir al infierno se va, pero no nos acojone".

El caso es que Aznar acudió provisto de algunas estadísticas y de penosas maldades pero se aferró siempre que lo consideró necesario a la tenaz negación de la evidencia. El compareciente, en momento alguno fue capaz de reconocer errores en la gestión de su Gobierno, ni en los ocho años de las dos últimas legislaturas, ni en los cuatro días contados desde que volaron los trenes del 11-M. Tampoco fue posible que Aznar aceptara fallo alguno en la gestión de la información. Ni supo explicar por qué no reunió al Gabinete de Crisis, expediente al que se acudió otras veces como cuando la hazaña de Perejil o en aquel momento cumbre del ministro de la Presidencia Francisco Álvarez Cascos, encerrado en el búnker de la Moncloa para salvarnos de cualquier imprevisto a cuenta del peligroso cambio de milenio.

De nada valieron todas las cuestiones planteadas durante horas para averiguar por qué Aznar rehusó convocar el Pacto Antiterrorista, siendo así que al menos durante las primeras 72 horas creía en ETA como autora de los atentados. Quedamos también pendientes de saber por qué el Gobierno se abstuvo de solicitar la reunión de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados, por qué, en definitiva, en lugar de compartir la información y buscar la unidad de las fuerzas políticas, en unas circunstancias límite, optó por encerrarse en el solipsismo, atribuyó autorías sin base, logró intoxicar a los medios de comunicación, lanzó su comparecencia institucional a las 14.30 del jueves, convocó las manifestaciones del viernes y determinó del mismo modo unilateral el lema que habría de encabezarlas.

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Pero la cuestión clave a esclarecer es de qué nos amenaza el señor Aznar y por qué insiste en que se investigue dando a entender tramposamente que ahora se rehúsa investigar por las actuales autoridades gubernamentales, siendo así que las que estuvieron in albis fueron las anteriores, las de los Gobiernos de Aznar. Sorprende que quien junto con su partido vetó toda clase de comisiones de investigación o dio carpetazo precipitado a las que aceptó de mala gana en la primera legislatura, como la de Gescartera, quiera presentar a los demás grupos como obstruccionistas de la verdad. Y por qué se olvida de su reacción culpabilizando al Gobierno de González cuando el asesinato del ex presidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente.

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