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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El daño de la política, el daño de la literatura

Monika Zgustova

"La literatura tuvo tanta culpa como la política en las guerras de la ex Yugoslavia". Esa frase me desvela de mi dolce far niente, estado que suele apoderarse de mí en las conferencias. En ésta, organizada por Ethnos con la colaboración de la Casa del Este, dos conferenciantes, la filósofa serbia Maria Djurdjevich -que, hace unos meses, llevó a la práctica la idea de fundar la Casa del Este, asociación que reúne esencialmente a los países ex comunistas del centro y el este europeo y que ya ha organizado un ciclo de conferencias y un festival de cine, entre otras actividades- y el escritor kosovar Gani Jakupi, ambos exiliados en Barcelona por las guerras de la ex Yugoslavia, hablan del Kosovo cinco años después de la guerra. La sala de lectura de la biblioteca de Sitges está llena. Mientras escucho las explicaciones sobre Kosovo -un país que tiene el 70% de paro, el 75% de población joven está sin trabajo, la economía está inmovilizada y Occidente se lava las manos- me sigue resonando en los oídos la terrible frase sobre la culpa de la literatura. Al acabarse esa charla a dos voces, a la hora de las preguntas, planteo mi duda no sin temor ante la respuesta.

La filósofa serbia Maria Djurdjevich y el escritor kosovar Gani Jakupi hablan de Kosovo cinco años después de la guerra

"La literatura puede hacer tanto daño como la política. ¡O más!", repite Maria Djurdjevich contestando a mi pregunta. Y continúa diciendo que la literatura heroica, nacionalista, de gran tradición en Serbia, halaga al serbio como portador de la fuerza física y la renovación nacional, y que esa literatura ayudó muy activamente al gran resurgir del nacionalismo serbio en los años ochenta y noventa del siglo XX. El resto, ya lo sabemos: los políticos -y hubo entre ellos literatos célebres, como Dobrica Cosic- aprovecharon ese sentimiento nacionalista para llevar a cabo, con el asentimiento de una parte de la población serbia, la limpieza étnica en ese melting pot multiétnico que era Yugoslavia. Mientras escucho los argumentos de los conferenciantes, recuerdo cómo, de niña, en la Checoslovaquia comunista, nos obligaban a leer poemas y novelas llenos de odio contra el enemigo de clase, y cómo yo no comprendía por qué estaba obligada a odiar; y recuerdo haber leído, años más tarde, en una clase de literaturas eslavas en la Universidad de Chicago, poemas llenos de odio de los poetas nacionalistas serbios. Uno de esos poetas, Djura Jaksic, escribió: "Hermanos, ¡meteos en la sangre! ¡Quemad la aldea! ¡Lanzad a las llamas a niños vivos!".

Transgredir las reglas de lo humano, en los tiempos normales, es un crimen. En la Grecia clásica era inaceptable traicionar lo humano; el coro de las tragedias ponía a los hombres en los límites y advertía a los que intentaban cruzar las fronteras de lo humano. "Al que sigue el camino del orgullo, tanto en sus palabras como en sus hechos, sin temer la ley, ¡que le aniquile el pérfido destino!", advierte el coro en Edipo rey de Sófocles al intuir la transgresión de las leyes humanas por parte del rey de Tebas. Tras esa amonestación, Edipo, al conocer su culpa, se arranca los ojos. ¿Cuántos gobernantes contemporáneos serían capaces si no de autocastigarse, por lo menos de admitir su responsabilidad por haber transgredido la ley de los hombres? No conozco a ninguno; y es que ésta es, ya lo sabemos, la época de la irresponsabilidad en la política y no sólo en ella. ¿Lo es también en la literatura?, me pregunto.

Mientras el kosovar Jakupi dice que procede de un país que se halla en ruinas, en mi mente resuena como un eco una frase casi igual: "Soy de un país destruido", así empieza un ensayo del filósofo bosnio Karahasan. En él el autor se pregunta si la literatura puede tener una parte de culpa en este hecho. Los dos intelectuales de los Balcanes dan a entender que la literatura determina el comportamiento del hombre a través del sistema de valores que ofrece y articula. Así sucedió con la literatura nacionalista serbia: una parte del pueblo serbio la leyó y adoptó sus valores.

¿Qué significa todo eso para nosotros, aquí en el occidente europeo? En un mundo sin responsabilidades, donde el científico no se siente responsable por haber inventado la bomba atómica ni el político por haberla usado contra inocentes, la literatura, salvo casos excepcionales, tampoco habla de responsabilidades. Han muerto los reyes que, como Edipo, se arrancarían los ojos al saberse culpables y nadie eleva hoy su voz a la manera del coro griego que marcaba las pautas en el escenario de los teatros. Hoy en día la literatura es aceptada y usada esencialmente para divertir y relajar, y ella no duda en adaptarse a esa demanda de la insustancialidad.

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Son las diez. ¿Conclusiones? Sólo no debemos implantar la censura, eso jamás, me digo, y me alegro cuando oigo que el organizador de la tertulia, el presidente de Ethnos, Joan Manuel Cabezas, para cerrar el acto pronuncia en albanés y en serbio una frase extraída de la Declaración Universal de Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de las propias opiniones". Mientras los conferenciantes y los oyentes salimos de la biblioteca para ir a cenar o a coger el último tren para Barcelona, pienso en la gran responsabilidad que tiene el escritor. Sin embargo, en la actualidad, al igual que la política, que busca obtener cuantos más votos mejor, la mayor parte de la literatura se vende al mejor postor. Ambas disciplinas pueden malbaratarse apelando a los instintos más primitivos y más bajos del hombre, entre ellos, como en el caso de la literatura y la política serbias, la arrogancia que enaltece una nación por encima de otras.

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