Gestos esperanzadores
El anuncio por separado de que el líder israelí Ariel Sharon y el sucesor oficial de Arafat, Mahmud Abbas, están dispuestos a encontrarse sin condiciones es uno de los signos alentadores que vienen encadenándose a propósito del más enquistado conflicto de nuestro tiempo. Esos indicios van desde lo nimio -acuerdo para facilitar el turismo a los Santos Lugares estas navidades, desmantelamiento por los palestinos de una delictiva fuerza de seguridad en Gaza- a lo relevante. Los más esperanzadores son la promesa de Sharon de facilitar la votación de los palestinos el 9 de enero y el agrupamiento de éstos en torno a Abbas, una vez que Maruan Barguti, prisionero de Israel, desistiera finalmente de presentar su candidatura a la presidencia de la Autoridad Palestina.
Las posibilidades del moderado Abbas, que no suscita el entusiasmo de su pueblo, han comenzado a ser serias tras convencer a Barguti, campeón de los más jóvenes y los más radicales -Hamás incluido- de que no compita contra él. A cambio, el líder de la Intifada ha obtenido la promesa de que su liberación será prioritaria para el nuevo Gobierno y el compromiso de que, tras 16 años, se convocarán elecciones internas en el partido Al Fatah, al que pertenece. Abbas, de 69 años, carece del carisma de Barguti, pero Israel y EE UU le consideran el interlocutor para reanudar el dinamitado proceso de paz.
Tras la muerte de Arafat, y según un guión conjunto con George W. Bush, Sharon ha suavizado aparentemente su implacable hostilidad hacia la autoridad palestina. El jefe del Gobierno israelí ha prometido implicar a sus enemigos en la evacuación de Gaza, retirar tropas de las ciudades clave y desmontar puestos de control el día 9 de enero, permitir la presencia de observadores internacionales en las elecciones y facilitar el voto en Jerusalén Oriental. Pero esa cascada de bienaventuranzas espera todavía el contraste con la realidad. A día de hoy, Israel sigue bloqueando la apertura en Jerusalén Este de los centros para la inscripción de los votantes palestinos.
En las elecciones del 9 de enero hay depositadas grandes esperanzas. Por primera vez se atisba la posibilidad de que un nuevo liderazgo palestino contribuya a encarrilar el ingobernable enfrentamiento de Oriente Próximo. Pero sería un inadmisible ejercicio de cinismo adjudicar a los más débiles la carga de la prueba. Si los palestinos deben aprovechar la desaparición de Arafat para revitalizar y democratizar su maltrecha sociedad, Israel ha de dar señales inequívocas de estar dispuesto a ir a las raíces del conflicto. A EE UU y la Unión Europea les corresponde abanderar todos los pasos necesarios para que no se frustren esas expectativas.
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