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Columna
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Otros ritos y culturas

En algunos municipios valencianos, y no valencianos, se han registrado protestas por la apertura de mezquitas o centros islámicos. En Alcàsser y Llíria grupos numerosos de vecinos se han movilizado mediante recogida de firmas y manifestaciones para que no se autorizase ninguno de estos oratorios. Las autoridades municipales han afrontado el problema como han podido porque, aunque respaldadas por la ley, que autoriza la práctica pública de estos cultos, han de pechar con la negativa o el amotinamiento del vecindario que les ha elegido. Un mal trago para los ediles, sobre todo si son de derechas y devotos, pues la ley es clara al respecto y no se pueden poner trabas si se cumple estrictamente.

El caso de los municipios citados, o el de otros que pudieran producirse, tan sólo es indicativo del problema que comienza a pespuntarse y que, previsiblemente, se irá agravando en la misma medida que Europa Unida -el País Valenciano con ella- acentúe su carácter multicultural, multiétnico y mestizo a medida que crezca el porcentaje inmigratorio y se adensen e implanten las minorías foráneas más, menos o nada asimiladas, con sus culturas, ritos y manías. Nuestro mestizaje histórico no ha sido hasta ahora más que un ligero ensayo del pluralismo confesional y racial que está germinando. Todavía estamos lejos de las tasas migratorias de los países europeos próximos y similares, pero el flujo de pateras y otros desembarcos, con y sin papeles, sigue aumentando nuestro censo, lo que es una bendición, dada la vetustez de la población autóctona, vegetativamente casi estancada. Quizá se fornique como siempre, pero se alumbra mucho menos.

Yo comprendo, aunque haya que poner buena voluntad en ello, que el macizo hispano-católico de la raza se resista a la implantación de otros cultos que, encima, reclaman los beneficios de un Estado laico. En este sentido sólo se ha mejorado un poco con respecto al franquismo, cuando se apedreaba las primeras iglesias protestantes que tenían la audacia de abrir discretamente sus sedes. Ahora se recogen firmas y se presiona a la autoridad para que defienda los privilegios seculares de la religión verdadera y clausure las mezquitas. Algo se ha ganado. Día llegará en el que los agnósticos podamos salir en procesión y predicar nuestra verdad.

Y no declamo utopías. Europa es eso, un crisol en el que no se funden las creencias, si no que bullen y coexisten sin fueros preferentes. Y en lo que a los valencianos nos concierne, habremos de ir mentalizándonos en que este espacio, climáticamente afortunado, está predeterminado a convertirse en un hormiguero humano y urbanístico en el que primen dos valores esenciales: el respeto y la solidaridad, dos valores democráticos previos a los devaneos metafísicos de cada cual. De ahí que sería plausible el ir avezándonos a las normas de convivencia que apuntan. Desde esa perspectiva, apedrear una mezquita o impedirla, como en Llíria o Santa Coloma de Gramanet, se nos antoja un atavismo abocado al fracaso. Por eso también, porque la Europa que se forja es como un discurso de las mil flores -razas, pueblos, confesiones- que crece contra el oscurantismo y el miedo, es un error votar contra la Constitución que ampara iglesias, mezquitas y casino ateos. Pero éste es otro cantar que dará letra para varias columnas. Una de ellas puede glosar el dicho de fora vindran que de casa ens trauran. Que ya pasa.

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