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Columna
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Dignidad inmobiliaria

[El argumento de esta columna tiene un telón de fondo que sólo apuntaré en cuatro trazos: la vivienda libre ha (re)subido en Euskadi un 14,15% con respecto a 2003; somos la segunda comunidad autónoma en casas caras; la proporción entre oferta y demanda de VPO, a pesar de los reiterados autoaplausos del señor Madrazo, es de unas cuantas decenas o poquísimos cientos de pisos por miles y miles de solicitantes; el citado consejero, que ha presentado el proyecto de ley de Suelo como quien dice en el último cuarto de hora de la legislatura, considera ahora inaceptable y una estrategia "dilatoria" (sic) el que la oposición solicite más tiempo para presentar sus enmiendas a un texto sustancial y formalmente complejo y cuya redacción definitiva, dada la evidente gravedad del asunto, parece lógico y recomendable afinar al máximo, sin pausa pero sin prisa].

Hace unas semanas, mientras paseaba por el barrio del Raval de Barcelona, me topé con una agencia inmobiliaria que tenía un nombre curioso: Pisos y Hogares. Me dio que pensar en la posibilidad de que esas dos realidades se presenten por separado. No es difícil imaginar pisos o casas que no son hogares, pero ¿y a la inversa? También en la posibilidad mucho más inquietante de que el concepto de hogar, alejado ya de la idea de construcción humana, afectiva e inmaterial, se haya vuelto ramplón sinónimo de metro cuadrado disponible. ¿Qué distinguiría entonces a un hogar de un piso? ¿Alguna forma de equipamiento convivencial? ¿Que junto con los electrodomésticos se ofrecieran patrones y/o oportunidades de relación? Me asusté un poco. Y tal vez por eso me alejé pensando en las casas inteligentes. Y en las sociedades poco inteligentes con las casas, que compaginan la fascinación un tanto pueril por los mobiliarios teledirigidos y los ambientes programables de víspera con el acostumbramiento al renacer y multiplicarse de las chabolas, el hacinamiento, el cartón de dormir en la acera. Que contemplan con pasividad, pesimismo o fatalismo la reconversión en privilegio del derecho a una vivienda digna.

Creo que en esas actitudes se contiene gran parte del problema y que parte de la solución cabe, por lo tanto, en la inversión de la tendencia, de la pasividad fatalista, de la resignación pesimista. La vivienda no es sólo cuestión de suelo, sino fundamentalmente de terreno social, de arquitectura, de los valores que una comunidad considera innegociables. Y creo también que una manera de luchar contra la fatalidad y la tristeza inmobiliarias pasa por alterar el abordaje que le damos al asunto y que suele ser frío y calculador, limitado -igual que en la introducción deliberada de estas líneas- a las estadísticas de precios libres, a las fluctuaciones hipotecarias, y al cómputo numérico de solicitantes (defraudados) de viviendas de protección oficial. Ese abordaje descuida el factor humano, es decir, distrae de lo que en realidad significa para alguien tener o no tener una casa, su casa. Y facilita confusiones y/o reducciones como la del título de la agencia del Raval.

Pero un hogar no es sólo un piso, aunque éste incluya lavadoras que hablan, camas con termostato y un robot mascota. Los materiales de los hogares son la afectividad, los deseos, los proyectos, en definitiva, la capacidad de los seres humanos de crear sentidos, de animar lo inerte, de dignificar lo impersonal. Citaré algunos ejemplos que he ido recogiendo entre calles o entre las líneas de los titulares sobre vivienda: flores en los ventanucos de algunas chabolas o construcciones de fortuna, la declaración de quien afirmaba un domicilio en su dirección de correo electrónico, el extraordinario acondicionamiento de un debajo de puente en París, o esta nota pegada a un parabrisas: "Soy el que duerme habitualmente en su coche; le rogaría que no volviera a dejarlo cerrado por la noche". Todos gestos de dignos resistentes de la intemperie. Una buena manera de no olvidarlos, de no descuidar el factor humano podría ser cambiar el nombre del asunto. Pasar de Consejería de Vivienda, por ejemplo, a Consejería de los Hogares o de la Dignidad Inmobiliaria, o de los Domicilios Propiamente Humanos.

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